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Columna
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¿Viaje con nosotros?

Cabe concluir que la gente no se ha echado a la calle para hacer la Pascua a nadie sino para viajar. Mientras pongo a viajar estas líneas volanderas, millones de viajeros atestan autopistas, carretiles, caminos de sirga y de pezuña persiguiendo lo único que no se puede alcanzar, la propia sombra. Una galaxia, Andrómeda, invade el campo de su vecina en términos de años luz, al par que la sonda europea Start 1 vuela hacia la Luna propulsada por un motor revolucionario. En Marte, el juguetillo de la NASA deja sobre la tierra roja sus interrogantes. Por viajar, deben de estar viajando hasta las aves en un viaje organizado que llaman migratorio.

Pues bien, en medio de tanta moción y ajetreo resulta tranquilizador que haya quien no salga de Aberriegunalandia. Ahí están tan campantes tumbados en sus principios y haciendo barbacoas con mensaje, como hacían los indios con el humo. Exhiben su caravana con orgullo, como debe ser, y no la cambiarían ni por otra ni por nada en el mundo. Da gusto verles disfrutar de su parcela y dar envidia a muchos campings tanto tomándose el colacao de la mañana como el cubata del atardecer. Este año le han colgado delante un cartelito muy simpático, a la caravana, quiero decir: "Una Europa. Pueblos diversos" que suena más bien: "Un pueblo. Europas diversas".

Y es que, de verdad, no hay nada como ser turista en su tierra. Digo porque la viven todo el rato como si fuera otra. Aunque entrar en el club no resulta nada fácil. A cierto candidato primero le dijeron que pondrían un folio en blanco, luego le aconsejaron que pusiera el reloj a cero, todo esto mientras ellos escribían sus reglas en el envés del folio y tenían el reloj marcado con su hora. No importa, seguro que por último le piden al candidato que se ponga él mismo a cero o en blanco, es decir que desaparezca como tal. El brujo de la tribu le está lisonjeando con una frase sacada de El Principito, un libro que creen se le parece: "El corazón se ve claramente y lo que es esencial es invisible a los ojos". Aunque me da en la nariz que lo que más les gusta del personaje de ese libro escrito por aquel viajero del aire que se desintegró en él, es el hecho de que tuviera un planeta para él solito mientras ellos tienen que conformarse con una caravana que anda ya mal de ballestas y necesita trasferencias nuevas o diferenciales, quién lo sabe.

Pues bien, antes de la caravana se les caiga a pedazos han decidido abandonar momentáneamente Aberriegunalandia para intentarlo a Europa, porque fuera de Europa hace mucho frío. Por aquello de unir lo útil a lo agradable van a decirle a Europa que no les comprende. En esto como en todo, los culpables son los otros, vaya, que no se lían los bártulos y la manta a la cabeza para ponerse a disposición de ningún listillo porque no hay ningún listillo que tenga que decirles nada.

Da un poco de grima, por no decir vergüenza ajena, imaginar la cara que les van a poner en Europa cuando les pidan que reconozcan el derecho de los vascos a decidir. Lo menos que les puede caer es que les tachen de despistados, ¿acaso se creen que Europa es algún tipo de asociación tutelar de menores? ¿Quién es tan menor para no poder decidir aún por sí mismo? ¿Qué hacen cada día en política? Bueno y no digamos cuando nuestros impertérritos y accidentales turistas les suelten lo de la nación. Les van a suspender directamente en geografía y en historia por no saber que se hallan en el lugar donde la nación se inventó. Es decir, donde el concepto tiene demasiado peso y rigor como para tomarlo a la ligera.

Pero lo bueno que tienen es que, les digan lo que les digan, ellos seguirán erre que erre con lo mismo. ¿Europa? Casi vamos a seguir montando la caravana en Aberriegunalandia, oye, sácate unas aceitunas para el txakoli y coloca el cartel de completo, que igual vienen los europeos a darnos la murga. Ya lo advirtió Quevedo para cambiar no basta con mudar de lugar, hay que mudar también de condición. ¡Qué cambien, pues, los otros!

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