_
_
_
_
Reportaje:PERSONAJE

El Ronaldinho del baloncesto

Jasikevicius, el genial y extravertido ex base azulgrana, suma su quinto título consecutivo y conduce a la cima europea al Maccabi

Robert Álvarez

Más de uno se ha rasgado las vestiduras en el Palau Blaugrana. No apagados aún los lamentos por la baja de Sarunas Jasikevicius, la magistral dirección con la que el base ha conducido a la cima europea a su nuevo equipo, el Maccabi de Tel Aviv, aviva los recuerdos de la afición del Barcelona. Ahora, nueve meses después de que la directiva lo dejara escapar -continúan las disensiones sobre si fue por falta de presupuesto o meramente por una decisión técnica de Pesic-, más de uno ha caído en la cuenta de que si el equipo de fútbol tiene a Ronaldinho, el de baloncesto contaba con un jugador similar. Salvando las distancias, pero por su calidad, por su carisma, por su altruismo, por la forma en que asume las responsabilidad en el juego y por la manera en que contagia su vitalidad, el base lituano, de 28 años y 1,95 metros, se asemeja al futbolista brasileño.

Su amplia gestualidad no siempre es del todo bien entendida. Ya le sucedió en su etapa en España y en la final de la Euroliga, el sábado ante el Skipper de Bolonia, se repitió la escena. Los árbitros le señalaron una falta técnica, la tercera, cuando sólo se habían disputado cinco minutos. No importó. Ya se había encargado él, con dos triples y dos tiros libres nada más empezar, de que su equipo metiera la directa hacia un triunfo que batió todos los récords en la historia de las finales de la Copa de Europa: máxima anotación (118 puntos) y mayor diferencia (44 puntos porque dejó al Skipper en 74). Jasikevicius revalidó el título que alcanzó la pasada temporada con el Barcelona, con el que también ganó la Liga y la Copa, y lo añadió al Campeonato de Europa que conquistó al frente de la selección lituana. Sin duda, Saras es el rey de Europa. Sin embargo, sólo hace seis años no tenía equipo en el viejo continente. Acabado su periodo de formación en la universidad estadounidense de Maryland, adonde sus padres le habían llevado con el objetivo primordial de que cursara una carrera, tuvo que regresar a su país y enrolarse en el Lietuvos de Vilnius. "Los equipos europeos no respetan el nivel del baloncesto universitario", cuenta. "Tuve que empezar de cero; pero, afortunadamente, sólo me costó dos años llegar a un grande como el Barcelona". El club azulgrana se fijó en él después de que, cuando militaba en el Olimpia Liubliana, esloveno, le clavara siete triples en un partido de la Euroliga.

Afirma que el entrenador que más le ha enseñado es el esloveno Zmago Sagadin. Admirador de su compatriota Sabonis y del malogrado Drazen Petrovic, se consolidó como el base de la selección lituana a la que condujo a la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Sidney en 2000. Pero fue un fallo, el triple, a la desesperada y desde ocho metros, que intentó en los últimos segundos ante Estados Unidos, por lo que Saras pasó a la historia del baloncesto internacional. De haber entrado, habría significado la primera derrota de una selección estadounidense formada por profesionales de la NBA. "Aquello se magnificó. Nunca le di mucha importancia", cuenta. Recaló en el Barça y, en poco tiempo, logró hacer olvidar nada menos que a Sasha Djordjevic y se convirtió en el ídolo del Palau. Pero al final de la pasada temporada, en una sorprendente y polémica decisión, no le renovaron el contrato.

Se fue al Maccabi a pesar de que muchos amigos le previnieron de la incomodidad que supone militar en un club sujeto a las rígidas normas de seguridad derivadas del conflicto en Oriente Próximo. Ya no puede dedicarse tanto al golf como lo hacía en Barcelona y, con la ventaja de ser soltero, circunscribe su modus vivendi en Tel Aviv, donde, eso sí, dice no tener mayor problema y disfruta con la pasión por el baloncesto de una hinchada que suele llenar el Nokia Arena, con capacidad para 10.000 espectadores. "Dispongo de más minutos de juego y de mayor responsabilildad que en el Barcelona. Tal vez allí jugábamos mejor en defensa. Aquí recurrimos más a la zona y tenemos más variantes en ataque", explica. Allí, en Tel Aviv, ya es un ídolo. En el Palau Blaugrana crece la añoranza.

Jasikevicius, en la semifinal ante el CSKA.
Jasikevicius, en la semifinal ante el CSKA.ASSOCIATED PRESS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_