_
_
_
_
_
ESPACIO | Vuelos suborbitales comerciales tripulados

Varios modelos aspiran a competir por el Premio X para nuevos vehículos espaciales

Russell Blink se está enfundando un traje espacial. Uno de verdad, que ha sido diseñado para los astronautas rusos. John Carmack, su compañero de sueños, lo compró por 5.000 dólares. Al igual que las tecnologías para fabricar motores cohetes que vienen en los catálogos industriales, el traje espacial estaba simplemente ahí, al alcance. "Verdad que es maravilloso todo lo que puede uno encontrar hoy en día en eBay?", exclama Carmack, sonriendo con picardía.

Si el pasado de los vuelos espaciales pertenece a la NASA, criticada por el desastre del transbordador Columbia, el futuro de la navegación espacial puede estar empezando aquí, en un conjunto de oficinas al este de Dallas (Tejas), rodeado de talleres de reparaciones, almacenes arrendados de maquinaria pesada y tiendas de azulejos. En un almacén de altos techos, un grupo de personas totalmente entregadas a la tarea y dirigidas por Carmack, un millonario especializado en programas informáticos, se afana en la construcción de un cohete a partir de componentes en gran parte ya existentes en el mercado el cual, según creen firmemente los miembros, llevará a Blink al espacio de forma barata.

Los viejos de la NASA dicen que no todo es tan fácil como parece a los recién llegados

Pero también es verdad que el futuro puede encontrarse en un lugar muy diferente: en un taller de alta tecnología del desierto de Mojave, Scaled Composites, donde Burt Rutan, un innovador diseñador de aviones, está ensamblando su propia nave. O si no, en cualquiera de las otras dos docenas de equipos procedentes de cinco países que confían en ganar el Premio X, concurso dotado con 10 millones de dólares que, según aseguran sus creadores, arrancará con fuerza dando lugar a una carrera espacial en el sector privado y que sentará las bases de una industria turística del espacio. Ningún equipo parece estar haciendo las cosas igual que la NASA, pero ahí está precisamente la cuestión: acceder al espacio de una manera completamente nueva.

En la actualidad, sólo los Gobiernos de Estados Unidos y de Rusia lanzan seres humanos al espacio. China intentará hacerlo este mismo año. Los dos turistas espaciales existentes hasta ahora han pagado decenas de millones de euros por volar en una nave rusa. Una industria espacial privada se encontraría con muchos obstáculos. "El estudio sobre el impacto medioambiental es un fastidio grande, pero que muy grande", dice Carmack, y la Agencia Federal de la Aviación de EE UU todavía está intentando determinar qué tipo de proceso debe seguirse para regular los vuelos.

El concurso se inspira en el Premio Orteig, que es el que, en 1927 y con 25.000 dólares de premio, desembocó en el vuelo trasatlántico de Charles Lindbergh con su Spirit of St. Louis. La conexión con el Premio Orteig es importante para el creador del Premio X, Peter H Diamandis. "Desde los 9 años, he querido ser astronauta", nos confiesa. "Es mi mayor sueño".

Así las cosas, Diamandis decidió crear una nueva industria en el sector privado consistente en enviar al espacio a personas a las que define como "cargas útiles de carbono autopropulsadas que aportan su dinero propio".

"Estaba convencido de que el mercado era real y de que se podía disponer de la tecnología fácilmente", declaró. "Lo único que faltaba eran los vehículos que ayudaran a que el mercado arrancara con fuerza". De todas formas, la recaudación de fondos resultó lenta y el dinero destinado al premio sólo pudo garantizarse a fines del año pasado.

Los viejos de la NASA dicen que no todo es tan fácil como les parece a los recién llegados. "Nos estamos acercando al medio siglo de historia de vuelos espaciales y seguimos aprendiendo algo cada día", dice Jay Honeycutt, presidente de Lockheed Martin Space Operations y antiguo director del Centro Espacial Kennedy. "Espero que todos se den cuenta de lo duro que es esto". Pese a todo, la idea del premio le gusta. "Creo que es estupendo", dijo.

Otros grupos han decidido lanzarse a la carrera espacial sin participar en el Premio X. Jeff Greason, presidente de Xcor, una empresa californiana vecina de la de Rutan, afirma que las condiciones del concurso para el Premio X eran incompatibles con la construcción de la nave previa a la realización de vuelos espaciales de carácter comercial. "Estamos muy centrados en la idea de acceder al mercado con unos costes que sean lo más bajos posibles" dice, para añadir: "Eso nos proporcionaría un vehículo más pequeño incapaz de transportar a tres personas. Nosotros no tenemos prisa en ser los primeros en conseguirlo, y lo que pretendemos es ser los primeros en ganar mucho dinero con ello".

Esa fijación con los costes es lo que podría hacer despegar a la próxima industria espacial, afirma Gregg E. Maryniak, director ejecutivo del Premio X. Ateniéndose a la experiencia pasada señala: "Los ingenieros del espacio se postran, por así decirlo, ante el altar del alto rendimiento, pero en el mundo real lo que a la gente le interesa es lograr unos costes lo más bajos posible".

<i>El SpaceShipOne,</i> en el aire, con piloto, tras ser soltado del avión nodriza el pasado 7 de agosto.
El SpaceShipOne, en el aire, con piloto, tras ser soltado del avión nodriza el pasado 7 de agosto.SCALED COMPOSITES

Tres personas a 100 kilómetros

El premio X lo obtendrá el primer equipo que traslade a tres personas a 100 kilómetros de altura, las haga volver sanas y salvas y repita la hazaña en un plazo máximo de dos semanas. Cada equipo que opta al premio lo enfoca desde su propia perspectiva. La empresa de Burt Rutan, Scaled Composites, es a la que se sigue con más atención. Rutan diseñó el Voyager, el primer avión que voló alrededor de la Tierra sin repostar. Su aportación al Premio X consta de dos fases: un birreactor turboalimentado aerodinámico, el White Knight, y un avión cohete de segunda fase, el SpaceShipOne. Algunos competidores creen que el cofundador de Microsoft, Paul Allen, esté apoyando el proyecto, lo que no se ha confirmado. Partiendo de su cuartel general en el desierto de Mojave, Rutan ya ha hecho volar el conjunto avión-avión espacial y el mes pasado se realizó una prueba de descenso del avión espacial para demostrar que podía ser pilotado y podía aterrizar con toda seguridad.

Otro equipo bien considerado, Canadian Arrows, cumple el sueño de su fundador, Geoff Sheerin. Diseñador industrial, Sheerin está poniendo a punto un cohete que haría sentirse cómodo al mismísimo Buck Rogers. Tiene pensado lanzarlo desde una barcaza, alejada de la costa, en la zona de los Grandes Lagos, con trayectorias ascendente y descendente verticales, y luego recuperar la cápsula del lago. Sheerin señala que el premio forma parte de su propio plan comercial para estimular el turismo espacial: "Nuestra intención es hacernos con el Premio X para convertirnos en una industria".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_