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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Eugenio Monti, el gran campeón de los bólidos sobre hielo y del 'fair play'

El rojo volador, como se le conocía por el color de su pelo, aún es el piloto más laureado de la historia de los bobs, los bólidos del hielo, una de las pruebas tradicionales del deporte invernal. Nadie ha igualado aún sus 11 grandes títulos, 9 mundiales y 2 olímpicos, entre 1957 y 1968, en las dos modalidades de 2 y 4. El suizo Fritz Feierabend, anterior a él, alcanzó seis, y de los posteriores, otro helvético, Erich Schärer, también llegó a la media docena. De los dos grandes alemanes, Wolfgang Hoppe, uno de los pocos deportistas que estuvieron en la élite con la RDA y después con la Alemania unificada, se quedó en ocho, mientras el más joven Christoph Langen, el que más se le ha acercado, en nueve. Sólo Hoppe le superó en el número de medallas totales ganadas, 19, en más años, entre 1983 y 1997, frente a las 16 del italiano.

Monti fue uno de los grandes genios de la conducción del bob, cuya clave para conseguir la mayor velocidad, a más de 100 kilómetros por hora en los impresionantes canales de descenso, es evitar los roces con las paredes que pueden frenarlos y hasta provocar trágicos accidentes. Pero con ser extraordinario su palmarés, la mayor hazaña por la que ha pasado a la historia fue un gesto deportivo durante los Juegos Olímpicos de Innsbruck (Austria), en 1964, que le valió el primer Premio Internacional al Fair Play.

En tiempos aún sin profesionalismo, pero ya siempre con la misma ambición por ganar, dio un ejemplo de caballerosidad insólito. Mucho más si cabe, porque aún aspiraba a conseguir su primer título olímpico tras haber logrado sólo las dos medallas de plata en los Juegos de 1956, en su pista de Cortina, que desde ahora llevará su nombre, cuando empezó a subir a los podios. Y precisamente llegó por primera vez a lo más alto un año más tarde, en los Mundiales de Saint-Moritz (Suiza), donde fue tercero en bob a 2 el español marqués de Portago, fallecido años después en su otra gran afición de los coches.

Monti tenía una doble frustración olímpica, porque no hubo competición de bob en los Juegos de Lake Placid (Estados Unidos), en 1960, y no le compensó la revancha de ganar la prueba paralela justamente en Cortina. Empezaba a pensar en su mala suerte olímpica, pues había recalado en el bobsleigh tras tener que dejar el esquí. Seleccionado para los Juegos de Oslo, en 1952, y con posibilidades de brillar porque había ganado en pruebas previas a los mejores de descenso, se rompió las dos rodillas cuando se entrenaba.

Ya en la pista de Igls, donde se disputaron los Juegos de 1964, Monti sólo pudo ser bronce en la prueba de 4 y era su última oportunidad en la de 2 con su compañero Sergio Siorpaes. Habían hecho un gran tiempo en la primera manga y podían ganar. Sin embargo, cuando Eugenio vio que sus más peligrosos rivales, los británicos Anthony Nash y Robin Dixon no podían participar en la segunda al faltarles un perno de sujeción, no dudó en desmontar la parte posterior de su bob después de su bajada y prestárselo. Hicieron el mejor tiempo, se pusieron en cabeza y al día siguiente lo mantuvieron en las dos últimas mangas. Monti volvió a ser tercero, pero ganó el oro de la generosidad.

Tendría que esperar a los siguientes Juegos de Grenoble, en 1968, para lograr, al fin, a los 40 años, sus dos merecidas medallas de oro. El pasado miércoles, entre las coronas que acompañaban a su ataúd estaba una enviada por Nash y Dixon. Luciano de Paolis, compañero de Monti en sus dos últimas glorias olímpicas, comentó: "Dejaba que los otros se sintieran campeones cuando el verdadero campeón era él".

Eugenio Monti.
Eugenio Monti.ASSOCIATED PRESS

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