La Paquera de Jerez, cantaora
La cantaora Francisca Méndez Garrido, La Paquera de Jerez, de 70 años, falleció ayer a las 14.30 en la clínica de Asisa de Jerez de la Frontera (Cádiz). La capilla ardiente se instaló anoche en el Cabildo Antiguo jerezano, y el entierro tendrá lugar mañana. La Paquera ingresó hace tres semanas en la clínica, tras sufrir una subida de glucosa que luego se complicó con una trombosis, lo que motivó su estancia en la UCI desde entonces.
Relámpago y esencia, picos y rompimientos, estrépitos y rocío, pena y emoción, chorros luminosos y jondura verdadera... Los flamencólogos han sido pródigos en metáforas con La Paquera y su poderío inimitable. Los aficionados recordarán siempre ese formidable chorro de voz que casi daba miedo, su poderosa presencia en el escenario, su rajo y su compás, que hicieron de ella una indiscutible estrella del flamenco.
Cuando La Paquera salía al escenario, todo era distinto. Su cante era un terremoto, un vendaval de primitivismo, la encarnación de eso que llaman personalidad: su forma de interpretar era única, puramente suya. Cantara lo que cantara, era capaz de convertir una noche ramplona en algo inolvidable: junto a Parrilla de Jerez -ella de pie, gritando a pleno pulmón; él, apoyando la pierna en la silla y con la guitarra en vertical- formó una estampa añeja, histórica; y hay una foto del francés René Robert, un primer plano de su cara cantando con la boca abierta, en la que casi se puede ver el vozarrón salir de su garganta.
La conmoción que producía oírla templarse por bulerías pertenece a la categoría de los instintos telúricos más que a la de los sentidos. A veces cogía la silla y la sujetaba en lo alto de la cabeza mientras lanzaba el cante; casi siempre salía cantando sin esperar siquiera a que su fiel Parrilla (cuyas memorias, si se publican alguna vez, harán justicia del todo a su arte) le diera el tono.
La Paquera nació en La Plazuela, el barrio flamenco de San Miguel, el de más solera de Jerez junto al de Santiago, donde nacieron, entre otros muchos, Antonio Chacón, Manuel Torre o La Serneta. Era de una familia de pescaderos de mercado, y comenzó su carrera artística a los 17 años. Como ella misma recordaba hace un par de años, en una entrevista hecha con motivo del homenaje que le dedicó el Festival de las Minas, fue el mítico empresario Pulpón el que la contrató: "Me sacó primero por los pueblecitos de Sevilla y luego me fui a Madrid. Iba con Beni, La Cañeta, Matilde Coral, Porrina... Me pagaban mil pesetas la noche. Más que ahora, porque antes Hacienda no había. Luego hice todas las plazas de toros, fui con Farina a París, estuve en Las Brujas y en Los Canasteros, me compré un piso en Santa María de la Cabeza y me quedé a vivir en Madrid".
Grabó su primer disco en los años cincuenta, e hizo muchos más en aquella época, pero su discografía es un caos casi imposible de reproducir y reunir. Luego coqueteó con la copla en espectáculos teatrales como España por bulerías, Arte español (junto a Farruco, Chocolate y Juanito Maravilla) o Embrujo y tronío y Bronce y solera, con Rafael Farina.
En los años sesenta y setenta, a la Reina de la Bulería le llovieron los honores: el diario Pueblo la nombró Popular en 1964; ganó el premio Niña de los Peines del Concurso Nacional de Córdoba en 1971; la Copa Jerez de la Cátedra de Flamencología... La cantaora pertenecía al grupo de artistas candidatos al Premio Príncipe de Asturias de este año por su aportación al flamenco, informa Efe.
Aunque tenía fama de huraña, en aquella entrevista de agosto de 2002 mostró que lo que le pasaba es que le gustaba preservar su intimidad. Y que tenía mucha gracia: "Empecé a cantar por necesidad, por fatigas", contó aquel día. "Tenía siete u ocho años, éramos siete u ocho hermanos y era la posguerra. Pasábamos hambre. Y ahora que puedo comer, ¡tengo azúcar!".
A La Paquera le brillaban los ojos cuando hablaba de la época de los tablaos: "Es que ya no quedan señoritos como aquéllos", decía. "Yo no sé dónde se han metido. Me acuerdo de que Juan March fletó un barco para que fuéramos a cantar a Mallorca. Si se llega a hundir, se acaba el flamenco: iban todos los monstruos. Y Godó, en Barcelona, lo mismo. A mí me descubrió Álvaro Domecq y luego el padre de Caracol me oyó cantar y me dijo que Dios, cuando tira una pelotita, sabe dónde la tira. Tardé mucho en entender lo que quería decir, pero al final lo entendí".
"Aquel mundo se acabó", añadía luego. Tenía nostalgia de aquellos flamencos, de su ingenio y su humor. "Y aquel aje también se perdió. Con El Beni y con El Brillantina yo me tiraba por el suelo. Entonces aprendíamos escuchando. Yo oía por la radio a La Niña de los Peines, y un respeto, eh. Ahora salen los artistas que... Hay que tener más respeto a los viejos. Yo iba a oír cantar a Caracol al gallinero del teatro Villamarta y cuando salía hacía sus canciones por la calle".
La Paquera tenía un libro, más que una entrevista: cantó sin micrófono en las plazas de toros, vivió, triunfó y durmió lo que no está escrito, y era una mina de anécdotas y espontaneidad.
Carlos Saura la eligió para abrir la película Flamenco (1994) con ese "alialialialiii andaaa" tan suyo. Antes, apareció en Los duendes de Andalucía (1964), de Ana Mariscal, y más recientemente en Vengo (2000), película de Toni Gatlif protagonizada por Antonio Canales.
En 2002 se animó a ir por fin a Japón, donde fue recibida como una verdadera figura. Y contaba así el viaje: "Fue extraordinario. Vino a verme el primer ministro, me dio un beso y se echó a llorar. Estoy asustá de cómo comprenden allí el flamenco. El olé no lo dicen en su sitio, pero cómo escuchan. Parece que están aquí a la vera. ¡Y qué bonitos son los yenes!".-
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