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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contra el orden

Cuando Ken Kessey publicó esta novela, en 1962, tenía 27 años, estudios universitarios, experimentos con mezcalina y LSD, fuertes alucinaciones; había sido guardián en un psiquiátrico y estaba inmerso en las generaciones que hicieron unas revoluciones de las que todavía viven muchas libertades y algunos males. Beatniks, hippies... La novela pasó al teatro y Milos Forman la llevó al cine en 1975. Libro, pieza y película tuvieron éxitos mundiales y un significado claro: la lucha de la libertad de comportamiento y la disciplina. Algo que se estaba desarrollando en las calles de Estados Unidos y que tendría en Europa una resonancia enorme (París, mayo de 1968). A pesar de la vida en el ácido, en la dura bohemia y en algunas cárceles, Kessey vivió hasta los 66 años (2001). Creo que, aparte de esta versión, traducida y dirigida por Bielski (director polaco afincado en España), no ha habido ninguna en español.

Alguien voló sobre el nido del cuco

De Dale Wasserman, sobre la novela de Ken Kessey. Intérpretes: Rodrigo Poisón, Julio Mardelo, Rodrigo Ramírez, Socorro Anadón, Paloma Leal, Chema Pérez, Boj Calvo, Javier Losán, Luis Martí, Jesús Cortés, Raúl Chacón, Enrique Leal, Pablo Chiapella, Diego Moreno, Carlos Alba, Moncho Enríquez, Alejandra Caparrós, Cristina Charro. Iluminación: Marta Graña. Vestuario: Óscar Guimarey. Espacio sonoro: Chema Pérez. Traducción, adaptación, espacio escénico y dirección: Jaroslaw Bielski. Teatro Réplika. Madrid.

La teatralidad con que la vemos aquí es la clásica de protagonista y antagonista (Socorro Anadón, enfermera; Pablo Chiapella, paciente), y tengo la sensación de que el público con quien la vi, en la tarde del sábado, estaba más interesado en los dos caracteres enfrentados que en el problema de la libertad frente al orden, y que los modos y maneras de los pacientes del psiquiátrico daban más risa que piedad. No es culpa del director o de los actores, que hacen muy bien sus trabajos generalmente, sino del cambio de situación.

Contracultura

Más de 40 años después, aquella revolución mundial que se llamó contracultura no es visible. Desgraciadamente, no hay aquellos impulsos de mejorar el mundo, o están reprimidos, y la literatura tiene más domesticidad. No digo nada de la famosa revolución psiquiátrica, de la antipsiquiatría y la amplísima literatura sobre las enfermedades sociales y sus represiones. Poco a poco, se ha ido volviendo al electroshock y a los encierros y ataduras; nuevos medicamentos han ayudado mucho a modificar comportamientos y síntomas, y las instituciones tienden a descargar sobre las familias los gastos y los cuidados de los enfermos.

En lo que pude observar en esta representación, queda algo muy vivo: la simpatía por los pacientes es manifiesta, y el odio a la enfermera autoritaria se manifiesta. Es decir, algo queda de la intención de la obra. Lo demás es un espectáculo largo -más de tres horas- y cuidado, en un espacio amplio y bien dispuesto, que interesa por sus valores teatrales más que por los políticos y sociales en que nació.

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