Integral de Beethoven
Comenzó el domingo Rudolf Buchbinder a desgranar la integral de sonatas para piano de Beethoven, en un ciclo que se prolongará durante la primavera. El pianista austriaco no seguirá el orden cronológico de composición, y desconocemos cuál ha sido el criterio utilizado para agrupar las sonatas en las diferentes sesiones. Aunque es posible que todo se reduzca a lograr que la suma de las duraciones se aproxime al minutaje habitual de un concierto (una forma de programar tan discutible como habitual).
Sabido es que, si hay un ciclo revelador en la evolución beethoveniana, éste es el de las sonatas para piano: no sólo compuso en este formato a lo largo de toda su vida, sino que le sirvió de "laboratorio" para experimentar novedades que, luego, proyectaría en otros géneros. Suponen, pues, una especie de "avanzadilla" musical de lo que sucedería más tarde en las sinfonías y en la música de cámara del compositor. Ello no implica que sea preciso supeditar su escucha a la cronología: una visión de tipo panorámico puede resultar, quizás, más esclarecedora y hasta más divertida. Pero, para eso, hubiéramos necesitado, por ejemplo, alguna de las últimas en el programa del domingo. O en el del próximo día 21.
Ciclo de Cámara y Solistas
Beethoven: Integral de las sonatas para piano (I). Núm. 1, 10, 13, 17 y 18. Rudolf Buchbinder (piano). Palau de la Música. Valencia, 8 de febrero de 2004.
Todo sonaba igual: fuertemente contrastado, metrónomo acelerado al máximo, acordes secos
Por otra parte, Buchbinder parece enfrentarse a cada una de las sonatas con una óptica no demasiado diferenciada Al menos, por lo que escuchamos en la primera sesión. Cuando se da un ciclo, resulta necesario clarificar el trayecto del creador: hay que saber traducir las diferencias entre unas partituras y otras. Subrayar la firma "Beethoven" no es lo único que importa. Recorreremos treinta y dos obras suyas, y sería preciso alumbrar mejor la evolución de la música, sin que ello suponga negar el sello inconfundible del autor.
No me pareció que el pianista se preocupara mucho de ese tema. Apoyado en una técnica deslumbrante (apenas hubo roces en toda la velada), casi engolfado con una velocidad de vértigo, dueño absoluto de una izquierda poderosa e independiente, con el peso de los dedos magistralmente igualado para que el recorrido por las teclas no revelara desigualdades, inteligente para desvelar los motivos rítmicos y melódicos en ambas manos, su Beethoven se recibió, sin embargo, como demasiado uniforme, desde la sonata núm. 1 a la núm. 18, pasando por las otras tres y el Rondó de la núm. 8 que tocó de regalo. Todo sonaba igual: fuertemente contrastado (con tendencia a acentuar la banda del forte), el metrónomo acelerado al máximo, los acordes secos y duros, el ataque muy brusco y un carácter en exceso percusivo. Ciertamente, también supo cantar en algunos momentos (qué bonitas, por ejemplo, las notas dobles en el Menuetto de La Chasse). Pero, en general, la música resultó más agresiva de la cuenta y, lo que es peor: todas las sonatas se parecían demasiado entre sí.
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