Los chicos del plutonio
Ésta es una obra famosa, llena de premios, pasada por los escenarios más cultos y atendida por los más prestigiosos críticos. Lástima que sea profundamente aburrida. No es culpa más que del autor: la interpretación es excelente, y no creo que en ningún otro lugar del mundo se haya hecho mejor. Y la dirección la lleva con rapidez y con brío, y la traducción, aunque no conozco el original, parece directa, clara y castellana. Pero el tema apenas bordea los sentimientos humanos y, cuando lo hace, hacia el final, coloca una solemnidad equívoca, se entrega al misterio, hace chapuzas filosóficas y casi teológicas. Una de las maneras de interpretarla es la de la moraleja de que por mucho que los grandes sabios trabajen, el fondo del misterio y las tinieblas del alma humana no van a ser resueltas. Si es ésa la intención, y no hago más que conjeturarlo, está demasiado repetida desde que hay literatura. La historia es que dos de los grandes físicos que trabajaban en la fusión nuclear que dará origen a la bomba nuclear, Werner Heisenberger y Niels Bohr, se encontraron en Dinamarca, bajo la ocupación alemana, en 1941: sólo estuvo presente la esposa de Bohr. Nunca se ha sabido en qué se basó la conversación. Sobre este hecho real se ha especulado: quizá Werner quiso convencer a Nils para que ayudase a Hitler, quizá, si la carrera científica se hubiese resuelto de otra manera, los nazis hubieran ganado la guerra, y si Bohr se hubiera pasado a Hitler... Ah, pero éste era medio judío; si Hitler no hubiese perseguido a los judíos, los científicos hubieran colaborado con él. Pero si no hubiese perseguido a los judíos, hubiera sido un buen hombre y merecería la pena que ganase sobre el capitalismo americano, que se deformó a partir de la presidencia de Truman...
Copenhague
De Michael Frayn, versión de Charo Solanas. Intérpretes: Fernando Delgado, Sonsoles Benedicto, Juan Gea. Vestuario de Paula Roca. Iluminación de Rafael Mojas y Félix Garma. Escenografía de Giuliano Spinelli. Dirección: Román Calleja. Centro Cultural de la Villa de Madrid.
Cámara de niebla
Todo esto puede el espectador pensarlo, si es aficionado a ese vicio izquierdista. Tiene tiempo, si no vibra con el problema de la cámara de niebla o de la masa crítica. Un segundo programa de mano le ilustra sobre muchos de los términos científicos que se emplean y discuten. Pero, como todos los que se hacen ahora en los teatros, tiene una letrita pequeña y difuminada sobre un fondo mas oscuro y, como los empresarios suelen ahorrar en electricidad para la iluminación, es ilegible. Se puede ver luego, en casa: pero para eso hay libros, ensayos, historia que están mejor. Y alguna obra de teatro: Los
físicos, de Dürrenmatt, o Los papeles de Oppenheimer (los auténticos, las notas y comentarios de ese físico, están también publicados). Con la ventaja de que tenían mas teatralidad.
Sobre la física, el autor pone la metafísica, convertida en dramaturgia: los personajes no son tales, sino fantasmas, y empiezan la acción dos o tres veces, y un estallido inmenso debe significar la explosión definitiva, la que acabaría con la especie humana, con cuyo final también se especula. La escritura es buena, y es inteligente, claro: pero no escapa al aburrimiento. El público del estreno aplaudió con insistencia; supongo que iban las ovaciones dirigidas a los excelentes actores y al director, y probablemente a sí mismos por haber sido capaces de fingir interés por algo que no se debe comprender bien, pero que es cultura.