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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

STEFAN BUDAI / El tragón de la cuadrilla

Era un misterio cómo Stefan Budai, rumano de 37 años, mantenía sus poco más de 70 kilos de peso.

Todavía se asombra su jefe y amigo, el rumano Mikita Dumitru Tonescu, de lo que comía aquel oficial de obra que trabajaba como el que más. "Pintaba, alicataba, soldaba, sabía hacer de todo", cuenta Mikita. Recuerda aquella vez que invitó a Stefan a comer a su casa. Después fueron a casa de un amigo y la madre les dio de comer otra vez. "Al final, fuimos todos al Buffalo Grill y se comió un plato de costillas", recuerda divertido. "Todo eso en un tiempo de cuatro horas. Se inflaba de todo, era como un saco sin fondo".

Stefan se pasaba el día gastando bromas a los seis amigos rumanos con los que formaba una cuadrilla de albañiles al mando de Mikita. "Pero luego él las encajaba mal", dice. Hace dos años y medio emigró de Ludus, en Transilvania. En agosto pasado, volvió para traer a su mujer, Daniela, y su hija, Ioana. Hace tres meses había conseguido alquilar una casa para ellos solos en el centro de Alcalá de Henares.

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Vidas rotas / 11

El jueves pasado, se dirigía en tren a una obra en Aravaca. Murió en la estación de Santa Eugenia. Stefan quería tomar un café antes de coger el tren, pero un compañero suyo, Nelu, le convenció para cogerlo antes. Ya se tomarían el café al llegar a Aravaca. A pesar de que su cadáver quedó entero, tardaron seis días en declararlo muerto.

Decía que no quería volver nunca a Rumania. Sin embargo, ahorraba para comprarse una casa allí. "Quería comprarle el mundo entero a su hija", dice Mikita. Y para empezar, "quería comprarle un ordenador". Se habían puesto de acuerdo para comprarlo a nombre de Mikita, que trabaja legalmente en España, de forma que pudiera pagarlo a plazos. No llegó a empezar.

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