Las penas de Vieri
El calcio se puede mirar desde ángulos muy diversos. Si se mira desde la grada del Roma, es una maravilla: la Champions se pierde este año un equipo que, por talento y exuberancia, recuerda al Ajax de los 70. Si se mira del lado de la Juve, es un prodigio industrial: la factoría turinesa gana siempre, juegue bien o mal. Si se mira hacia el Inter, es un misterio: su afición parece incapaz de ser feliz. Antes, con Héctor Cúper, sufría porque los jugadores parecían sonámbulos con úlcera; ahora, con Alberto Zaccheroni y con el equipo en alza, sufre por Vieri. Y la afición sufre mucho. El mal de Vieri es de los peores que existen.
¿Qué le pasa a Vieri? Nadie lo sabe, y él nunca habla. Está triste, enfadado, ausente. Como peleado consigo mismo. En un partido internacional contra Azerbaijan montó un drama, pateando una botella de agua, cuando Trappatoni le sustituyó; pateó también una valla publicitaria en el encuentro ante el Roma y un micrófono el domingo siguiente; se negó a celebrar su gol contra el Ancona... El gigantesco ariete recibe todos los mimos del técnico y de sus compañeros, pero no parece suficiente.
El asunto resulta especialmente grave porque Vieri es el tótem de San Siro. De otros futbolistas se escriben biografías; de él se escriben ensayos sobre la pasión, como una obra llamada Keep on fighting (Sigue luchando). Vieri encarna a la perfección la imagen que tiene de sí el tifoso interista: luchador, inestable, con rasgos sublimes y tendencias autodestructivas. Los vieriólogos más sutiles creen que su desasosiego nació con el despido de Cúper: le sentó mal que algunos le acusaran de haber forzado la marcha del argentino.
El caso es que el sábado, en el estadio milanés, estalló la tensión reprimida durante semanas por un público obsesionado con Vieri. Una parte de la afición silbó al ídolo, quien respondió aplaudiendo ostensiblemente hacia la grada; en ese momento, otra parte de la afición empezó a silbar a quienes silbaban. Se formó un barullo monumental, mientras la esfinge se sacrificaba más que nunca por sus compañeros, corría como un poseso y exhibía en el rostro sus misteriosas penas. Concluyó el peculiar calvario con un gol de firma: corrió hacia puerta con un par de defensas colgando de la camiseta y rompió el balón contra la red. Era el 6-0. Pero Bobbo siguió triste. Nadie se fue feliz de San Siro.
Vieri prometió cumplir sus cinco años de contrato con el Inter. Después de vagabundear por Pisa, Ravena, Venezia, Atalanta, Bergamo, Juventus, Atlético y Lazio, ya con 30 años, parecía haber echado raíces en Milán. ¿Se quedará? ¿Enfermará de pena? ¿Podrían los interistas vivir sin él?
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