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Entrevista:JOAN SOLÀ | Catedrático de Filología Catalana

"Algunos críticos no podrán reconocer jamás el valor de la emoción en Coromines"

Una personalidad y una obra tan complejas como las del filólogo Joan Coromines (1905-1997) siguen suscitando controversia entre los entendidos. Una de las personas que más conocen la obra del autor del Diccionari etimològic i complementari de la llengua catalana y del Onomasticon Cataloniae, Joan Solà (Bell-lloc d'Urgell, 1940), catedrático del departamento de Filología Catalana de la Universidad de Barcelona, ha impartido recientemente en la Universitat Catalana d'Estiu un curso de dos días sobre el maestro. Entre los aspectos que trató, habló de las críticas que algunos colegas han vertido sobre Coromines: a su carácter cerrado y dado a veces al exabrupto y la ironía, que a menudo son la causa de una valoración poco positiva de su legado inabarcable.

"Con una obra tan larga como la suya y un carácter tan fuerte como el que tenía es fácil que haya errores"
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"Los defectos achacables al lingüista se pueden señalar también en el Alcover-Moll"

Pregunta. ¿Ha cambiado su valoración de la obra de Coromines?

Respuesta. No he cambiado de opinión. Lo que hice en Prada fue exponer sin tapujos los aspectos que los críticos le han reprochado. Entre los rasgos de la personalidad de Coromines hubo uno, que no sabemos a qué era debido, que en la práctica se tradujo en una especie de oposición o cerrazón hacia ciertos colegas de su talla, porque a los que no estaban a su altura los ignoraba. Se le hacía difícil aceptar las críticas y a veces esto se traducía en insultos o bromitas contra colegas, por lo cual algunos de éstos se le opusieron.

P. ¿Con qué filólogos fue desconsiderado Coromines?

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R. Dedicó frases más o menos ofensivas a una serie de grandes lingüistas y filólogos europeos. A mosén Alcover lo trata de campesino integrista y la crítica frecuente que hace de él resulta afectar directamente a Francesc de B. Moll, el verdadero redactor de casi todo el Diccionari Català-Valencià-Balear, autor con quien, por otra parte, mantuvo una larga y cordial correspondencia, lo que revela esta personalidad un poco contradictoria de Coromines. A Amadeu Pagès, autor de una buena edición de Ausiàs Marc, le atribuye una "pasmosa incapacidad lingüística". Alguna vez fue también desconsiderado con Wartburg, una de las primeras personalidades de la romanística de Europa. A Georges Straka le dedicó un insulto inconcebible: Coromines, no sabemos por qué, le trata de nazi, cuando resulta que Straka fue víctima del nazismo. En fin, Germà Colón es otro grandísimo filólogo a quien trató desconsideradamente y a menudo ignoró.

P. ¿Cómo ha afectado el carácter de Coromines en la apreciación y crítica de su obra?

R. Originó que las críticas que se hicieron de su obra se centraran muchas veces sólo en los errores que se encontraban en sus diccionarios. Pero es que Coromines escribió más del doble de páginas que Josep Pla, que ya es decir. Con una obra tan larga y un carácter tan fuerte como el suyo es muy fácil que haya errores. Sobre todo si tenemos en cuenta que él ya dijo que se enfrentaba a campo abierto con todo el léxico de las lenguas castellana y catalana, sin retroceder nunca ante una dificultad. Cuando se hallaba ante una, daba vueltas hasta emitir su hipótesis. Y es aquí donde muestra, aunque conscientemente, un flanco vulnerable. Es fácil que algún autor no acepte alguna de sus etimologías porque él forzó la máquina. Se sentía muy fuerte y se sabía un gran lingüista, y lo era. Pero, como dijo Moreu-Rey, los errores de su obra son olas imperceptibles en un océano de aciertos. En todo caso, aunque su obra sea reconocida como imprescindible y de un valor incalculable, las críticas que se le han hecho no son equilibradas. En ellas se dedica más espacio a objetar pequeños detalles de sus conclusiones. Creo que esto es una injusticia internacional.

P. ¿El exilio pudo acentuar su carácter irascible?

R. Algunos autores lo han señalado. Él tenía muy claro que su patria era Cataluña, comprendido todo el dominio lingüístico, y su lengua el catalán. Nació para trabajar su lengua y tuvo que irse de su país: gran ironía de la vida, como dice Vàrvaro. Pero, además, Coromines no era una máquina de hacer etimologías. Los grandes etimólogos europeos hacen diccionarios muy fríos: dan los datos de manera compacta y seguidamente la etimología. No califican los hechos y no expresan emociones hacia lo que escriben, hacia la lengua que están tratando, hacia los autores que manejan. En cambio, Coromines, sobre todo en los diccionarios catalanes, pone todo su corazón. De vez en cuando incluso intercala una poesía, propia o ajena, porque se emociona con una palabra. O usa una palabra que ha escuchado de un campesino o de un pastor. O endilga un adjetivo picante a un escritor o a un colega. Esto, salvando los extremos tolerables, que a veces traspasa, da una emoción indescriptible a su obra y es uno de los valores que los críticos no le podrán reconocer nunca, porque creen que es un error.

P. ¿Es posible ahora una crítica fundamentada de Coromines?

R. Su obra tiene fundamentalmente dos aspectos: el etimológico y el de contenido. Lo que se le ha objetado son ciertas etimologías o cierta metodología en ese terreno y el desconocimiento de alguna fecha o de trabajos de colegas; pero nunca he visto que se le cuestione la fiabilidad de un dato recogido por él. Creo que Coromines es más importante por el incalculable, abrumador acerbo de datos que acumula, sobre todo para el catalán, que por sus etimologías. En catalán tenemos ahora una soberbia historia de la evolución de las palabras desde la antigüedad. La fuerte coherencia de esta obra es otro valor no frecuente.

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