Los toros cumplieron
Cumple hablar más de los toros que de los toreros. Y así relatamos que el primero necesitaba un torero con valor a prueba de ley y mando de maestro. Al segundo le pegaron fuerte en varas; la sangre, casi negra, manaba fuerte como un arroyuelo en invierno a través de la capa blanca del animal. El tercero fue blando, sin entregarse, acabó con la cara alta y recortando. El cuarto era un rojo como un melocotón que hablara; demostró que tenía dentro calidad; lástima que se estropeara una pata. De todos modos, el toro embistió. El quinto fue un buen toro: embestía y acudía con prontitud a los engaños. Era el toro al que se le podía haber cortado las orejas, si en vez de un torero que parecía recién llegado del carnaval de Río de Janeiro tiene delante, por el contrario, un torero con ganas de comprarse un cortijo a 20 kilómetros de Triana. El sexto empujó a los caballos. En el tercio, acometía con gas y presteza, no así en los medios, que ahí recortaba y se paraba, porque no estaba a gusto. Prueba de lo que decimos es que en el tercio se dejó pegar unos cuantos muletazos vibrantes por el torero navarro, consiguiendo las únicas hondas ovaciones que se dieron en la tarde. Pero a partir de sacarlo a los medios, aquello no funcionó.
Cebada / Liria, Padilla, Marco
Toros de Cebada Gago: buenos en general, con muchos pitones. Pepín Liria: estocada (silencio); pinchazo, media estocada delantera y dos descabellos (silencio). Juan José Padilla: estocada atravesada y dos descabellos (silencio); pinchazo hondo, metisaca, estocada delantera (silencio). Francisco Marco: media estocada tendida (silencio); bajonazo (silencio). Plaza de Pamplona, 8 de julio, 4 ª de feria. Lleno.
Queda sobreentendido que los matadores no estuvieron a la altura de los toros. Tampoco vamos a decir que fueran seis toros de ensueño, no, pero, teniendo en cuenta lo que se ve por esas plazas de Dios, los seis astados de ayer, en general, tuvieron momentos como para que los diestros alcanzaran la gloria. ¿Qué vimos en conjunto? Vimos desolados muletazos perdidos como cascotes de pacharán en el vertedero. Vimos muletazos al humo (de los que te olvidas de ellos a los tres segundos).
Ayer en Pamplona a los toreros les faltó valor. Y no andemos con más rodeos. El valor, se posee o no se posee. Todos sabemos que cuando los toreros se acercan, los toros pegan. Y ayer los toreros se libraron muy mucho de arrimarse a los astados. En ocasiones enarbolaban las muletas como banderas blancas que se rendían.
Lo que vimos, quiero decir lo que no vimos, eran sombras de pases buenos. Y diría más: haría falta la luz de una linterna para encontrar un pase bueno entre tanta vulgaridad.
Pongamos que buena parte de la culpa del fracaso de ayer hay que anotarlo en los dos toreros veteranos. Ellos son Pepín Liria y Juan José Padilla. El primero tuvo unos años en los que acreditaba un valor a prueba de neutrones. Se ganó el nombre y el respeto por ese valor tremendo como de guerrero del antifaz que luchaba contra los elementos. Pero el valor se acaba. El valor es como una mina de oro, cuando hay mineral corre la abundancia. Pero en cuanto se acaba, sólo hay tierra, ceniza, agua sucia y olvido. Y bien que lo sentimos por el bravo de Pepín.
De Juan José Padilla tal vez habría que hablar de un valor que era más aparentón que realidad. Era un valor mentiroso. Con apariencia de dejarse las verdes ingles lorquianas en cada pase, cuando en realidad su valor no tenía un peso específico. Era pura apariencia. Y si aún le quitamos esa apariencia, entonces ya ni siquiera es la mina de oro que retuvo en sus manos por un tiempo Pepín Liria. La mina de Juan José Padilla era una pura entelequia. Un espejo de purpurina.
El navarro Francisco Marco no está en la tesitura de Liria y Padilla. Dejemos para más actuaciones el modo de hacer una disección relacionada con el valor.
Claro, que a lo mejor a los toreros no les salieron las cosas bien porque era martes y no miércoles. De cualquier forma, en los toreros y la vergüenza hay una expresión de Cervantes que augura lo siguiente: "¡La vergüenza por los cerros de Úbeda, antes que en la cara!".
Y a propósito de Cervantes, Francisco Marco le endilgó al último de la tarde uno de esos sablazos cervantinos de cuyo nombre no queremos acordarnos.
Vamos a acabar como hemos empezado, valorando a los toros de Cebada Gago, aquellos pasajes en los que sus toros embestían con prontitud y bravura. Éste es un ganadero al que hay que cuidar. Uno de los pocos ganaderos, junto al tan justamente ponderado Victorino Martín, que vale la pena mirar con la mejor de las atenciones.
Babelia
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