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Columna
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Próxima Princesa

El heredero de la Corona Su Alteza Real don Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias, -o como hubiera preferido decir Alfredo Urdaci ese punto, a punto, erre punto-, acaba de anunciar su compromiso matrimonial con doña Letizia Ortiz. El Rey ha declarado su conformidad y ha dejado constancia de la misma ante la presidenta del Congreso, el presidente del Gobierno y los líderes de las principales fuerzas políticas parlamentarias. Era un requisito constitucional porque un enlace contra el parecer del Rey y de las Cortes hubiera tenido consecuencias en el orden sucesorio. El Príncipe advirtió que se casaría enamorado y lo está. Su decisión hubiera sido discutida en el caso de alguna filtración anticipatoria, pero ahora ya no se discuten hipótesis sino realidades firmes que es muy distinto desafiar. Prevalece por todas partes el deseo de augurarles felicidad que les ayudará en el cumplimiento de sus exigentes deberes.

Tendremos boda el próximo mes de junio, aunque sea bajo la discutida arquitectura de la catedral de la Almudena. Cuánto mejor aquellas ruinas inacabadas sobre las que creció el musgo del abandono durante los 40 años del nacional-catolicismo franquista que el discutible resultado artístico de la culminación de las obras, a las que el papa Juan Pablo II puso la última piedra en 1993. En todo caso, frente a ese juicio sumarísimo reiterado por el aznarismo rampante según el cual los 14 años de gobierno socialista sólo dejaron paro, despilfarro y corrupción, se imponen algunos reconocimientos ineludibles. Por ejemplo, este de la catedral de la Almudena, a cuya terminación dedicó Felipe González esfuerzos decisivos para levantar los fondos necesarios sin que se le hayan ofrecido los debidos reconocimientos.

Una boda como la del Príncipe hará de su esposa doña Letizia, Princesa de Asturias. Sucede como con el Rey, cuya esposa es la Reina. Mientras que la recíproca deja de ser constitucionalmente cierta porque nuestra Carta Magna, en el caso de que acceda al trono una mujer, habla de la Reina y del consorte de la Reina, al que rehúsa el nombre de Rey. En esta cuestión los varones atraen a su condición a sus consortes mientras que las mujeres no pueden hacerlo, según norma habitual en todas las monarquías que buscaba evitar confusiones y subrayar la autonomía de la titular de la corona. Una boda real suele ser ocasión de recuperar viejos rituales y ser vista como un regreso al pasado. Pero las circunstancias pueden añadirle otros significados.

Por ejemplo, la boda del rey Mohamed VI de Marruecos supuso un claro impulso a la modernización social del país. Por primera vez se hablaba de un rey en lugar de un sultán, se presentaba en público a una esposa con estudios superiores de ingeniería, que asumía papeles de consorte, y se abandonaban las reminiscencias de los harenes y las discriminaciones de siglos. Ahora afloran consecuencias decisivas que cambian las leyes de familia y avanzan en la definición de un nuevo estatus legal de la mujer, que sorprende al recordarnos la insoportable situación de partida. El rey de Marruecos ha hecho su esposa a una joven graduada universitaria a través de la cual muchas conciudadanas se han sentido bajo una nueva y mejor consideración social.

A la boda del Príncipe ya le han salido multitud de padrinos y de doctrinos y más que le sobrevendrán con riesgo de incurrir en dosis de empalago. Por el momento, la galería de expertos en monarquías y de peritos en lunas ha quedado muy por debajo de la gente del común que expresa su buena voluntad y quiere ver feliz a la pareja. La política matrimonial de los Reyes Católicos ha dado lugar a concienzudos estudios y la Reconquista sería inexplicable sin los enlaces matrimoniales que fueron uniendo los reinos cristianos. Pero ahora las alianzas precisas pueden ser de otra naturaleza, por ejemplo con los medios de comunicación. Esta Monarquía constitucional que tenemos llegó desambientada porque el mismo Franco, tras declarar España en Reino, se preocupó de educar a los españoles en la animadversión a la Monarquía, a la Dinastía y a don Juan que era su titular, mientras que don Juan Carlos hubo de curtirse en la escuela de la adversidad y el desafecto que le brindaba a cada paso la muchachada de aquel régimen. Don Felipe nació aquí, no en el exilio, pero tiene muy difíciles tareas y muy exigentes deberes que a todos nos conviene que siga cumpliendo, démosle nuestro aliento.

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