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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo
Crónica
Texto informativo con interpretación

Marta es única

La española consigue la medalla de plata de los 5.000 tras una memorable recta final

Santiago Segurola

Ella no se rinde jamás. No está en su carácter, ni en su naturaleza competitiva, que comienza a adquirir proporciones míticas. Esta vez Marta Domínguez se negó más que nunca al fracaso. Lo hizo en una memorable recta final, consagración del coraje y del sufrimiento, porque Marta estaba vencida después de su ataque en la curva. Era un caso clínico de derrota: había atacado en la curva, pero se encontró con la respuesta de la etíope Dibaba, de la keniana Masai y de la rusa Zarodoznaya. Marta lo explicó muy gráficamente: "Se me cayó el culo". Así fue. Se clavó y fue superada por las tres rivales. Estaba fuera del cajón de las medallas. No hay muchos antecedentes en el atletismo para explicar lo que sucedió después. El que ataca pronto y se hunde, va como el Titanic, directo a la miseria. Pero Marta es de una pasta especial, acero puro, la atleta que representa como ninguna el formidable salto de las mujeres en el deporte español. Estaba fuera del cajón, pero se colgó la medalla de plata, así de simple. Fue algo sublime. No se resignó a la quiebra física, no capituló ante el desánimo, no aceptó su desesperada situación. "No puedo quedar cuarta, no puedo, me lo dije durante toda la recta". Buscó el segundo aire, el tercero, la última reserva, y lo que encontró fue su singular gen competitivo, el rasgo que marca la diferencia entre ellas y las demás. Es posible que no tenga tanto talento natural como Gabriela Szabo o las prodigiosas fondistas etíopes o kenianas, pero eso resulta inapreciable cuando se discuten las medallas. Iban delante de Marta, pero terminaron detrás. Había que ver la crispación de su rostro, la abrumadora exigencia a su cuerpo, que no daba para más. Pero lo dio. Regresó de la derrota para adelantar a la rusa y a la keniana en los cuadros de llegada, por puro coraje, por una excepcional determinación, "porque no me importa morirme durante un minuto, o durante trece, si luego voy a ser feliz durante meses".

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Marta quería un ritmo rápido que aclarara las cosas pronto. "Esperaba que la china Sun hiciera el gasto, pero se quedó atrás y todo se complicó", declaró. Se complicó hasta el punto de convertir la final en el peor escenario posible para la atleta española. Nadie se descolgaba. Todas seguían el cómodo paso de Zarodoznaya y de la keniana Ochichi. Allí permanecían tapadas unas cuantas estrellas: Szabo, Masai, las etíopes Adere y Dibaba, la irlandesa O'Sullivan, todas con un historial de primera. Se cruzaban codazos y se buscaban sitios imposibles. Aquello era una selva. Puede que la carrera no tuviera el trazo que quería la atleta española, pero Marta Domínguez se maneja perfectamente en las peleas de callejón. Se agarró durante toda la carrera a la cuerda, y no la abandonó ni a tiros. Era una pared ambulante. Adere intentó varias veces ocupar el sitio de Marta, sin éxito, por supuesto.

La keniana Ochichi dirigió la segunda parte de la carrera con un paso que se cobró la primera víctima en O'Sullivan. Szabo, que parece empachada después de tantos años de éxitos, comenzó a flaquear a falta de 800 metros. La marroquí Oauziz se descolgó. Las demás seguían firmes. La carrera se había ensuciado demasiado, con oportunidades para todo el mundo. La final tenía la pinta de una lotería. No menos de diez atletas estaban en condiciones de pelear la victoria, y el cartel ofrecía campeonas del mundo, ganadoras en las mejores reuniones de verano, chicas jóvenes y ambiciosas, como la etíope Dibaba. El desenlace se demoró hasta la última vuelta. Para Marta no era la mejor noticia. Ella prefiere duelos menos poblados, carreras de eliminación que no obliguen a vigilar a un ejército de rivales. "Pensé que me quedaba sin nada", dijo. Así que atacó a falta de 200 metros. No tenía otro remedio que jugarse la vida. Salió de la curva en primera posición, pero sin energía.

Dibaba, Masai y Zarodoznaya respondieron con eficacia. La superaron en lo que pareció el reparto definitivo de medallas. Dos veteranas con un historial excelente y la joven aspirante Dibaba, una chica de 18 años que viene al mundillo del fondo con las mejores referencias. Fue entonces cuando Marta Domínguez convocó a todo su coraje, porque fuerza no tenía. Y ocurrió lo impensable. Remontó por puro corazón -"casta de Palencia, debe ser eso", dijo después- y conquistó el segundo puesto, tras Dibaba, a golpe de sufrimiento, el estado donde Marta Domínguez no admite rivales. Ahí es única.

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