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Crítica:DANZA | Dancetheatre Company
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Generación del relevo

Hace más de cuatro años que Dani Pannullo se empeñó en trasladar a la escena propiamente dancística el baile más puntero y cañero de los jóvenes: break dance en su versión más atrevida. El resultado, aun siendo ecléctico, tiene suficiente entidad estética y un justificado cuerpo coreográfico que poco a poco va ganando terreno. De esto se dieron cuenta en Francia desde muy temprano y ya todo lo que ronda al hip-hop creativo goza de un tratamiento especial y ha merecido hasta fondos especiales desde los organismos públicos que atienden la danza. Y como muestra, un botón: el prestigioso Festival de Suresnes, en los alrededores de París, se ha consagrado en exclusiva a ello.

En Jukkuri, que significa lentamente en japonés, Pannullo estructura un diálogo en contraste a través de escenas alternas de break con los números en solitario del japonés Furutani, una especie de neo-butoh, consiguiendo un ritmo que resulta reflexivo a la vez que potente y donde no decae ni la energía ni la geometría. Este original recurso provoca un universo estético muy contemporáneo, atractivo y que hace pensar en el triunfo de un baile globalizado y relativizado a los ritmos electrónicos y lo que ellos marcan.

Dancetheatre Company

Jukkuri. Dirección artística: Dani Pannullo. Vestuario: Fran de Gonari y Adidas. Iluminación: Maxi Gilbert y Rubén Galiardo. Sonido: Israel. Bailarín invitado: Furutani Michiyasu. Ciclo Cartografías de la Danza. Teatro de Madrid, 16 de enero.

La nueva versión de Jukkuri también deja claro que su principio modular permite variaciones infinitas. Esta vez Pannullo incluye con notable acierto a otra artista singular: Olaia, una bailarina de tintes acrobáticos que se integra perfectamente en el universo hip-hop, pero añadiendo de su cosecha ese toque serpenteante y virtuoso que la hace espectacular. El bailarín japonés, por su parte, se mete en el diálogo en una especie de tercer lenguaje, pues sobre su cuerpo los movimientos de bisagra del break adquieren liquidez y armonía. Los otros intérpretes, ya conocidos del público, Dani, Michi y Manolo, dan un curioso contrapunto al ser tan distintos entre sí, y está claro que ya no son muchachos que queman energía en una plaza dura de la ciudad, sino verdaderos animales escénicos capaces de emocionar y de transmitir la inquietud generacional que les es propia. Hay que hacer mención a la cuidada iluminación y al sonido, que finalmente redondean el estilo de este director y le conceden el carácter de pionero, al menos en nuestro entorno, de un fenómeno que ya con propiedad ha trufado a la danza y al ballet contemporáneos.

Siguió estando solamente ocupado la mitad del aforo del teatro de La Vaguada, pero hay que pensar que mucho público, potencialmente interesado, quizás ni siquiera sospecha que a los breakers ya hay hoy que aplaudirlos.

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