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Columna
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Política del 'vis-à-vis'

Me temo que esto de la revisión del sistema autonómico español no va a salir bien. Es más que un pálpito. No puede salir bien un proyecto tan complejo cuando cada uno de los participantes va a lo suyo. El Gobierno de Aznar es en gran medida responsable de que el melón haya reventado como lo ha hecho, cierto; como es cierto que el PSOE está haciendo un meritorio esfuerzo por reconducir la situación a los cauces de la racionalidad política con un programa electoral que apunta a la progresiva federalización de España. Pero este programa está abocado al fracaso cuando se plantea en un contexto político como el actual, cuando Euskadi y Cataluña han hecho de la asimetría un dogma de fe y otras comunidades, como Andalucía, dan pasos para ampliar su autogobierno. "Todo a 17", frivoliza Arenas Bocanegra, alumno destacado del Club del Sainete, mientras alardea de vertebrador. ¡Vertebrador él, vicepresidente de un Gobierno que pasará a la historia por su incapacidad para consensuar nada, representante de una manera absolutista de hacer política, mamporrera y remendona! Si un tipo como Arenas es quien ha de velar por la salud articular de España más le vale al país buscarse un buen quiropráctico. El PP es, hoy por hoy, parte del problema. Por eso, sólo cabe hacer lo posible para que pierda las próximas elecciones. Y, porque su talante ha sido el que ha sido, perderá si no obtiene mayoría absoluta.

Pero la derrota electoral del PP es condición necesaria, que no suficiente, para afrontar con garantías el reto de la organización territorial del Estado. Además de un Gobierno central consensual es imprescindible el concurso de unos poderes autonómicos capaces de armonizar el proyecto de cada una de sus comunidades con su compromiso a favor de un proyecto común. La construcción de una España nacionalmente pluralista ha de ser un proyecto colectivo o no será. Como ya he sostenido en otra ocasión, el proyecto del lehendakari Ibarretxe (no sé si también el de Maragall-Carod) puede ser, formalmente, compatible con la construcción de un Estado plurinacional, pero no apunta ni empuja en esa dirección. Si las cosas van por ahí, bien, y si no, también. Pero este unilateralismo, este centramiento en los intereses propios puede acabar haciendo fracasar cualquier intento de acción común, tal como queda perfectamente reflejado en el llamado Dilema del Prisionero.

Dos delincuentes son detenidos y encerrados en celdas de aislamiento de forma que no pueden comunicarse entre ellos. La policía sospecha que han participado en el robo del banco, delito cuya pena es diez años de cárcel, pero no tiene pruebas. Sólo puede culparles de un delito menor, tenencia ilícita de armas, cuyo castigo es de tres años de cárcel. En esta situación, el juez promete a cada uno de ellos que reducirá su condena a la mitad si proporciona las pruebas para culpar al otro del robo del banco. Quien así lo haga, es decir, quien traicione a su compañero, será condenado a una pena mínima de un año, mientras el acusado deberá cumplir la pena de diez años. Ahora bien: si resulta que los dos prisioneros se acusan mutuamente, ambos cumplirán la condena máxima. En principio, los dos saldrían mejor parados si renuncian a acusarse, si son leales el uno para con el otro: en tal caso, serían condenados sólo por tenencia de armas. Pero, ¿y si sólo uno de ellos se comporta con lealtad? Estaría haciendo el primo y, como consecuencia, se comería todo el marrón mientras que el traidor sólo cumpliría un año de cárcel. La tentación de traicionar, premiada con una condena mínima, es demasiado fuerte. Pero si, persiguiendo el interés propio, ambos se comportan deslealmente, el destino de ambos será pasar diez años en prisión. El problema que desvela el Dilema del Prisionero es que lo individualmente racional conduce al fracaso colectivo. Buscar, exclusivamente, lo mejor para uno, acaba generando la peor situación para todos.

Los presos del juego no pueden comunicarse entre ellos y, como consecuencia, carecen de medios para establecer una base de confianza que les permita actuar de común acuerdo. No es este el caso de los dirigentes políticos. Físicamente se encuentran libres para hablar entre ellos. ¿Por qué no lo hacen? Practiquen el vis-à-vis. Verán qué bien.

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