Brinzales en el bosque
Acontece ahora, todavía en pleno invierno, algo que la mayoría adjudicará a la primavera. Pero, como tantas otras facetas de lo espontáneo, la eclosión de las bellotas no sigue pautas convencionales. De hecho, nuestros árboles más frecuentes y representativos, es decir, encinas, alcornoques y quejigos, echan a andar cuando el frío todavía congela la mayor parte de los procesos y propósitos con los que la vida, en nuestras latitudes, pretende recomenzar.
Como todavía contamos con ocho millones de hectáreas de arboledas frondosas en nuestro país, de las que 6,5 millones corresponden a las especies citadas, las posibilidades de contemplar el acontecimiento son muchas. Aunque dominantemente distribuidas por las provincias limítrofes con Portugal, tenemos encinares y quejigares en todas las comunidades. Entre las tres especies suman unos 1.000 millones de árboles. Las provincias de Girona, Cáceres y Cádiz cuentan con los mejores alcornoques.
Basta con fijarse un poco en el suelo del bosque. Acompañar con la mirada a lo que acoge nuestros pasos. Que notarán bien mullido al humus, saturado de humedad.
Pues bien, allí, los miles de bellotas que no son ya carne de venado, jabalí, paloma, lirón o grulla han iniciado una de las más largas y azarosas peripecias. La ebúrnea cáscara del fruto se ha rasgado por su polo obtuso. De la seca herida mana lo que nos parecerá un gusano blanco. Es la raíz principal, pivotante y zapadora del futuro árbol. Un tentáculo blando pero que puede horadar rápidamente el suelo y clavar, ya para siempre en ese mismo lugar, a un brinzal que pronto lanzará en dirección contraria, por tanto, hacia la luz y el aire, un par de minúsculas hojas.
Cuando hayamos descubierto el discreto y silencioso nacimiento de uno de nuestros árboles más frecuentes, acaso se nos escape la mirada hacia su progenitor. Ese que abre sus brazos y despliega su sombra sobre nuestra cabeza. Puede tener fácilmente uno, dos, tres; incluso siete, ocho o nueve siglos más que su descendiente.
Tal vez piensen aquello de que el tiempo huye a toda prisa, pero la vida se queda y echa raíces siempre que puede. Y, a veces, dura...
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