Día de sensaciones
Esto me gusta. Esto es un Tour, y no aquello a lo que nos había acostumbrado el americano en estos últimos cuatro años de insultante dominio. Esto es emoción, y no lo que me intenta vender empaquetado una compañía telefónica. Más que emoción, son emociones, muchas y diversas.
Comencé a sentir pena por Vinokurov; pobre hombre, después de la sensacional temporada que lleva, va a perder todo en una de la últimas etapas de montaña, no es justo. ¡Vamos Vino, que va Botero por delante y todavía no hay nada perdido!
Al mismo tiempo sentí alegría por Mayo y por Zubeldia. ¡Venga, que se ha quedado el kazajo, y el podio está cada vez más cerca! Veía a Iban ganando la etapa, como me había prometido, y les veía a ambos en una lucha fratricida entre compañeros por meterse en el podio en la última crono. Entonces Ullrich se fue solo y me sentí angustiado: ¡Rápido, mira para atrás, que el yanki se ha quedado y no te das cuenta!
Pero nada, todo quedó en un susto, aunque bueno, el verdadero susto estaba por llegar. Fue entonces cuando sentí desprecio, al ver a un espectador tirando al suelo a Armstrong y a Iban. Pero luego en la repetición sentí impotencia cuando ví que fue en realidad un niño el que metió sin querer una gorra en el manillar de Lance. Entonces volvió la angustia; ¿y qué pasará ahora? Pues pasó que me sentí solidario con el gesto de Ullrich. Eso es justicia, quizá no gane el Tour, pero ha ganado la admiración de todo el mundo, me decía mientras el alemán esperaba a sus rivales.
Y entonces llegó la sorpresa cuando Armstrong atacó como lo hacía en años anteriores y se fue en busca de la victoria. Me sentí entonces derrotado, pues ví que ya poco quedaba por hacer, pero recuperé la esperanza al ver al alemán recortando segundos en el último tramo de la subida.
Ahora me siento cansado por la intensidad, pero da igual, yo la última crono no me la pierdo.
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