De cómo un niño disecciona un pollo
Si aún hay niños que dicen que la leche sale de la botella, los huevos de la nevera o la carne de McDonalds es porque nunca se han acercado al mercado de la Boqueria. Si ustedes se fijan bien, al final de este mercado hay un edificio de cristal con un ascensor a la vista que les conducirá al Aula de Cuina, una iniciativa gastronómica de la Associació de Venedors de la Boqueria, con la colaboración y el asesoramiento de Llorenç Torrado. El Aula se abrió el pasado marzo y allí empezaron los Tallers de cuina per a nens, algo digno de ver, aunque, claro está, no se permite la entrada de adultos porque la fiesta es para ellos, los más peques.
El objetivo de los talleres es transmitir la cultura de la comida a los niños, que le pierdan el respeto, que la encuentren familiar, divertida, interesante. Para ello hay que oler, observar, tocar, descuartizar, amasar, probar... cualquier producto digno de ser comido. En los talleres, los niños elaboran una receta y mientras se cuece se escoge un producto que se estudia a fondo, siempre relacionado con la estación del año en que vivimos. El pescado azul, el mundo del olor de las especias, la granada y su mitología, las formas de la calabaza, cómo reconocer la calidad de un huevo, el gusto y el olor a bosque, las formas y los colores de una col, las frutas rojas, la textura de las peras, las flores comestibles... Eulàlia Fargas es la responsable de todo este mejunje que tiene encandilados todos los sábados, de 11.00 a 13.00, a un nutrido grupo de niños que tienen entre 6 y 12 años.
Los niños huelen, observan, tocan y descuartizan con el objetivo de transmitir la cultura de la comida, que le pierdan el respeto
La receta del pasado sábado eran las galletas de colores, mientras que el tema estrella era la anatomía de las aves: el gallo y el faisán. Unos 25 chavales escuchaban con una atención religiosa las explicaciones de Eulàlia, ayudada siempre por Montse del Barrio -la super-Montse, como dice Eulàlia-. Pero como no se trata sólo de escuchar, sino de experimentar, en la mesa había un precioso faisán y un pollo pelado a punto para la disección. "¿Qué es esto?", les preguntó alzando el animal por las patas. "¡Una pechuga!", saltó una niña, enseguida. Tras corregir el error, Eulàlia empezó a cortar y a enseñarles cómo comen los pollos y por dónde pasa la comida. Los niños pudieron seguir el proceso de la digestión: hundieron los dedos en el hígado, pelaron la molleja, tocaron las dos pechugas diseccionadas, el aparato reproductor... Al principio había algún comentario de asco, algún aprensivo que era la primera vez que seguía el taller y prefería sólo mirar. Pero pasados los primeros minutos de estupor -o de sorpresa- no había nadie que no metiera la mano en los restos del pobre pollo hecho pedazos. Y allí estaba, también, el faisán. "¿Tendrá lengua?", preguntaba un niño abriéndole el pico. Mientras, la sala iba cogiendo el aroma a galleta de mantequilla que se cocía en el horno. Los niños habían amasado la harina con el azúcar, los huevos y la mantequilla, todo coloreado al gusto de cada cual. Las formas eran infinitas. Dragones, coches, casitas, cerdos, serpientes... Cada niño se llevaría sus galletas en una bolsa de plástico. Fuera, los padres que habían llevado al hijo por primera vez al taller esperaban con curiosidad su salida. Muchos padres se sorprenden de que su hijo sea capaz de comer un budín de mariscos, un paté de conejo o unos farcellets de col, algo que los niños tienden a odiar. Pero en el Aula, la col, las lentejas o las espinacas adquieren otra dimensión: la comida es un juego, se descubren gustos nuevos, todo puede llegar a ser muy apetitoso y el niño se lo come encantado. ¿Por qué no ocurre lo mismo en casa?
"A los niños les gusta la sensación de hacer ellos la comida, de experimentar", comenta Eulàlia. "Hemos trabajado las distintas carnes y disfrutan oliendo, destrozando, descubriendo los nervios y los tendones". Los niños se quedan pasmados cuando Eulàlia les cuenta que una vaca elabora 60 litros de saliva cada día. O que los conejos y las liebres se comen sus primeros excrementos, que les ayudan en su digestión. O les hace probar los tomates cherry para que experimenten la explosión dentro de la boca. ¿Sabían ustedes que los calamares se comunican entre ellos por el cambio de color de la piel? La verdad es que dan envidia, estos niños, con todas las historias que les cuenta Eulàlia. Hace unos meses aprendieron a sacar la espina de las sardinas, también han catado quesos y se quedaron de piedra cuando descubrieron las muchas variedades de manzana que hay en el mercado, cuando ellos sólo comen la golden. "Los niños tienen el paladar virgen", dice Eulàlia, "tienen muy buen criterio, somos nosotros, los mayores, que los ensuciamos".
La afición de Eulàlia Fargas por la gastronomía le viene de lejos, cuando trabajó de documentalista con Llorenç Torrado durante siete años. Luego aprendió las técnicas de cocina de la mano de Fermí Puig. Ahora está enfrascada en esos talleres, aunque, dice, no le resulta rentable. También organiza talleres para escuelas. Los niños pagan 10 euros por sesión. El teléfono de contacto es el 616 97 68 93. Eulàlia está tan metida en la cocina que a su hija le puso Oliva, que en nuestra cultura mediterránea simboliza la buena acogida. Es lo que los niños encontrarán en los Tallers de cuina per a nens. Es un regalo.
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