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Reportaje:

La nueva sonrisa de Raúl

El delantero, obligado tras irse Hierro a presidir con simpatía los actos protocolarios del Madrid

Diego Torres

El joven que se pasea por Tokio con gafas de montura negra se parece a Clark Kent, pero no tiene nada que ver con Superman. Es Raúl González, que quiere que su vista descanse y que carga con más responsabilidad que nunca. A sus 26 años, además de ser padre de dos hijos, es el primer capitán del Madrid, el equipo de fútbol más famoso. Si se abre una revista japonesa, lo más probable es encontrar páginas y páginas de publicidad con Beckham: los productos de belleza TBC, una compañía de alquiler de coches y Pepsi, por ejemplo. Pero es Raúl quien gestiona el vestuario. A su cargo están los discursos, los protocolos, el arreglo de los problemas internos y hasta la solución de algún incidente diplomático con el alcalde en funciones de Pekín.

Raúl fue ayer el encargado de presentar el partido amistoso de hoy, contra el Tokio, en el estadio Nacional. Como el fútbol ya no es lo que era, además de hablar del juego, dio un discurso acorde con los intereses comerciales del Madrid. "Ahoyu", dijo para dar los buenos días a los empresarios japoneses. Y se se despidió con un "arigató". Tras él, la plantilla, como un pelotón de legionarios. Allí estaban Zidane, haciendo de místico, y Figo, de atormentado, así como Ronaldo proponiendo chistes y Beckham con su sonrisa promocional. Desde su asiento, Florentino Pérez, el presidente, contempló su obra embelesado. Los directivos se frotaban las manos: "¡Qué bien ha estado Raúl!".

El Motín del Txistu fue el último estertor del viejo orden y dejó a Raúl en una posición nueva, obligado a exhibir la sonrisa requerida por las necesidades mercantiles. La amenaza que formuló Hierro de no acudir a la catedral de la Almudena y al Ayuntamiento a ofrecer el trofeo de Liga, el 23 de junio, fue un intento desesperado por que el vestuario conservara un vestigio de autonomía. Pero fracasó. En el club dijeron que fue Raúl quien llamó a Pérez, de madrugada, para pedirle que no tomara represalias contra Hierro; que fue Raúl quien tranquilizó a Pérez diciéndole que el equipo cumpliría los compromisos oficiales y que ese acto de autoridad fue una toma de posesión refrendada por Guti, Helguera, Roberto Carlos, Figo y... el propio Hierro.

Raúl, que en Pekín mantuvo una reunión con Pérez, se quedó muy solo tras la crisis. De alguna manera, una vez que sus amigos ya no estuvieron, sin Redondo, sin Hierro y con Morientes fuera de lugar, el presidente se posicionó como su antagonista. Y Raúl lo supo: nadie es invulnerable. Pero tanto Pérez como él acordarían ejercer sus cargos, por el interés general, como dos funcionarios. Respetándose y coordinándose, porque es administrativamente imprescindible, y olvidando los sentimientos, porque es lo que conviene.

El alcalde de Pekín, Wang Quisan, hizo el anuncio con habilidad: "Hemos encendido las luces de la Ciudad Prohibida para que el Madrid la visite esta noche", proclamó, en medio de la cena con Pérez y los jugadores, el viernes. La plantilla había hecho pública su decisión de no acudir y aquello resultó inesperado. Pero en la Ciudad Prohibida, que sólo se ilumina en las grandes ocasiones, brillaban todas las bombillas por razones imperiosas. Decían los lugareños que era preciso mostrar al mundo que Pekín es una ciudad libre de neumonía atípica. Y Pérez, al que nada parece desconcertar, miró a Raúl a través de sus gafas de sacristán de pueblo. Raúl le respondió con un gesto de complicidad y el presidente aceptó la invitación.

Raúl sonríe en un intercambio de camisetas con el brasileño Amaral, jugador del Tokio.
Raúl sonríe en un intercambio de camisetas con el brasileño Amaral, jugador del Tokio.REUTERS

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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