No pasa nada, presidente
Por lo que parece, el Madrid está dispuesto a fastidiar la toma de posesión de cada presidente del Barça. Florentino Pérez edificó su mandato con el fichaje de Luis Figo, operación que hipotecó el gobierno de Joan Gaspart al punto que acabó hablando en chino para decir que no traspasaría a Rivaldo. La hinchada acabó tan harta de su directiva que el presidente del Madrid siempre fue bien recibido desde que acudió al funeral de Ladislao Kubala. "Un señor el tal Florentino", se decía por el Camp Nou, ni que fuera por oposición a Gaspart, mientras la turba la emprendía con Figo: a falta de goles, decían que bien valía una cabeza de cerdo.
Gaspart había prometido que el Madrid se la pagaría y hasta fanfarroneó con llevarse a Ronaldo o, si no, a Morientes utilizando a Van Gaal como parapeto. No cumplió, como de costumbre, y los radicales culés consiguieron que se anunciara el cierre del Camp Nou después de vejar a Figo, que cargó con lo suyo y lo de Ronaldo, que había tomado las de Villadiego por si acaso.
Figo simboliza un traspaso de poderes del Barça al Madrid que ahora Beckham vendría a ratificar. Florentino no dijo ni mu cuando el candidato Joan Laporta y el Manchester anunciaron el acuerdo para el traspaso del jugador, silencio que provocó distintas interpretaciones, entre ellas que el Madrid podía tener una influencia decisiva en la elección del presidente del Barça en la medida que se explicara o negara su interés por Beckham.
A Bassat le convenía que Florentino se pronunciara antes del domingo, pero es desmedido pensar que una intervención del Madrid le habría costado la presidencia a Laporta. El rotundo resultado de las urnas parece expresar que los socios del Barça no han elegido a Laporta sólo para que les llevara a Beckham. El mérito del abogado ha sido precisamente explicar los motivos por los que no puede ficharse. La gent blaugrana sabe que si el jugador no llega al Camp Nou no será por culpa de su presidente, sino porque no han querido el futbolista y el Madrid, que, con dinero o sin dinero, hace lo que quiere.
A Beckham le dieron más importancia sus rivales que el propio Laporta. El candidato pactó un traspaso entre clubes con la anuencia de la FIFA, porque así lo establece la ley, y advirtió que aún no había hablado con el futbolista, circunstancia que durante la campaña los barcelonistas no interpretaron como un error, sino como un acierto: no se le advirtió que la federación internacional no puede amparar a un candidato, sino a un club, ni se le demandó qué haría si Beckham no aterrizaba en Barcelona. Ya elegido, Laporta intentó cerrar el acuerdo con el jugador, que respondió que nones porque el Madrid estaba en el ajo y, a fin de cuentas, siempre decide el futbolista.
Impecable como candidato, seductor irresistible como ha sido con el electorado, a Laporta le corresponde ahora actuar como presidente. Una cosa es ilusionar al socio en el Miniestadi y otra contentar al exigente público del Camp Nou, por no decir que no es lo mismo competir con abonados de la misma entidad que con clubes rivales.
Al Barça de Laporta, Beckham le pegaba como anillo al dedo, o al menos así pareció por cuanto se expuso en la campaña, mediática como ninguna. El Barcelona, en cambio, precisa más de otros futbolistas para recomponerse. Tiene otras necesidades. No basta con Rustu, y menos teniendo a Víctor Valdés.
La hinchada azulgrana tolerará que Beckham se junte con Ronaldo y Figo siempre que su presidente no pierda la cabeza y a cambio monte un equipo y arregle el club. Mal comenzaría el asunto para el Barça si Laporta sólo fue elegido por Beckham. El ya presidente no ha enredado a nadie, sino que se lo han creído.
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