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Crónica:FÚTBOL | Semifinales de la Liga de Campeones
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Chelsea también padece la magia del Mónaco

Pues sí, el espíritu del Mónaco existe. ¿Brujería, corazón, alma romántica, quién sabe? Lo cierto es que un equipo con más mérito que fútbol, resucitó la noche mágica contra el Madrid y repitió un guión que parecía fruto de la fortuna pero que ha adquirido categoría de estrategia. Otra vez 1-1 en el descanso, con igualdad futbolística y fútbol menor, previsible, y luego una reacción impetuosa, en este caso contra la adversidad de jugar en inferioridad numérica y contra un Chelsea que, ajeno a la racanería habitual de Ranieri, se fue a por el partido jugando con cinco delanteros.

Pues sí, otra vez cuando el Chelsea vio la cara del enfermo (entonces el Mónaco lo era, un enfermo además grave), el equipo de Deschamps, como en su noche mágica, sacó el depósito de reserva y encontró a Morientes, enfadado con el mundo por su falta de ocasiones, para que tirase del manual del delantero centro que se sabe de memoria y resolviera un contragolpe de un zapatazo precioso. Luego el congoleño Nonda, recién salido, metió la puntera y halló la colaboración del portero Ambrosio para quizás resolver la eliminatoria.

MÓNACO 3 - CHELSEA 1

Mónaco: Roma; Ibarra, Rodríguez, Givet, Evra; Bernardi, Zikos, Giuly (Nonda, m. 82), Rothen (Plasil, m. 89); Morientes y Prso (Cissé, m. 56).

Chelsea: Ambrosio: Melchiot (Hasselbaink, m. 62), Desailly, Terry, Bridge; Parker (Hutt, m. 68), Makelele, Lampard, Gronjkaer (Verón, m. 45); Crespo y Gudjohnsen.

Goles: 1-0. M. 17. Centro de Rothen y Prso cabecea a la escuadra. 1-1. M. 22. Parker cede a Gudjohnsen que asiste a Crespo que marca. 2-1. M. 77. Morientes, a pase de Giuly. 3-1. M. 83. Nonda mete la puntera y Ambrossio falla.

Árbitro: Urs Meier (Suiza). Expulsó a Zikos (m. 52) y amonestó a Melchiot, Ibarra, Makelele, Terry.

20.000 espectadores en el Luis II de Mónaco.

El Mónaco se agarra a Giuly, un futbolista liviano y listo pero más interesante que importante, y a sus torres Morientes y Prso para cazarlas al vuelo. Todo demasiado previsible para un equipo como el Chelsea de Ranieri, más armado que bello. El fútbol parecía corresponder únicamente a Lampard, un genuino futbolista inglés que sabe combinar dos virtudes poco amigables: el trabajo y la inteligencia, algo así como dos medios centro en un solo jugador.

Tras el empate a uno del primer tiempo, más accidental que trabajado, el partido se rompió en un santiamén. Fue una sucesión de accidentes: primero Desailly resolvió una trifulca con Morientes con un codazo en el área que el arbitro no vio, luego expulsó a Zikos por un palmetón a Makelele sin mayor importancia. Y así, en plena adversidad, cuando el empate parecía un botín para el Mónaco y un disgusto para el Chelsea, resurgió la magia del equipo francés, capaz de encender las cenizas, de engañar al contrario y poner un paso en la final. Y todo, por corazón, por fe y por Morientes que le hizo creer en sí mismo. A Ranieri le espera la enésima reprimenda del patrón Abramovich.

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