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Tiempo de elecciones

Convocadas las elecciones generales para el próximo 14 de marzo, es difícil cumplir mi compromiso mensual con este periódico omitiendo algún comentario con ellas relacionado. Es obvio que no voy a hacer pronósticos sobre su resultado, que para equivocarse ya están las empresas demoscópicas, y, además me resulta más útil, y también más divertido, comentar sobre determinados movimientos preelectorales de las fuerzas políticas, y sacar conclusiones de ellos.

La primera reflexión consiste en que existe una apariencia más que notable de que el gobierno da por supuesto que no puede repetir la mayoría absoluta que obtuvo en 2000. Los movimientos que realiza así parecen indicarlo. El pacto en Canarias con Coalición Canaria, con su coletilla del compromiso de votar al candidato del PP en la investidura de este año fue el primer indicio de esa realidad, y más recientemente todos los intentos de mejorar sus relaciones con CiU, pero sobre todo la machacona descalificación de cualquier coalición electoral liderada por el PSOE pone de manifiesto el pavor a ser desalojados del poder por la conjunción de diversas fuerzas que obtuvieran, en conjunto, más escaños que ellos. Ya estaban elaborando una campaña sobre la base de transmitir que la única alternativa a un Gobierno del PP sería un "barullo", pero esa estrategia ha quedado en entredicho desde el momento en el que Zapatero ha manifestado su predisposición a gobernar únicamente si resultaba ser el más votado.

Y de esos hechos se pueden obtener nuevas reflexiones sobre un escenario inédito en la vida política nacional española, y que alcanza, al menos, a dos extremos. Por una parte a la posibilidad de realizar coaliciones de gobierno, y, por la otra, a un posible escenario en el que el partido con más apoyo popular no resulte el primer partido en número de escaños.

Todos los gobiernos constituidos desde la Constitución de 1978 en España han sido gobiernos monocolores, por lo que no tenemos experiencia en gobiernos nacionales de coalición. Otra cosa ocurre en los Ayuntamientos y las Comunidades Autónomas, donde cada vez más se expresa la pluralidad ideológica de la sociedad, traducida en la presencia de diferentes fuerzas políticas en los gobiernos. En Europa son frecuentes los gobiernos de coalición, y muchas veces ni tan siquiera están formados por fuerzas del mismo espectro ideológico. Incluso en España, durante la Segunda República, todos los gobiernos que hubo fueron gobiernos de coalición, por lo que la formación de coaliciones no resulta forzosamente indeseable como nos quieren hacer ver desde las filas conservadoras.

Otra cosa es que el PP no encuentre posibles socios para liderar un gobierno de coalición y, por lo tanto, intente sacar a pasear el voto del miedo. Pero el voto del miedo funciona, y perdonen la obviedad, hasta que deja de funcionar, y es más que posible que los ciudadanos en estos momentos el único miedo que alberguen es al de un nuevo gobierno mayoritario del Partido Popular.

La segunda cuestión puesta de manifiesto tras las palabras de Zapatero consiste en la posibilidad de que el partido más votado no sea el que obtenga más escaños. En España no ha ocurrido todavía, bueno, salvo en Cataluña y por dos veces, pero cabe la posibilidad de que ahora ocurra, y que la disfunción beneficie a la derecha. Por cierto que algo tendrán los sistemas electorales cuando eso ocurre -como varias veces en el Reino Unido, en las últimas elecciones presidenciales americanas, o en Cataluña- y el beneficiado siempre haya sido el partido de la derecha. Y por supuesto si eso ocurre alguna vez en España, no les quepa la menor duda que el beneficiado será también el PP. Pero ese extremo, aunque pueda aparecer escandaloso, no resulta grave, si los ciudadanos y las fuerzas políticas asumen las características del sistema electoral existente. En el Reino Unido, sin ir más lejos, un sistema electoral mayoritario de distritos uninominales, no sólo resulta ampliamente aceptado sino que no se baraja ni por asomo un cambio radical, y por ello aunque a veces los tories hayan obtenido menos votos, pero más escaños que los laboristas, el resultado no se pone en cuestión porque es consecuencia del sistema electoral.

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Pero en España, nuestro sistema electoral no tiene, ni por asomo, tal grado de aceptación. Incluso cada vez se oyen más voces pidiendo su reforma, aunque a veces esas voces se centren en aspectos que, en mi opinión, no son los más importantes, como es la existencia de listas abiertas, que en los países en los que existe no ha producido los beneficiosos efectos que aquí prevén sus defensores. Pero la reforma debe ser más profunda, aun cuando haya el inconveniente de que buena parte de los principios del sistema electoral se haya incorporado a la Constitución, en un ejemplo de la miopía que cegó a la izquierda en las Constituyentes.

El sistema de partidos viene determinado por el sistema electoral. En la medida en la que el sistema sea más proporcional proliferará el número de partidos; por el contrario, un sistema mayoritario conduce a la existencia de dos, a lo sumo tres, partidos, más los que tengan un alcance territorial limitado (formaciones nacionalistas, regionalistas o de ámbito local). Pero el caso es que el sistema electoral español no es ni carne ni pescado. A veces se achaca las deficiencias de nuestro proceso electoral a la denostada regla D'Hont, pero los defectos no se deducen tanto de ella como de la delimitación de la provincia como distrito electoral, ya que la diferencia de población entre unas provincias y otras es tal que resulta que nuestro sistema electoral es proporcional puro en dos provincias (Madrid y Barcelona), proporcional corregido en las provincias medias (otras diez que eligen entre ocho y dieciséis diputados) y, en las demás, como ha señalado entre nosotros Martínez Sospedra, el sistema funciona como mayoritario corregido.

Naturalmente así se producen una serie de anomalías, que cada vez aparecen con más frecuencia en nuestro sistema político. El sistema electoral, añadido a otros extremos, como por ejemplo, una presencia en los medios públicos de comunicación que está en relación con el número total de votos obtenidos, aun cuando parte de éstos no hayan servido para la obtención de escaños, o en el número de circunscripciones en los que se presenta una formación política, obliga a algunos partidos a presentarse en todos los distritos, aún a sabiendas de que es totalmente imposible que, en algunos de éstos, puedan obtener escaños. Y si tenemos en cuenta cuál es la formación que se encuentra en esas circunstancias y la cantidad de votos que no sirven para la obtención de escaños, ha de concluirse que también en España el sistema electoral determina el sistema de partidos. Pero que, lamentablemente, es un sistema que parece encaminado a favorecer a las formaciones conservadoras, sean éstas de ámbito nacional, o bien de ámbito autonómico.

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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