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Columna
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La noche en la luna

Un día supimos que los versos no los podíamos reducir a los magistrales endecasílabos de nuestros clásicos, ni al intimismo de la lírica moderna, ni a la llamada poesía social que debía cambiar el mundo. La poesía la podíamos también encontrar tatareando la cancioncilla que la radio emitía una y mil veces: el lirismo y el mensaje poético estaban casi seguros detrás de quien la tatareaba. Eso nos lo enseñó, cuando gastábamos nuestros años mozos, Manolo Vázquez Montalbán que se ha ido en Bangkok, pero se ha quedado para siempre en sus novelas y poemas.

Uno de esos poemas, que uno evoca con cierta frecuencia, apunta al contraste existente entre el texto de la melodía que se tatareaba y la realidad cotidiana de quien la tatareaba. La letra de la canción habla de un nido de amor que tienen una pareja de tórtolos, construido arriba en la montaña; un nido que se confunde con el mismo cielo; una especie de casita de papel donde los enamorados pasan la noche en la luna. Vida y noches color de rosa en la canción, mientras quien la tararea se harta de cambiar pañales, coser a máquina, y espera fatigada y sin apetito que entre por la puerta el marido, que llega cansado de la fábrica. La canción popular y la realidad popular: ésa es la lección para siempre y de siempre de Vázquez Montalbán. Es una lástima que, según las encuestas, los lectores de poesía sean escasos. Entre quienes rigen los destinos de la cosa pública, el número de interesados por la lírica también debe ser reducido.

Si no fuera reducido, sabrían de la fina ironía del creador de Carvalho hacia quienes nos pintan la vida de color de rosa como si estuviésemos en la luna. Y quien nos pinta la vida de color de rosa suele ser el poder, salido de las urnas y todo lo democrático que se quiera. Y nos lo pintan de tal guisa con fines electoralistas una y otra vez, como una y otra vez escuchábamos las coplas de Doña Concha Piquer o de Machín en la radio. Por eso evoca uno con frecuencia el poema del poeta catalán. Porque Vázquez Montalbán partía de los textos de unas canciones llenas de encanto, ñoñería y, de vez en cuando, metáforas lorquianas que se hicieron populares. El cante en rosa de nuestros políticos intenta popularizarse, aunque es demasiado desafinado.

Sin ir más lejos, como quien dice ayer, eran por aquí Joan Lerma y sus portavoces quienes nos repetían que vivíamos en el más feliz y rosa de los mundos. Y así lo hacían ver en lo que suele denominarse propaganda institucional televisiva -la televisión de hoy es la radio de ayer-. Vivíamos en la luna y confundidos con el cielo. Cuando Lerma se marchó al Madrid de chistera y patillas, llegó Eduardo Zaplana y continuamos en el paraíso incomparable, feliz y de progreso, de la Comunidad Valenciana. Y el mensaje en rosa de Lerma, que ya era reiterativo, se multiplicó varios dígitos en la época de su sucesor, que se marchó también a los madriles, pero que sigue omnipresente con el mensaje rosa en la televisión valenciana. Seguimos felices y pasando la noche en la luna en una casita televisiva, porque el papel es cosa del ayer.

Que nuestras carreteras dejen mucho que desear o que el desarrollismo deteriore nuestros espacios para siempre; que miles de emigrantes sin papeles deambulen por el País Valenciano en busca de una mínima legalidad y salario de subsistencia, o cualquier cosa por el estilo, poco importa: ésta es la casita de papel del poema del Manolo Vázquez de siempre.

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