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'Skinheads': los tópicos

Los últimos episodios de violencia de Castellar del Vallès han reproducido en los medios de comunicación varios tópicos sobre el universo skinhead que aportan más confusión que información al amalgamar clichés erróneos.

En primer lugar, debe destacarse que los skinheads no constituyen un movimiento político. Se encuadran en una cultura juvenil surgida en el Reino Unido a fines de los años sesenta del siglo XX, cuyos miembros hicieron de su estética una exaltación de su carácter neoproletario reflejada en su indumentaria (botas, camiseta de manga corta y tirantes, pantalón y pelo muy cortos) y su imagen agresiva, en una tentativa de recrear la comunidad de la clase obrera británica tradicional (ello supuso una ruptura con culturas juveniles preexistentes, sobre todo los mods, de look elegante). El fenómeno skin, pues, se inserta esencialmente en el ámbito de las llamadas tribus urbanas, no en el político.

En segundo lugar, la pertenencia al mundo skin no presupone una identidad política, y menos que ésta sea homogénea. El movimiento fue apolítico hasta comienzos de los años ochenta. Su politización se inició por el afán de captar seguidores en el ámbito skin del partido neofascista National Front, dando eco en su prensa a colectivos de hooligans y difundiendo su ideario musicalmente gracias al conjunto Skrewdriver, liderado por Ian Stuart (1957-1993). Para oponerse a esta fascistización del movimiento, numerosos skins se sumaron al izquierdismo (desde el laborismo hasta el trotskismo), y cuando se difundió el movimiento skinhead más allá del Reino Unido, lo hizo ya como una realidad políticamente heterogénea.

En tercer lugar, su politización es limitada y se produce sobre todo por ósmosis, a través prioritariamente de la música, pero también mediante consignas de hinchas, pintadas callejeras, skinzines (fanzines skin) y páginas web. Ello, sin embargo, no excluye el desarrollo de colectivos neonazis -o de otro ideario- altamente ideologizados.

En cuarto lugar, no hay patrones claros sobre el skin ultraderechista. Los datos de informes o expertos como Carles Viñas (autor de Música i skinheads a Catalunya) indican que su procedencia es interclasista; son muy jóvenes (incluso de 13 años) y varones, pero destaca cada vez más la presencia de skingirls, y no existen grupos de riesgo claros que sean objetivo de su violencia: si tradicionalmente se consideró que lo eran homosexuales, independentistas y radicales de izquierda, hoy la elección de víctimas tiene un alto componente aleatorio.

En quinto lugar, los cabezas rapadas ultraderechistas no constituyen una vanguardia encuadrada por formaciones políticas. El movimiento skin neonazi tiene un marcado carácter autónomo que se añade a la ostentación pública de su ideología y el protagonismo en algaradas callejeras, difícilmente compatible con una disciplina de partido. Así, en las filas de una ultraderecha deseosa de respetabilidad política los elogios a los skins se combinan con el distanciamiento crítico, y son problemáticas las tentativas de encuadramiento partidista.

En sexto lugar, el movimiento skin neonazi no crece por la acción proselitista de tramas neonazis clandestinas bien estructuradas, sino sobre todo -como ya hemos dicho- por ósmosis y también por mimetismo, dada la fascinación que entre los adolescentes suscita una estética agresiva y satanizada. Ello explica que los miembros de este movimiento sean difíciles de cuantificar.

En séptimo lugar, informar sobre el movimiento skin neonazi no tiene un efecto despotenciador. Los medios de comunicación desempeñan un papel importante en el crecimiento de estos colectivos. Dado que los cabezas rapadas buscan visibilidad social como grupo (raramente como individuos), la magnificación de algunas de sus acciones suele fomentar su crecimiento.

En octavo lugar, la satelización de estos colectivos por parte de ciertas entidades deportivas para neutralizarles no es una cuestión anecdótica y ceñida al ámbito deportivo, pues les

otorga una naturaleza institucional oficiosa. Los efectos de tal situación son previsibles: cuanta mayor visibilidad social obtengan los miembros de esta cultura juvenil (como sucede con cualquier otra), mayor resonancia y continuidad tendrán sus actos.

En noveno lugar, los skinheads ultraderechistas no representan "el fascismo que viene". Sostienen un ideario racista que la nueva ultraderecha europea condena oficialmente (sin desdeñarlo, para hacer guiños a su electorado). Así, líderes políticos como Jean-Marie Le Pen y Jörg Haider no pretenden volver al pasado para restablecer regímenes derrotados en 1945, sino que abanderan un amplio movimiento antiglobalización que mira hacia el futuro. Por ello, la asociación -latente o explícita- hecha a menudo entre la llamada extrema derecha posindustrial y la violencia skin facilita escasa comprensión sobre ambos fenómenos.

En síntesis, las claves para entender el ámbito de los skinheads deben buscarse en la naturaleza poliédrica que conforma su movimiento: es una cultura juvenil en la que confluyen una determinada estética y visión del mundo, la lumpenpolítica (la actuación de grupos de entidad minúscula), la marginalidad juvenil (el mundo de enfrentamientos y rivalidades entre hinchas de distintos equipos o entre bandas juveniles) y la violencia gratuita. Cualquier enfoque del fenómeno que sólo ilumine una de sus facetas aportará más confusión que claridad.

Xavier Casals es historiador y autor, entre otras obras, de Neonazis en España. De las audiciones wagnerianas a los skinheads (1966-1995).

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