"Siempre he corrido limpio"
Julio Rey es un maratoniano que ha conocido el infierno y ha vuelto. En 1999, después de conseguir en el maratón de Rotterdam una marca espectacular (2h 7m 37s), fue suspendido por dopaje. Metandienona, un esteroide anabolizante. Dos años de lucha por demostrar una inocencia en la que muy pocos creyeron. Dos años de análisis mensuales, de libertad vigilada. Por un delito que él nunca ha admitido. "Y ahora, con esta medalla y con el bronce de Múnich, demuestro que aquello fue un error de análisis", dijo ayer. "Siempre he corrido limpio".
Habla Julio Rey -una bandera de Castilla-La Mancha grapada a un mango de fregona en su mano, una sonrisa en su rostro, un brillo único en sus ojos claros- y no hay revanchismo. Sólo dice su verdad. Durante la suspensión siguió entrenándose por los montes de Toledo, sesiones planificadas por su padre, que también es carnicero y regenta una tienda de ultramarinos en plena judería. Regresó en el maratón de Hamburgo de 2001 y repitió la marca de Rotterdam, de cuando estaba libre de sospecha. Y en Hamburgo también, en abril, ganó y logró la mejor marca de su vida. 2h 7m 27s. Un tiempo que le hizo pensar a lo grande. En el Mundial, en seguir la tradición de Abel Antón y Martín Fiz.
No ganó el oro. Se quedó con la plata y con una vida casi resuelta en lo económico -un subcampeón del mundo tiene ya un caché de unos 200.000 dólares por maratón-y en lo mental. A los 31 años ya ha saldado las cuentas pendientes. Y seguirá, nómada del maratón, viajando con su hermano Fernando, que le hace de liebre, y con sus perolas, su hornillo, sus paquetes de espaguetis y su aceite de oliva virgen de los montes de Toledo.
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