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Crítica:TEATRO | 'Los maestros antiguos'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Crítica del todo

Empecemos por Kafka, 1883- 1924: escribía entre las dos guerras y veía el absurdo fatídico de la Europa central: la gente que se convierte en insecto, con todo lo que eso conlleva; los policías que se llevan al individuo insectizado y le matan, el juicio sin explicación, el castillo con las puertas para nadie. Llegamos a Thomas Bernhard: es uno de los nuestros. Con relación a mí, como referencia: Kafka murió cuando yo nacía; Bernhard, en 1936, cuando yo miraba al cielo, camino del instituto, para ver si llegaban los aviones nazis franquistas. Murió hace diez años: cuando llegaban a mi segundo matrimonio dos niños.

Hago en esto un compendio de los dos maestros de lengua alemana, de la Europa Central: Kafka veía venir al nazismo y de hecho un gran número de sus compañeros de clase, judíos como él, fueron a morir en campos de concentración. Bernhard debió ir a la escuela de los nazis austriacos, y vio llegar la democracia: a la austriaca, repito. La diferencia es que lo que Kafka tuvo que contar en metáforas, Bernhard lo dice en prosa clara y directa. La democracia falsa, o tramposa, se ve en todos sus escritos. El Estado sigue siendo omnipotente: todo es él, todos somos de él. No debe ser casual que una de las primeras traducciones se hiciera aquí, La Calera (por Miguel Sáenz, Alianza Editorial, 1987) . La crítica al todo, a la falsedad y la ficción, a la mascarada, es una continuación de la historia. No en vano su adaptador actual al teatro, Albertí, dice que las mismas cosas pueden decirse en Barcelona. La Barcelona del lampiño Pujol, o el Madrid de la gárgola Aguirre o la España del hirsuto Aznar. Dentro de ello: la cultura, la música, que en esta obra o libro se dedican al mundo germánico: en el que vive el personaje, supuesto corresponsal del Times.

Los maestros antiguos

Sobre la novela de Thomas Bernhard. Intérpretes: Carles Canut, Mingo Rafols, Boris Ruiz. Adaptación y dirección: Xavier Albertí. Sala Princesa del Teatro Nacional María Guerrero. Madrid.

Las risas que se oyen en Madrid vienen de eso: no sólo del humor que acompaña siempre al dolor si es certero, y que Bernhard utiliza continuamente, sino de la identificación, como siempre es necesario en el teatro: negativa o positiva. Ah, Bernhardt aún escuda a su personaje Reger en una tragedia: su esposa murió y los años transcurridos no han borrado su amargura, su extrañeza: su manera de mirar.

La adaptación: la novela de casi doscientas páginas en castellano está inevitablemente compendiada para un poco más de hora y media. Tengo la sensación de que está relatada tomando párrafos diversos: desde el principio hasta las últimas líneas. Bernhard divide su personaje en tres: así aquí, pero los tres -un amigo, un conserje, el propio individuo- hablan por uno solo. Todo funciona: se sale con la impresión de haber conocido bien el relato. Me parece necesario, de todas maneras, advertir que es mucho mejor leer la novela (por Miguel Sáenz, Alianza editorial, 1990), y mejor, el que pueda, en el original.

La interpretación y la dirección son excelentes. Canut lleva encima todo el peso del amargo Reger y lo lleva bien. Y los demás. En el estreno todavía pesaba sobre ellos el hecho de haberlo representado tantas veces en catalán; no tienen el menor problema en la prosodia castellana, pero tienen el de que a veces van a decir la palabra catalana. Se habrá corregido. Y otra dificultad: el escenario está prácticamente encima del público. Con todo eso, no merecen más que elogios los actores y el director y versionista. Y los recibieron.

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