Velos
En la oficina de carpintería metálica de la iglesia de Notre Dame de la Chapelle de Bruselas trabaja una mujer musulmana con la cabeza cubierta por un velo. Acaso se trate de un gran acontecimiento ecuménico, aunque sin simetría posible en el otro lado. En ninguna mezquita de Bruselas o Rotterdam una mujer católica, protestante, o simplemente occidental, podría desarrollar ese cometido con la misma libertad de culto e indumentaria que ella. A diferencia de lo que ocurría hace un cuarto de siglo, el islamismo no permite a las mujeres que salgan por las calles de Europa sin cubrirse la cabeza u ocultarse el rostro hasta los ojos.
Detrás de las crestas de gallo de las muchachas pálidas de la plaza del Dam de Amsterdam, de las brillantes melenas alisadas de las mujeres negras del bulevar Aspach de Bruselas o de los mechones de color pistacho de los homosexuales embutidos en cuero del Muelle de las Hierbas de Gante siempre surge una cabeza medievalizada con un chador negro. Hoy la sociedad europea comparte los espacios pero no los tiempos. Y a menudo ni siquiera eso.
En algunas calles de Bruselas las mujeres musulmanas están encerradas en sus casas mientras sus maridos se pasan las tardes en los cafés. Nadie diría que en esta misma ciudad vivieron, huyendo de la intolerancia, Víctor Hugo, Baudelaire, Verlaine o Rimbaud. Ni que Marx hubiese leído a Engels algunos pasajes de El Capital junto a las terrazas de la Grand Place, donde ahora otras mujeres achicharran sus escotes y toman cerveza gracias a Copérnico, Galileo, Erasmo y la Revolución Francesa.
El integrismo islámico ha impuesto grandes zonas de medievo en la Europa del siglo XXI. Y lo peor es que sólo los estados con una decidida convicción laica, como la Francia de Jean Pierre Raffarin, pueden preservar espacios públicos que coincidan con el tiempo que corresponde a las conquistas sociales, culturales y políticas logradas por nuestra civilización.
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