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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Como en casa

El israelí Eliahu Inbal (Jerusalén, 1936) se mueve por los vericuetos de la Orquesta Nacional como por el pasillo de su casa. Los aficionados que, con el tiempo, han dado la espalda a su abono vuelven a él al conjuro de su nombre, pues es director de buen criterio y siempre ofrece espectáculo. Verle es asistir a la escenificación en su límite de los gestos y las maneras más tópicas de la figura rectora que representa: planta erguida, largos brazos, movimientos enérgicos y el poco pelo que le queda colgándole hasta casi los hombros. Pero escucharle suele equivaler a vivir algunos de los mejores momentos de la temporada.

El programa se abría con Muerte y transfiguración de Richard Strauss, no precisamente una obra como para empezar. Se entra en calor rápidamente y se exige de todos una atención plena. La versión estuvo muy bien planteada por Inbal, con un crecimiento lógico de la dinámica tímbrica y expresiva y una llegada al clímax final suficientemente dotada de emoción, como lo estuvo toda la pieza -con eje en la dialéctica entre acabamiento y resurrección- de atención al detalle.

Orquesta Nacional de España

Eliahu Inbal, director. Barry Douglas, piano. Obras de Strauss, Mozart y Dvorák. Auditorio Nacional, Madrid. 21 de noviembre.

La sorpresa para muchos de los presentes fue la Quinta de Dvorak, sinfonía muy poco programada, que no alcanza las calidades del tríptico final de su autor pero que se escucha con interés. Inbal la resolvió estupendamente, sacándole todo lo que lleva dentro -sobre todo en su hermoso Andante con moto-, con una ONE que vuelve a sentirse a gusto cuando se enfrenta a las novedades, o casi. Planteó muy bien el sorprendente primer tiempo y siguió hasta el final prácticamente sin solución de continuidad entre el resto de los movimientos, lo que nos alivió de la ruidosa expectoración tan habitual en el público del Auditorio. El día que se pueda hacer lo mismo con el papelito de los caramelos de eucalipto habrá que pensar en proponer al artífice para el Nobel de Física. Qué tortura y qué falta de respeto.

Barry Douglas (Belfast, 1960) parece haber perdido gas con el paso del tiempo tras su fulgurante aparición en los ochenta. Su papel en el hondo Concierto nº 24 de Mozart no pasó del mero aseo, tratando su trama sin demasiada exquisitez aunque con solvencia. Lo que no es bastante en música tan bella.

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