Ni fu, ni fa
Cuando sale uno de los toros con ánimo para volver a leer La crítica de la razón pura, verbigracia, no cabe la menor duda de que lo hemos pasado en grande. Es curioso, pero uno experimenta en ocasiones como la de ayer la sensación de haber matado los seis toros, tal es el cansancio que se lleva encima. Álvaro de la Calle, torero salmantino, que entró como sustituto del lesionado Fandi, alegró un poco a la concurrencia, pero, como digo, la corrida resultó un auténtico sopor.
Los toros lidiados, tanto unos como otros, los de Domingo Hernández o los de Garcigrande, resultaron de una vulgaridad aplastante, y uno de ellos, el cuarto, de Garcigrande, salió a la arena que ni para rejones: sangrando por los cuernos (y no he dicho pitones adrede). Todos los demás, entre los cuales hubo tres marcados con el cero, de manera que tenían la EGB recién terminada, discurrieron por los insufribles senderos del dejarse hacer, sin ponder de su parte la emoción que se sigue esperando, cada vez menos, en las arrancadas de un toro de lidia. El quinto fue, de momento, el único animal de la feria con pinta de toro (estaba de sobrero) y apenas pisó la arena fue aplaudido porque admiraron sus buidos pitones, limpios de polvo y paja, como es raro poder ver. Luego, la verdad es que resultó deslucido en la muleta. Por destacar algún otro, citaré al sexto, que se arrancaba de lejos con cierta alegría, aunque más de una vez saliera de los pases mirando al tendido, como buscando a algún conocido.
Domingo Hernández / Ferrera, Robleño, De la Calle
Toros de Domingo Hernández, 3º y 4º de Garcigrande; desiguales de presentación y parejos en cuanto a poca calidad se refiere. Antonio Ferrera: saludos, aviso y aplausos. Robleño: silencio, aviso y silencio. Álvaro de la Calle: oreja y vuelta. Plaza La Glorieta, 13 de septiembre, 7ª de feria. Media entrada.
Ferrera, ágil
Antonio Ferrera, cosechó los habituales aplausos con las banderillas, que cogió sin recurrir al numerito de dejar que salieran los peones para hacerlo después, como quien concede algo. Ágil y rápido, el torero exhibió una flexibilidad envidiable en ese segundo tercio, en el que prodiga espectaculares saltos, como si en vez de haber dejado un par, tratase de rematar de cabeza un saque de esquina. Se anima el cotarro con estas atléticas muestras de juventud y se supone que se produce una cierta predisposición popular en favor del espada, de cara a la oreja. Pero no fue así en este caso, porque el matador, por más que le gritó a su primero "¡Venga, rompe pa lante!", el toro seguía a lo suyo, sin meter la cara y sin el más ligero síntoma de arrepentimiento. En el cuarto no se arregló el panorama. Lo cogió de lejos alguna vez, se obsequió con algún paseíto que otro, y todos los muletazos los remató por arriba. En una de esas, el toro hincó los cuernos en la arena y las pasó de a kilo para sacarlos.
Robleño, tan voluntarioso como su colega, estuvo breve en su primero y tenaz en el sexto, al que dio matarile a la última.
El salmantino Álvaro de la Calle, sustituyo de Fandi, cortó la única oreja de la tarde al segundo, en el que estuvo sereno, sin acusar lo poco que torea. Se cruzó, adelantó la muleta y corrió la mano, aguantando impávido algunos parones. En el quinto, porfío inútilmente ante un toro que se pasó la faena aguantándose las ganas de marcharse.
Babelia
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