La desinversión del capital extranjero en España
La inversión directa extranjera que un país recibe es considerada por los economistas como una fuente de adquisición de tecnología, ya que las empresas más interesadas en expandirse internacionalmente son las que poseen mayores ventajas de propiedad, es decir, de tamaño y de conocimientos tecnológicos, en la terminología de uno de los teóricos más reconocidos sobre este asunto, J. Dunning. Puede esperarse así, y diversos estudios empíricos parecen confirmarlo, que la productividad de la mano de obra de un país encuentre en la inversión extranjera una vía de estímulo. Pero, siguiendo el mismo razonamiento, también cabe esperar que, cuando un país alcanza un alto nivel de desarrollo económico y tecnológico, la inversión directa extranjera que recibe tienda a decrecer, incrementándose en cambio la que se dirige desde dentro del país al exterior, como expresión de la madurez y los mayores conocimientos de sus empresas.
El que sean EE UU y Japón los países que aparecen con una inversión neta más negativa apunta a las economías emergentes como beneficiarias del proceso
No sólo disminuye significativamente el porcentaje de empresas de capital extranjero sobre el total desde 1998, sino su número global
España ha sido tradicionalmente uno de los países más dependientes del soporte tecnológico externo, sobre todo en su industria, donde los no residentes controlan, según los datos más recientes, los ofrecidos por Fernando Merino de Lucas para 1998, en torno al 42 % del valor añadido bruto, cifra que se eleva mucho más en el caso de las actividades tecnológicamente más avanzadas. Incluso el reducido esfuerzo tecnológico que nuestro país realiza, enormemente bajo comparado con el de nuestros socios europeos, debe mucho a las empresas multinacionales establecidas en nuestro suelo.
Pues bien, este estado de cosas ha experimentado cambios de envergadura en los últimos años de la década de 1990 y en los primeros años del nuevo siglo, algunos de los cuales revelan sin duda una creciente madurez de nuestra economía, pero otros introducen sombras que conviene despejar. En todo caso, llaman la atención sobre las políticas de crecimiento y desarrollo tecnológico que se han venido aplicando.
Aparentemente, la llegada a España de flujos de inversión externos se encuentra en su mejor momento, pues se alcanzaron cotas nunca antes vistas (cerca del 4% del PIB) entre los años 1998 y 2002. Pero no todo permaneció en el sistema productivo nacional, sino que una parte considerable -la mitad, aproximadamente- fue reexpedida a otros países a través de las entidades tenedoras de valores en el extranjero (ETVE), el nuevo baluarte de la inversión directa española. En lo que se refiere a las inversiones dirigidas al exterior desde España, las cifras fueron aún más relevantes en ese mismo periodo, incluso descontando esos "flujos de paso".
Por último, el balance entre los flujos recibidos y emitidos ha sido muy favorable para nuestro país, que ha dejado de ser un país receptor neto de flujos para pasar a convertirse en un inversor neto, y no sólo en el terreno ya habitual de la energía y los servicios, sino también en el de manufacturas, hecho menos conocido y en cierta forma sorprendente, dada la reducida dimensión relativa de las empresas industriales españolas. Un cambio trascendental, sin duda, en el modelo de internacionalización seguido hasta ahora, que cabe interpretar sin reparos como resultado de la fortaleza y competitividad de nuestras empresas, más clara en el ámbito de los servicios que en el de la industria.
También hay sombras
Sin embargo, tras esta brillante trayectoria se esconden otros hechos no tan favorables. Quizá el más relevante es la paralización de la entrada neta de capital extranjero en las manufacturas desde mediados de la pasada década, en particular en los sectores de mayor demanda y más avanzados tecnológicamente, lo que en una primera aproximación podría ser interpretado como la expresión del alto desarrollo alcanzado por la economía española, en función de lo expuesto antes.
No obstante, este hecho adquiere mayor relevancia y complejidad cuando se comprueba que no es sólo el resultado de un descenso de los flujos de inversión bruta recibidos, sino del paralelo aumento de las desinversiones, fenómeno al que los registros estadísticos han prestado muy poca atención, pero que puede ser investigado desde hace muy poco tiempo a través de los datos que ofrece el Registro de Inversiones Extranjeras del Ministerio de Economía, aunque no en toda su extensión. Aceptando las cautelas que el propio registro señala respecto a la información que ofrece, puede decirse que las desinversiones tienden a superar la inversión recibida a partir de 1998 (ver gráfico adjunto), una pauta que se generaliza a la mayor parte de las actividades sectoriales consideradas, y alcanza un destacado relieve en las industrias de mayor desarrollo tecnológico: en las de maquinaria de oficina, ordenadores, instrumentos de precisión y material y equipo eléctrico y electrónico, consideradas en su conjunto, la inversión neta registrada fue negativa por un valor de 1.242 millones de euros de 1995 entre 1998 y 2002.
No se trata sólo, pues, de que España recibe menos inversión directa en la industria desde finales de la década pasada, sino de que la previamente acumulada está disminuyendo, con ritmos diferentes en las diversas actividades, dando lugar a una nueva configuración de la presencia del capital extranjero en la economía española.
Es difícil saber cuál es el resultado final de este proceso sobre el stock de capital acumulado por las empresas extranjeras en España, porque éstas realizan inversiones desde dentro de nuestro país (reinversión de beneficios y otras inversiones financiadas con endeudamiento exterior) que no aparecen recogidas como inversiones extranjeras y actúan como compensación de sus desinversiones, sin que sepamos en qué cuantía. Pero existen indicios de que se está reduciendo la presencia del capital extranjero en nuestra economía. Así, en la muestra de empresas incluidas en la Central de Balances del Banco de España no sólo disminuye significativamente el porcentaje de empresas de capital extranjero sobre el total desde 1998, sino su número total, aunque no sabemos en qué medida puede deberse ello a variaciones en el número de las empresas que cumplimentan la encuesta recibida.
Pero incluso puede estar dibujándose una tendencia a la disminución en valor absoluto del stock de capital acumulado perteneciente a los no residentes en algunas actividades, como las de mayor desarrollo tecnológico.
Un ligero indicio al respecto, necesariamente tentativo, es que en el conjunto de éstas antes detallado la inversión extranjera neta negativa del periodo 1999-2002 alcanzó un valor equivalente al 29% del stock de capital físico en manos del capital extranjero en 1998, y al 13% del stock total con que cuenta la economía española en esas actividades. De nuevo, esto no significa que el valor del stock de capital extranjero haya disminuido durante el periodo: las empresas multinacionales instaladas en España han podido compensar las desinversiones con reinversiones de beneficios. De hecho, nuestros cálculos indican que así lo hicieron en los años anteriores a 1998, en los que también se registraron desinversiones importantes, aunque inferiores a las inversiones recibidas.
Menos atractivos
¿Hemos de interpretar estos hechos y tendencias de forma negativa? No por completo. De una parte, algunas empresas fueron compradas por el capital nacional, reflejando la creciente capacidad competitiva de éste, el mismo hecho que refleja la creciente inversión directa de las empresas controladas por él fuera de nuestras fronteras. No sabemos cuál es la proporción que cabe otorgar a esta motivación, pero sospechamos que ha sido importante en las industrias de alimentación, donde también se han producido muchas desinversiones (Ebro Puleva Abbot, MBO Sara Lee, Damm Heineken, Gullón United Biscuits...). De otra parte, algunas empresas extranjeras cambiaron la localización internacional de sus plantas, o cambiaron sus líneas de productos, o simplemente cerraron filiales, en el marco de un proceso de reestructuración internacional de sus actividades que es una respuesta a la competencia internacional creciente, o, si se quiere, a la globalización, y desde luego, al especial escenario de competencia que supone la Unión Europea, ahora en proceso de ampliación.
Esta motivación, que probablemente ha primado en las industrias tecnológicamente más avanzadas (Alcatel, Ericsson, Lucent Technologies, Delphi, Lear o Valeo son casos bien conocidos), es más preocupante, porque es síntoma de que España tiende a perder atractivos como lugar de localización de inversiones, a favor de economías emergentes, o de las economías del centro europeo, con un entorno más favorable a la innovación y la cooperación tecnológica, o tal vez de las economías del Este europeo. El hecho de que sean, sobre todo, EE UU y Japón los países que aparecen con una inversión neta más negativa en España en los últimos años apunta hacia las economías emergentes como principales beneficiarias de este proceso.
En cualquier caso, la conclusión es obvia. España no podrá basar su crecimiento económico futuro en la tecnología que le viene de fuera vía inversión extranjera, sino que tendrá que apoyarlo en tecnología propia. Lo más preocupante es que no lo esté haciendo ya y que ni el Gobierno ni la oposición muestran conciencia clara de la necesidad de hacerlo, aun cuando en los próximos años se han de enfrentar a un escenario con menor ayuda procedente de los fondos estructurales europeos. Tecnología propia significa mucho más gasto de investigación y desarrollo, apoyado en mecanismos de financiación a largo plazo (capital riesgo), y un sistema organizativo eficiente que involucre a la Universidad y a la empresa y que recompense a los equipos capaces. Estamos lejos de algo parecido.
Rafael Myro y Carlos Manuel Fernández-Otheo son profesores de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.
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