La única que faltaba
Sólo le faltaba la Copa de Europa de baloncesto, el único trofeo que le habría concedido el peor de los enemigos, no sólo porque se lo tenía bien ganado sino porque es el punto de encuentro del sentimentalismo con el profesionalismo. Un equipo de especialistas, bien presidido, con el mejor jugador y un gran técnico, acorde con los nuevos tiempos e inmune a la presión, redimió en el Sant Jordi a la generación de Epi y Solozábal, la que creció en el Palau, empapada de barcelonismo. Un momento histórico para un club sin presidente por culpa del fútbol. Así son las cosas.
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