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Reportaje:

El tenis, bajo la dictadura del saque

La velocidad de la pelota, hasta de 239,7 kilómetros por hora, acaba con cualquier atisbo de arte

La mano lanza la bola al cielo y la raqueta le pega un golpe fulminante que le imprime una velocidad de ¡239,7 kilómetros por hora! Así lo hizo el británico Greg Rusedski, zurdo, en 1998, en el torneo de Indian Wells. Estableció un récord que abrió la caja de los demonios de la Federación Internacional de Tenis (ITF). En el actual Masters Series de Madrid el saque más rápido ha sido del estadounidense Andy Roddick: 224 km/h. Feliciano López sacó a 214 km/h. Ambos demostraron con sus aces -21 Roddick en un partido y 40 López en tres- la trascendencia de este golpe en superficies rápidas.

Que el tenis es un deporte físico es sabido. Pero que el saque haya sido el golpe que más ha evolucionado ha sorprendido. Con los diseños de las nuevas raquetas, los materiales -grafito, titanio y fibras de carbono- y la tendencia de lograr la interactividad entre el cordaje y los marcos, la evolución ha sido rápida y drástica. Los jugadores han descubierto que lo importante no es el talento, sino la altura, la fuerza y la buena preparación para explotar las posibilidades de las nuevas herramientas.

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La conclusión la tiene clara el rumano Ion Tiriac, promotor del torneo de Madrid: "La fuerza física mata al talento". Eso no gusta. Incluso Wimbledon tuvo que tomar medidas hace dos años porque una encuesta entre los aficionados reveló que al 90% no les gusta el tenis de saque y volea. Se demostró que en un set de 50 minutos sólo hubo tres de juego: el tiempo se perdió en la preparación del primer y el segundo saque y entre el final de un punto y el inicio del otro; sin peloteos, se ganaba con el saque, el resto o la primera volea.

La solución de Wimbledon fue cambiar el césped y buscar bolas menos rápidas. Desarrollaron en Escocia un nuevo modelo de hierba australiana y lo implantaron para relantizar el juego. Lo lograron hasta el punto de que en 2002 jugaron la final dos peloteros: Lleyton Hewitt y David Nalbandian. Muchos otros torneos reaccionaron y cambiaron los materiales de las pistas interiores para hacerlas más lentas. "Sin embargo, ése es sólo un problema", dice Joan Margets, vicepresidente de la ITF; "la cuestión va más allá. Apunta a la esencia misma del juego. Intentamos resolverlo con unas bolas con 2 milíimetros más de diámetro y un 7% más de superficie que relantizaban el juego y botaban más. El restador disponía de 20 milésimas de segundo más para la reacción. Pero no fueron aceptadas en el tour".

La velocidad del saque se acerca a los límites aceptables. "Si la bola va a más de 250 kilómetros por hora, no se verá por televisión", afirma Andrew Coe, jefe del departamento de investigación de la ITF; "y los jugadores deberán restar por intuición. Ya ahora, no la ven en el primer 20% de su recorrido". Ése es uno de los motivos por los que los grandes sacadores son casi invencibles en superficies rápidas. Goran Ivanisevic es un ejemplo. Mediocre sobre tierra, el croata ganó Wimbledon en 2001 con 212 aces, otro récord.

Parece claro que adaptarse a las exigencias actuales es la solución para los jugadores, pero no para que el tenis regrese a sus raíces. La ITF y la ATP han puesto freno a la evolución de los materiales y las dimensiones de las raquetas. Pero eso no basta. Hace falta más para que el poder físico no implante su dictadura sobre el talento.

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