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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El público transfigurado

La verdad es que me siento como en casa. He llegado al Teatro Victoria una hora antes de que empiece la función. El Victoria es uno de los teatros más grandes de la ciudad y hoy se llenará hasta el palo de la bandera porque ofrece una función especial, algo distinta. La función lleva por título El concurs y en ella participan unos 50 actores a los que, en los últimos años, he aprendido a conocer y querer.

Me cuelo hacia el escenario donde sé (por la mêlée espontánea que se ha formado a su alrededor) que Glòria Rognoni, la directora, está dando las últimas instrucciones a los actores. Me pongo discretamente a sus espaldas y escucho. "Lo que quiero es que salgáis a disfrutar". Lo dice con un énfasis capaz de conferir a sus palabras un perentorio poder de convicción. Luego la mêlée se deshace y algunos de los chavales me reconocen de otros años y me saludan con efusividad.

Los espectáculos que hace Femarec obligan al público a ver la realidad con una mirada nueva, despojada de tópicos y prejuicios

Voy a tratar de explicarme mejor. Los actores del Grup de Teatre Social de Femarec sufren algún tipo de discapacidad psíquica o son enfermos mentales. Y los espectáculos que hacen -resultado de un año entero de trabajo- cumplen diversos objetivos, entre los cuales, y no en último lugar, se encuentra el de crear un producto cultural, es decir, una obra que obligue al público a ver la realidad con una mirada nueva, despojada de tópicos y prejuicios. Una mirada que me atrevería a calificar de liberadora, incluso catártica. Y conste que no estoy haciendo poesía.

Desde 1999, cuando vi en el Victòria Els quatre elements, sobre poemas de Marta Pessarrodona, he intentado seguir las actividades de esta compañía. Glòria Rognoni la dirige, desde su silla de ruedas, desde 1997 y, con El Concurs, ya son siete los espectáculos que ha montado. El primero, Hivern, fue sobre textos de Miquel Martí i Pol. Le siguieron Les quatre estacions (de Glòria Rognoni), Un dia una vida y Els tresors (de Josep Maria Benet i Jornet) y, el año pasado, Metamorfosi (también de la Rognoni). Todos ellos conjugan los diversos lenguajes de la escena -desde la danza al mimo sin olvidar el texto- con la intención de que todos los integrantes de la compañía tengan su momento estelar, su gag, su instante de gloria.

Lo cierto es que me alegra que los chavales me recuerden. Entre ellos, provisto de libreta y de bolígrafo, soy el periodista: "Tú eres el periodista, ¿a que sí?", me dice una especialmente decidida, mientras me da la mano con una enérgica sacudida. "¿Qué tal los nervios?", pregunto yo. "¿Nerviosos nosotros? No, qué va". A telón bajado y entre bambalinas me explican que llevan todo el año trabajando en grupos que se reúnen en días alternos. "Vamos a pasárnoslo bien". Están pendientes de las indicaciones de Gloria Rognoni y es a través de ellos como me entero de que tenemos que bajar la voz porque ya han abierto sala. "Sssst, que ya entran". En un susurro me explican de qué va la obra de este año. Llega el momento de concentrarse, así que me voy.

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Aún falta un rato para que empiece El concurs. Toni Font, que fue mi cicerone el primer año, está atareado recibiendo a la prensa. Lo cazo al vuelo. "En Francia e Inglaterra hay incluso compañías profesionales de actores con discapacidades psíquicas", me cuenta Font, "y aquí aún tenemos que hacer esfuerzos cada vez que intentamos explicar que lo que hacemos es un acto cultural, no un acto social. Claro que el Teatre Social tiene otras utilidades, incluso terapéuticas, pero yo diría que el más beneficiado es siempre el público".

En el breve discurso previo a la función, Maria Mercè Clara, presidenta de Femarec, define con un término casi poético los objetivos de Femarec: "La integración feliz". Es decir, la integración que les permita una plena autonomía personal en un mundo que ellos sienten hostil como el bosque nocturno de Blancanieves. Y, entonces sí, se apagan las luces de sala y Mont Plans presenta la función: "¿Sabéis aplaudir? ¿Sabéis silbar? ¿A ver? Que os oigan ellos". Y una estruendosa ovación se eleva desde la platea mientras se levanta el telón.

El concurs es una parodia de un reality show en el que los concursantes tienen que lograr la empatía con el público contándole su vida. Hay dos presentadores, cinco concursantes, otros son figurantes, otros el equipo técnico... La dificultad estriba en conjugar las diferentes discapacidades, que pueden ser leves y menos leves, y hacer que cada uno se sienta protagonista. Los hay que tienen una eficacísima vis cómica, los hay con un verdadero sexto sentido para captar la atención del público, y los hay con una presencia escénica envidiable. El espectáculo es menos visual que otros años, pero igual de bonito. Y, además, el final es espectacular: todos los chavales con linternas de mano iluminando grandes hojas de papel de seda de color rojo que parecen arder como el fuego.

Confieso que siento envidia. Siento envidia del público que tienen estos chavales. No es que sea un público entregado, yo diría más bien que es un público transfigurado. Un público, sumergido en aplausos, que ha dejado de mirarse el ombligo. Un público, en definitiva, que ha entendido los beneficios de "una integración feliz".

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