"El patetismo es el último recurso, pero hay que intentar llegar a éste con la cabeza fría"
Enrique García-Máiquez nació en Murcia en 1969, pero ha vivido siempre en la localidad gaditana de El Puerto de Santa María. La llamada de la vocación poética, junto a la cercanía vecinal de Rafael Alberti, a quien solía visitar asiduamente, le condujeron a escribir tenazmente y publicar sus primeros libros, Haz de luz y Ardua Mediocritas. Impulsor de la revista literaria Nadie parecía, García-Máiquez ha participado también como traductor en el libro de Chesterton Lepanto y otros poemas.
Ahora, acaba de ver la luz un nuevo poemario suyo, Casa propia (Renacimiento), en el que se confirma como una de las voces más notables, y todavía casi desconocidas, del panorama andaluz. El sentido del humor, la sencillez formal y una mirada poética profundamente humana son constantes en sus versos: Porque uno es alegre, intenta/ no darle más impotancia/ y dejar las elegías/ al que les vea la gracia;/ pero, ¿quién pasa del tiempo/ cuando es el tiempo el que pasa?...
Pregunta. Opositor en Ardua Mediocritas, funcionario en Casa propia... ¿En qué medida se confunden en usted biografía y bibliografía?
Respuesta. Los poetas no tienen más biografía que su bibliografía. El puñado de amigos de cada poeta reconocerá que éste se inspira, más o menos y dependiendo de su estilo, en sus propias circunstancias. Pero eso a los lectores les da lo mismo. Al lector le importa que la poesía sea auténtica y emocionante. Y si lo es, terminará confundiéndose con la biografía... aunque con la suya, la de cada lector.
P. En este nuevo título, al contrario que en el anterior, hay más amor que humor. ¿A qué lo debe?
R. Hay menos humor porque soy más feliz. Cuando escribí Ardua mediocritas, era un escritor inédito y un opositor perpetuo. El humor, como sabe Javier Salvago, que tituló un libro La destrucción o el humor, es un arma defensiva, el penúltimo recurso. Es verdad que en este libro hay menos humor, pero tiene más gracia, ¿no?, una sal más fina. Eso probablemente se deba al amor.
P. El humor es el penúltimo recurso... ¿Y el último?
R. El patetismo, pero hay que intentar llegar a éste nada más que en contadas ocasiones, y siempre con la cabeza muy, muy fría.
P. Desfilan por sus poemas Dante, Quevedo, Borges, Fray Luis, Berceo, Cernuda... ¿Escribir es reescribir a los clásicos?
R. Bueno, no exactamente. Eso de "reescribir" suena a reciclar, a repetir a los clásicos y yo creo que se trata de tener conciencia de la existencia de un continuum, que diría Steiner, y que se parte de ellos. Pero uno tiene que continuar esa corriente, aportar una voz personal y un mundo propio, encontrar su casa. No es que reescribamos a los clásicos sino que ellos, con su literatura, nos han escrito a nosotros, los lectores. Y cuando uno escribe, irremediablemente refleja en sus textos la sombra de los que le iluminaron.
P. Frente a los poetas que cantan al sexo, las drogas y el rock, usted afirma haber conseguido lo que quiso: "una vida beata". ¿No es subversivo?
R. Mis anteriores libros sí que eran subversivos. En ellos estaba palpitante el propósito de epatar al progre. Era la venganza de un poeta de clase media ante esa vieja tradición de epatar al burgués. Pero en este libro no he pretendido nada por el estilo. Sólo me interesa emocionar al lector, incluso al progre. Lo que tal vez suceda es que todos los individuos, cualquiera, tú, yo, el que nos esté leyendo, somos muy diferentes del estándar y del inexistente ciudadano normal, esa abstracción estadística. Frente a eso, cualquier vida individual y auténtica es siempre subversiva. Pero ahora que me haces la pregunta, caigo en la cuenta de que lo de la vida beata ya les parecía subversivo a los contemporáneos de fray Luis y a los de Horacio... Y si en vez de "beata" fuese santa, como la de Juan de la Cruz o la de Hopkins, ni te digo.
P. ¿Un cambio de Gobierno afecta al mundillo de la poesía? Y en caso afirmativo, ¿de qué modo?
R. Si un cambio de Gobierno afecta a algo será al "mundillo": premios, cargos, subvenciones... Pero no a la poesía, que es inmortal y pobre.
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