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Aznar y la historia

El pueblo español ha decidido el camino por el que quiere transitar durante los próximos años. Y al rechazar cualquier mayoría absoluta ha indicado a sus representantes que quiere más pluralidad y más consenso. En definitiva, más democracia y más política en un Estado que hace tiempo que venía evidenciando señales de alarma muy preocupantes en el terreno de la convivencia, de la dignidad, de los valores, de la cultura democrática, de la lealtad constitucional y de las relaciones internacionales.

No va a ser fácil recomponer todos los puentes que Aznar ha ido volando sistemáticamente desde que hace cuatro años consiguiera la mayoría absoluta, lo que le ha permitido mostrar su verdadero rostro ultranacionalista y autoritario. Decía Ibsen que tener la mayoría no significa tener la razón y Aznar, en cambio, que lo ha confundido, ha utilizado la mayoría para llevarnos a unos niveles de deterioro moral y de fractura política y social que España no había tenido desde el mismo inicio de la transición democrática. Por eso no va a ser fácil. La situación exige ahora un paciente y respetuoso proceso de recomposición y de reconstrucción que va a llevar tiempo. Va a obligar a nuestros representantes a desandar muchos caminos y a traer de nuevo la política a la democracia.

Obliga, en primer lugar, a devolver al parlamento toda la soberanía y legitimidad sustraídas. A convertirlo en el centro de la política como sucede en el resto de democracias maduras. A reconciliar a los ciudadanos con la política. Para impedir así que vuelvan a reproducirse expresiones de democracia autoritaria impropias de una sociedad que hace tiempo decidió incorporarse al reducido grupo de países del mundo que entiende la democracia como algo más que mera representación formal. Para evitar que vuelva a ser posible que el recurso a la manipulación, a la crispación y a la confusión intencionada e interesada para torcer la voluntad de las personas, se conviertan en los perfiles más destacados de toda una cultura política definida por la ineptitud, la temeridad, la mentira y la arrogancia.

Obligará, en segundo lugar, a reconstruir las brechas abiertas en un Estado fragmentado, donde el desencuentro y la ausencia de diálogo entre representantes del Estado se han convertido en la norma. Un trabajo político difícil que sin duda necesitará de varios años para recomponer el diálogo institucional, la lealtad constitucional y la cooperación entre las administraciones que integran un Estado complejo, funcionalmente federal, y que sin embargo Aznar se ha negado a reconocer como tal. Desde su nacionalismo separador y desde un preocupante discurso muchas veces impregnado de expresiones y talantes preconstitucionales, ha contribuido a crear una profunda brecha política que será muy difícil de ir cerrando recurriendo al diálogo y la negociación. En especial este trabajo delicado y lleno de dificultades será necesario para conciliar las demandas de mayor autonomía política y de autogobierno, con el mantenimiento de los sólidos cimientos de convivencia que la Constitución española ofrece a naciones y regiones.

En tercer lugar, requerirá de un formidable despliegue en el terreno internacional para que España recupere el crédito perdido en la mayoría de cancillerías y de organismos internacionales. Tras el cambio radical de orientación en materia de política exterior, el conjunto de la comunidad internacional ha dejado de creer en el gobierno español al comprobar cómo ha gestionado políticamente la grave crisis provocada por la matanza de Madrid. Los países fuertes de la Unión Europea hace tiempo que desconfían profundamente del gobierno español al comprobar que la prioridad de Aznar era reforzar el flanco norteamericano en Europa a espaldas de los países de la llamada vieja Europa. Su intento de liderar, junto a Polonia, una coalición en defensa de los intereses geoestratégicos de la administración Bush, incorporando en esta operación al conjunto de pequeños países de la Europa Central y Oriental, ha despertado recelos difíciles de salvar. Recuperar la confianza de Francia y Alemania no va a ser fácil y restañar las heridas abiertas, que van a suponer una factura costosa para España, requerirá un gran esfuerzo político y diplomático. A ello hay que añadir la desconfianza que la política exterior de Aznar ha generado en América Latina y la enorme desconfianza que la política y las decisiones de Aznar han sembrado entre nuestros vecinos del Magreb y en el conjunto de la comunidad de países islámicos.

Y además está nuestra implicación directa en una guerra tan ilegal e ilegítima como estéril. Las consecuencias de la decisión de Aznar aún están por llegar, pero los atentados del 11 de marzo son la primera consecuencia brutal de hasta dónde puede llegar la expresión identitaria más asesina del terrorismo global. Aznar llegó al gobierno prometiendo que acabaría con el terrorismo de ETA. No sólo ha sido incapaz de acabar con esa amenaza, sino que ha situado a España como objetivo central del terrorismo islámico internacional. El tiempo dirá cómo afectará a España el mayor atentado de nuestra historia y este salto cualitativo de imprevisibles consecuencias. Decía Aznar que quería situar a España en el centro de la historia. En este caso, ha conseguido situarnos en el centro de la historia negra y dramática del terror global.

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El pueblo ha juzgado esta política. La historia también la juzgará. Pero no me parece suficiente. Espero que algún día algún tribunal internacional la juzgue igualmente. Que la indignidad le acompañe para siempre.

Joan Romero es catedrático de Geografía de la Universitat de València.

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