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Reportaje:

Siete días de sorpresas por la costa norte

Una ruta en tren para sumergirse en el arte, la historia y la gastronomía

Vía estrecha y lujo no son términos contrapuestos. La prueba de ello es el Transcantábrico, un tren de FEVE (la sociedad estatal Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha), que recorre toda la cornisa cantábrica, desde Ferrol hasta Bilbao, para, desde allí, seguir hasta León. Además de su vigésimo cumpleaños, el Transcantábrico acaba de celebrar la reapertura del trazado completo del ferrocarril de La Robla, el Tren de la Hulla, que con sus 284 kilómetros entre Bilbao y León es la línea de vía estrecha más larga de España. Había sido cerrada para el tráfico de viajeros en 1991, en el 80% de su tramo, en la parte que se extiende entre Bercedo de Montija (Burgos) y Matallana (León).

La vía estrecha se nota en la angostura de los pasillos y en el tamaño de la cama de matrimonio: quien mida 1,90 deberá encogerse para conciliar el sueño, algo no difícil en este tren, pues durante las siete noches del viaje permanece detenido en diferentes estaciones. El lujo, en los coches-suite, en los desayunos bufé en cualquiera de sus cuatro coches-salón, en la cabina con ducha e hidromasaje, en la amabilidad de todo el personal y en las comidas y cenas en restaurantes siempre distintos.

Entre 1991 y 2002, el viaje en tren terminaba en Bilbao, y el Transcantábrico se continuaba en autocar, con San Sebastián como destino final. Ahora, a Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco vuelve a unirse Castilla y León. No seré asno que no aprecie la miel de la capital guipuzcoana, pero la reapertura de La Robla hace que la experiencia gane en variedad, no sólo en cuanto a paisajes o a visitas culturales, sino también en lo referente a la gastronomía. Los tres capítulos principales de la oferta del Transcantábrico salen así reforzados.

En un viaje tranquilo en cuanto a los kilómetros que se recorren, pero de apretada agenda, son tantos los lugares vistos y visitados que se hacen precisos varios días para asimilar la experiencia. Resulta así difícil hacer una selección, y dudoso qué orden seguir. Quien busque en este tren el placer de las horas muertas que atribuimos al Transiberiano o al Orient Express deberá saltarse alguna visita cuando el cuerpo lo pida. Y en este caso, la ventaja de que ninguna jornada carezca de interés se convertirá en un problema: ¿qué descartar?

En medio de la frenética sucesión de imágenes e informaciones variadas reconforta comprobar cómo han mejorado ciudades como Oviedo, Gijón o Bilbao, que no merece seguir arrastrando fama de fea, y cuya estación modernista de La Concordia es uno de los orgullos de FEVE. Por si fuera poco, quien quiera disfrutar de la noche puede hacerlo en el propio tren -ya sea en el coche-pub, en el que a veces hay actuaciones, o en el coche-bar, más tranquilo- o bien saliendo por el pueblo o ciudad en el que se pare; por ejemplo, aparte de aventuras personales, el casino de Santander es una de las opciones incluidas en la agenda. La hora del sincero arrepentimiento para los noctámbulos llegará a las ocho de la mañana, cuando suene la campanilla para ponerse en pie. No es infrecuente que alguno de los viajeros la esconda o la robe. ¿Y quiénes son los viajeros? Pues hay de todo, desde australianos hasta estadounidenses, con predominio de hispanoamericanos y españoles (entre éstos, los catalanes son los más numerosos); también, clientes agasajados por diferentes empresas. Como pretendientes no faltan, para cubrir la demanda circula desde hace tres años un segundo tren, gemelo del primero. El viaje puede hacerse de León a Santiago de Compostela, o de Santiago de Compostela a León (el trayecto entre Santiago de Compostela y Ferrol se hace en autobús).

Almiares y hórreos

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Sin bajarse del tren, que circula a unos 45 kilómetros por hora, ya sea sentado en uno de los coches-salón, ya sea echado en la cama (se puede hablar realmente de "una habitación con vistas"), los paisajes que se suceden no aburren: desde las rías gallegas hasta los páramos castellanos, el verde (eucalipto, laureles, alisos, castaños, abedules, pinos, pastos, campos cultivados), el azul (ríos, rías, cielo) y el gris -cuando el tiempo no acompaña, o acompaña de otra manera- se convierten en una plácida invitación al descanso. Mentar los páramos no significa que en tierras castellanas no encontremos también bosques, como el hayedo del Cabrio, cerca de Espinosa de los Monteros. Y a la variedad paisajística del viaje contribuye Sotoscueva, con sus siete crestas calizas o conchas, sus farallones que rematan en pardo y gris el verde de las laderas, modeladas por el agua, y bajo las cuales está el complejo kárstico de Ojo Guareña. Se ven en abundancia cuervos, urracas, gaviotas o águilas culebreras. Se turnan vacas y caballos, almiares y hórreos (los gallegos, de piedra; los asturianos, de madera), puentes, túneles y viaductos. Las palmeras señalan las casas de los indianos, de aquellos que tuvieron fortuna. Indiano era Antonio López y López, primer marqués de Comillas, quien construyó en su villa el palacio de Sobrellano, neogótico y algo recargado. A su lado está El Capricho de Gaudí, una especie de casita de cuento hecha con golosinas, para capturar a niños desprevenidos.

Hay tantos parajes y vistas espectaculares que el pasajero del Transcantábrico se convierte en una especie de coleccionista de postales. Citaré sólo algunos, pues pretender abarcarlo todo en este artículo sería una misión imposible. La ría del Eo, frontera entre Galicia y Asturias, desde el parador de Ribadeo, difícilmente deja indiferente a alguien. Al otro lado de la ría, ya en Asturias, en un entorno sereno, entre montañas, prados y bosque, se alza el pueblo de Castropol; más allá, tras los montes, está Tapia de Casariego, pueblo marinero que no me resisto a citar (por su estación, algo alejada del pueblo, pasa el tren sin detenerse). El parador de Cangas de Onís, antiguo monasterio de San Pedro de Villanueva, construido en los siglos XVII y XVIII (se conservan la iglesia y algunas dependencias), separado un par de kilómetros del pueblo, está inmerso en un valle en el que se podría tener la sensación de que se ha detenido el tiempo. La subida en autocar al cementerio de Luarca es otra ocasión más de disfrutar de la belleza verde de Asturias. Desde el camposanto, en el que se hallan los restos de Severo Ochoa, se domina el pueblo y su playa, con su hilera de casetas de colores. El puerto, con sus barquitas pintadas, es un buen lugar para tomar una sidra. En Luarca, por cierto, está el Aula del Mar de Cepesma, coordinadora dedicada a la protección de la vida marina. En su museo, lo más llamativo son los calamares gigantes conservados en alcohol, entre ellos el más grande del mundo: más de 120 kilos de peso y unos 13 metros de largo. Por fortuna, después de verlo, no cenamos sepia. La excursión a los Picos de Europa, con los lagos de Covadonga, hace pensar en el ciclismo y en la historia de España. En Burgos, desde la cueva-ermita de San Bernabé, cuya entrada es una de las 11 bocas principales de los más de cien kilómetros de galerías excavadas por el Guareña, disfrutamos de la Merindad de Sotoscueva, con el cauce del río, muchos metros más abajo, señalado por una doble hilera de chopos. En Palencia, cerca de Frómista, podemos ver un tramo del canal de Castilla, construido entre los siglos XVIII y XIX. Destaco esta imagen por su relación con el Transcantábrico: si el Tren de La Robla se construyó para llevar carbón a Bilbao, el canal servía para llevar mediante barcazas los cereales castellanos a Santander.

El Transcantábrico hace un recorrido por el arte, desde sus inicios hasta hoy, pasando por el Imperio Romano (los mosaicos de La Olmeda, en Pedrosa de la Vega, Palencia, son un ejemplo de la altura que alcanzó su civilización), la Edad Media, el Renacimiento, el Barroco y el XIX. Durante la visita del Museo y la Neocueva de Altamira, uno se maravilla ante la ejecución de las pinturas, se siente intrigado por el sentido de la obra e intuye que quien pintó los bisontes -si es que, efectivamente, fueron trazados por una sola mano- fue un auténtico genio. Para la casi exacta reproducción de las pinturas (las más famosas pertenecen a la segunda ocupación de la cueva, y se datan hacia el 14500 antes de Cristo) se han utilizado las técnicas y pigmentos originales. El contenido y la organización del museo, de evidente intención didáctica, es otro acierto. Falta, sí, la magia que sólo puede tener el original.

Conchas en San Marcos

Superfluo hablar aquí de la escultura de la catedral de Santiago (por cierto, el tren hace además un completísimo recorrido por la ruta jacobea, y como símbolo de ella podemos elegir las veneras que adornan la fachada de San Marcos), románica, o de las vidrieras de la catedral de León, gótica. Entre ambas catedrales, la de Oviedo, también gótica, y con la particularidad de tener una sola torre. Oviedo nos hace pensar en Clarín, y cerca de Oviedo está el palacio de Meres, con su bosque y su jardín, donde se rodó parte de La Regenta. Monumento histórico-artístico desde 1988, con restos del siglo XIII (la torre circular, destruida por orden de los Reyes Católicos), su ejemplar restauración ha corrido a cargo del arquitecto asturiano Joaquín Cores. En el conjunto destaca la iglesia del palacio, del siglo XVII. Y es que aunque las catedrales merezcan una atención especial, el conjunto de iglesias que se visitan -casi todas medievales- es notable. San Martín de Frómista, construida alrededor de 1066 por Mayor de Castilla, viuda de Sancho III de Navarra, o la colegiata de San Isidoro, en León, con sus frescos románicos en el panteón real, tienen su lugar en la historia del arte. En Santillana del Mar, el claustro románico de la colegiata de Santa Juliana, con los capiteles en los que se representa la eterna lucha entre el Bien y el Mal, merece ser visto, como en Villalcázar de Sirga, la iglesia templaria de Santa María la Blanca, románica y gótica, y muy restaurada, o en Carrión de los Condes, donde malcasaron las hijas del Cid, el monasterio de San Zoilo y San Félix, cuyos restos conservados son ya del XVI y el XVII, o en Viveiro, la iglesia medieval de Santiago-conventual de San Francisco, que tiene la particularidad de estar inclinada (el altar está apreciablemente más elevado que los pies).

De un enorme salto en el tiempo llegamos a los Cubos de la memoria, de Ibarrola, que con su dinamismo y colorido dan un aire de modernidad al muelle de Llanes, uno de los pueblos asturianos más bonitos. El artista vasco ha sabido condensar gran parte de la historia de la zona en una obra de arte que cambia con la marea. También se mueve, aunque esté quieta, la fachada del famoso Guggenheim de Frank Gehry y de Bilbao, en el que, cuando lo visitamos, se exponían los móviles de Calder. Sorprendentemente, algunos de los móviles estaban inmóviles.

Terminamos un viaje de siete días por el norte y el interior de España que necesita de varias semanas para ser digerido, un viaje por la geografía, el arte, la historia y la gastronomía, por la cultura y el tiempo. De regreso a Madrid, pienso en la simbiosis artística entre hombre y naturaleza; en las pinturas de Altamira, donde aquél parece fundirse con ésta, y se sirve de los volúmenes de la roca para sugerir los de los animales; en los cubos de Ibarrola, en los que se aprovecha el mar para completar y cambiar lo debido a la mano y a la imaginación del hombre; en el Guggenheim, creación evidentemente humana, pero inspirada en formas orgánicas. Y de pronto, con fuerza irresistible, viene a mi memoria una imagen: la de dos tablones que forman la valla de un jardín, enfrente de uno de los restaurantes en los que comimos, el Gran Duque, en Santillana del Mar. El marrón de la madera está casi completamente teñido de verde por la humedad, por el moho, y visto desde una distancia de dos o tres metros parece un paisaje con un bosque, unas laderas con bancales, unos pastos, un cuadro de una precisión casi fotográfica, verdaderamente asombroso por su inconsciente realismo. Si la naturaleza es capaz de copiarse a sí misma de tal modo; si el agua, con su milenario trabajo, ha creado el complejo kárstico de Ojo Guareña, una red de simas y galerías, de curiosos espacios y formas que hacen pensar en la escultura y la arquitectura modernas..., ¿cuáles son los logros artísticos del hombre? ¿Para qué hace falta, entonces? Sólo se me ocurre una respuesta: para verlo. Sí, quizá hayamos venido al mundo para mirar. Y así, el viaje con el Transcantábrico cobra todo su sentido.

- Martín Casariego (Madrid, 1962) es autor de Campos enteros llenos de flores (Muchnik Editores, 2000).

Santa María del Naranco (del siglo IX), a las afueras de Oviedo, es una de las construcciones más destacadas del prerrománico asturiano.
Santa María del Naranco (del siglo IX), a las afueras de Oviedo, es una de las construcciones más destacadas del prerrománico asturiano.SANTOS CIRILO

GUÍA PRÁCTICA

El Transcantábrico

El viaje dura ocho días, de sábado a sábado, y se puede realizar tanto empezando en León (punto de inicio, el parador de San Marcos) como desde Santiago de Compostela (plaza del Obradoiro). Información: www.transcantabrico.feve.es. Salidas: desde el 3 de mayo y hasta el 25 de octubre. Precio: dos personas en compartimento suite, 4.000 euros; una persona, 3.000 euros. Incluido en el precio: siete noches en el compartimento suite (estaciones de Viveiro, Luarca, Gijón, Llanes, Santander, Espinosa de los Monteros y Cistierna), siete cenas y ocho comidas con gastronomía típica de cada autonomía (vinos, café y licores incluidos), siete desayunos a bordo con bufé libre, música y fiestas en el coche-pub, autocar y excursiones, con entradas a museos, colegiatas. No incluye: bebidas alcohólicas a bordo ni servicio de lavandería.

Trenes regulares de FEVE

- FEVE (902 100 818 y www.feve.es) conecta Ferrol con Bilbao con los tramos que cubren los diferentes trenes de cercanías y regionales de vía estrecha. Ningún tren cubre el viaje entero; no hace falta reservar; los billetes se compran en las mismas estaciones (para los apeaderos sin taquilla, en el tren); en la línea principal entre Ferrol y Bilbao se cuentan más de 200 estaciones. Para horarios y precios, consultar la web. Por ejemplo: precios para toda la ruta dividida en tres tramos regionales: de Ferrol a Oviedo, 16,25 euros; de Oviedo a Santander, 11,10 euros, y de Santander a Bilbao, 6,10 euros. Información adicional en las estaciones de Ferrol (981 37 04 01) y Bilbao (944 25 06 15). Como novedad de este año, FEVE reabrió en mayo la línea del llamado Tren de La Robla, de Bilbao a León.

En coche

- La autovía del Cantábrico está en servicio desde la frontera con Francia (Behovia) hasta Unquera, en el límite de Cantabria con Asturias. Desde Llanes hay autovía hasta Oviedo (y Avilés) por un lado y hasta Villaviciosa por el otro, siguiendo la costa. El tramo hasta Ferrol por la costa va por carreteras de doble sentido.

Información

- Galicia: www.turgalicia.es. Oficinas de turismo de Ferrol (981 31 11 79), Viveiro (982 56 01 53) y Ribadeo (982 12 86 89).

- Asturias: www.infoasturias.com. Oficinas de turismo de Cudillero (985 59 13 77), Gijón (985 34 60 46) y Llanes (985 40 01 64).

- Cantabria: www.turismo.cantabria.org. Oficinas de turismo de Santander (942 20 30 01) y Santillana del Mar (942 81 82 51).

- País Vasco: www.paisvascoturismo.net. Oficina de turismo de Bilbao (944 79 57 60).

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