Postales de verano
Los viajeros prudentes viajan en globo terráqueo y envían tarjetas postales a direcciones que algunas veces han dejado de existir. "Abuela el biaje / muy bien con / mucha calor pero / todo bien emo ido / a casa de antonio / mañana iremo a / come bueno recuerdo / a todos. Y mucho veso / de tu hijos Mari Miguel / Alge". Se puede leer en el dorso de las tarjetas el alma de las personas. De vez en cuando, el devoto de las canciones de Vainica Doble compra postales en tiendas de coleccionismo. Le gustan por las fotografías, claro; pero también mucho por lo que pone detrás de ellas. Son la bola de cristal a través de la cual se vislumbra el espíritu de una época. La ortografía dice tanto de la gente como la semántica, y a menudo llega más lejos. Y no digamos la caligrafía, que lo explica casi todo. El grafólogo, no. Los grafólogos han ignorado la emoción en beneficio de la psicología. Lo que pueda descifrar un grafólogo en una carta ni siquiera la persona que la ha escrito podría confirmarlo y, además, ésas son cosas que a nadie le importan. La caligrafía lleva al papel el pulso de la mano que escribe. Hay letras que tiemblan por la edad de quien las traza, y otras que palpitan de impaciencia. Hay letras que se distinguen escritas despacito, con una enorme dificultad, y ésas, como todo lo laborioso, son las que más mérito tienen. Los ancianos y los niños se parecen en la letra. Y la gente que no sabe escribir deja el doble que los otros en la cuartilla; el analfabeto ha puesto en tinta lo que quiso decir y al mismo tiempo ha plasmado su verdad y la verdad de toda una vida, y, por supuesto, la de una clase. Por otra parte, también es cierto que se entiende antes la letra de un analfabeto que la de un médico, porque es más necesario entender "te echo mucho de menos" que "Clamoxil, 500 mg". Claro, cuando un médico busca que se le entienda, mal asunto.
En las postales hay letras que se ven escritas despacito, con enorme dificultad, y ésas, como todo lo laborioso, son las que más mérito tienen
Al enamorado de las canciones de Vainica Doble le estremece comprar postales en días como los presentes. De mucha lluvia. Y de un mundo en guerra (pero no nos metamos en Honduras, como nuestro ministro). Cada cual cierra los ojos a su manera, y el aficionado a las Vainicas lo hace delante de vistas de la Mallorca de la década de 1960, con turistas rubias en biquini y señores que llevan sombrero de cuadros y camisa de rayas ("Felices Navidades", pone al dorso y lo firma "Pedro Carmona, del Señor más o menos"; no se acaba de entender esa imprecisión, aunque se siente que el firmante lleva algo de razón). En otra postal, con escenas del Torremolinos del año 1971, aparece escrito: "Joben / Mañana / empiezo a ver / los partidos de fublot / tengo sacados los / abonos para todos / los partidos, ¿te espero? / Ablazos para todos en general / vesitos a Mamá y para los abuelos / Vuestos padres". Aquí es sobre todo la firma lo que conmueve: "vuestros padres"; el que escribe la tarjeta estaba deseando ponerlo, por eso el resto resulta tan confuso. ¿Por qué se alterna el plural y singular en esa carta? ¡Y qué más da, si lo importante viene al final! Una tarjeta postal es una señal de vida, porque un viaje, por pequeño que sea, siempre es una metáfora del último viaje, del que no conduce a ningún lugar. La postal es la psicofonía de los vivos. Sus voces retumban en los buzones ("tu novio que te quiere", "de todo corazón", "en este hermoso pueblecito"); pero, luego, las personas se van y las postales quedan con sus palabras escritas.
No es la misma la tarjeta la que se recibe que la que se compra en una tienda de ocasiones o entre el papel de los Encants o de los mercadillos. ¿Habrá probado alguien alguna vez leer una postal ajena como si se la hubiesen enviado a él?: "Te deseo un feliz día de tu santo en compañía de tus padres, hermanas, novio y demás familia". Todos decimos más o menos lo mismo, pues tampoco hay muchas otras cosas más importantes que decir en la vida. De repente, la caligrafía de una postal comprada nos resulta familiar. Podría haberla escrito, quizá, algún conocido. Es posible identificar a las diferentes generaciones según su manera de escribir, en función de su letra. La escuela va enseñando su caligrafía acorde con el tiempo que le va tocando. Sin alejarnos demasiado, el devoto de los discos de Vainica Doble aprendió a escribir (es un decir) haciendo palotes en una cartilla que tenía por nombre Campanillas, cosas para niños. Y también en los cuadernillos Rubio. Juntar letras es como asociar ideas. La escritura es la metáfora del pensamiento y cuando cambie nuestra manera de pensar desaparecerá la escritura y vendrá otra cosa. Probablemente ya esté ocurriendo. Puede que la cultura de la imagen consista en eso.
En verano, los carteros dejan las postales para lo último del reparto, pues de forma equivocada han supuesto que es más importante una carta de Hacienda que hacerle saber a una persona que hay alguien que la echa de menos. Que se acuerda mucho de ella y que le daría un beso si la viera, porque, aunque ahora no esté, aún sigue con vida. En el dorso de una tarjeta rescatada de un mercadillo, donde se ve la plaza de toros de Almería, dice: "espero que suen contreis / bien yo bien". El admirador de las Vainicas la lee y se encuentra muy bien, como en familia.
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