¿Qué pasa con Julen Guerrero?
Icono del Athletic en su día, el ex internacional se ve a sus 29 años relegado a la grada
"Oye, ¿qué pasa con Julen Guerrero?".
"Para mí, que entre el club y el jugador pasa algo", dice un aficionado sabihondo.
"¡Qué va! Lo que pasa es que en el vestuario no le tragan", apunta el avispado que frecuenta a un amigo de un cuñado de un futbolista.
Otros van más lejos y elaboran una leyenda negra sobre Guerrero y su familia que sería censurada en el más ignominioso programa rosa de la televisión.
Algunos, más eruditos, con una amiga enfermera, muy enterada, en el servicio público de salud, arguyen que las piernas de Guerrero, por su deterioro, son objeto de análisis en congresos científicos de toda Europa.
Barra libre en el caso Julen Guerrero, un centrocampista internacional que el domingo vivió su experiencia más nefasta. Ernesto Valderde, el nuevo técnico del Athletic, le apartó de la convocatoria frente al Mallorca en favor de un jovenzuelo de la cantera, Joseba Arriaga.
Cuando Guerrero apareció en la zona donde los descartados del equipo asisten al partido, vestido con una camisa blanca con rayas rojas, a más de uno se le rasgaron las vestiduras. Otros, en cambio, se quedaron indiferentes ante el espectáculo del terreno de juego. Pero los más se repitieron la misma pregunta: "¿Qué pasa con Julen Guerrero?".
Pues... pasa que aquel futbolista que fue el relevo iconográfico de Emilio Butragueño, que en los noventa salía de los hoteles de la selección española por la puerta de servicio para evitar a sus fans, que un día se encontró en el pasillo con una seguidora adolescente escondida en el carrito de la ropa para cazar un autógrafo suyo en la intimidad..., ha perdido algunas de las cualidades que le hicieron ser quien fue.
Lo cierto es que Guerrero vive en una cuesta abajo. El siglo XXI le ha vuelto la espalda. Su último gol -y él vive anímicamente del gol- lo marcó en el Stadium Gal, en la temporada 2002-03, contra el Real Unión de Irún, en la Copa del Rey. Jugó con los suplentes y no sirvió para nada: el Athletic fue eliminado de su competición talismán (2-1). En la Liga, el último tanto que se le recuerda es de la campaña anterior, en el partido final contra el Tenerife; eso sí, otorgando la victoria a su equipo.
Mas complejo aún que el dato anecdótico es que Guerrero lleva casi cuatro años bajando la escalera.
Con Luis Fernández vivió una incompatibilidad de caracteres, agravada por la singular personalidad del entrenador francés, poco dado a las resoluciones dialécticas y razonadas. Incluso llegó a alinearle como extremo izquierdo, seguramente para afianzar su postura en el enfrentamiento.
Txetxu Rojo, un ferviente admirador, le dio una veintena de encuentros como titular, pero ya atisbó -lesión de por medio- que aquel futbolista llegador, organizador y rematador perdía demasiados balones y le faltaba la chispa necesaria para ejercer sus galones.
Llegó luego Jupp Heynckes, su descubridor en 1993, con el firme proposito de "recuperar a Guerrero", según dijo, y lo mandó al banquillo, a calentarse, cuando el público bramaba contra el equipo, para levantar la moral de la tropa.
Valverde ha dado un paso más enviándolo a la tribuna, en plena regeneración del conjunto, aunque asegura que es un asunto circunstancial.
¿Qué pasa con Julen Guerrero? Todos lo expertos coinciden. Sus facultades físicas están intactas para soportar el entrenamiento más exigente, pero son escasas para que pueda desarrollar su juego. A sus 29 años, con 112 goles marcados, 378 partidos en la élite, convertido durante años en talismán de la selección -nunca perdía si él jugaba apenas un minuto-, antecesor de Raúl en el estrellato español, convertido en algo así como el Beckham hispano en la era premediática..., Guerrero ya no llega al balón con la plenitud acostumbrada.
Heynckes insinuó en su rueda de prensa de despedida que todo se debía a un problema físico. Sin embargo, los estamentos del club descubren cada día que sus pruebas médicas son intachables.
¿Entonces? Él quiere seguir: no duda de continuar hasta 2007, la fecha término de contrato, siendo el jugador mejor pagado de la plantilla. Y la directiva se plantea un problema de futuro. Tres años sin jugar serían muchos años para un jugador que es un icono rojiblanco.
Los entrenadores apelan al presente; el club, al futuro, y el jugador, fiel a su costumbre, afirma: "Me reservo mi opinión sobre lo que está ocurriendo". Como cuando, sorprendido, le firmó el autógrafo a aquella fan escondida. Llegados a este punto, ni un paso atrás.
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