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Irak, ¿liberado?

Parece que el fin de la guerra en Irak está ya a las puertas y comenzará la terrible posguerra, con todas las delaciones, venganzas, represiones, menosprecios e injusticias que la suelen acompañar.

Recomponer a una sociedad que ha sufrido un largo periodo de sometimiento a un régimen de partido único, de castigo vicario para forzar su caída y de agresión bélica, con la forma como ésta se ha producido, necesita respeto, ayudas y tiempo. Pero sólo se puede vislumbrar más y más violencia y no una sociedad reconciliada, abierta, plural y liberada.

La liberación es la mentira definitiva de este conflicto. Casi olvidadas han quedado ya las razones aducidas por los dirigentes de la coalición y de sus comparsas: el incumplimiento de las resoluciones de la ONU sobre el desarme del régimen de Sadam Husein, la existencia de armas de destrucción masiva y la amenaza a la seguridad global por la connivencia con el terrorismo islámico. Ahora se dice que ésta es una guerra de liberación. Pero todo el mundo sabe que ni el bloqueo ni la guerra pueden abrir una vía realmente liberadora, ni construir una sociedad democrática basada en un nuevo protagonismo social. Tal impulso debe surgir del pueblo y estas medidas son contra el pueblo.

No es posible iniciar un proceso de autodeterminación solidaria, sometidos a una cerrazón forzada de posibilidades como castigo durante doce años. Tampoco es posible la liberación mediante una agresión avasalladora e irrespetuosa de cualquier memoria y cultura, o impuesta argumentando la incapacidad del propio pueblo para liberarse. Una liberación teórica que se hace arrebatando instituciones básicas al ámbito internacional que, en vez de vigilar límites, podrían haber propiciado otras vías. En tiempos de guerra -declarada o no- siempre ganan quienes mejor se mueven en este escenario de confrontación militar.

Ahora, después de la "liberación de Irak", la reconstrucción de un nuevo Irak sin Sadam, una nueva paradoja se añade a esta trágica historia. Las fuerzas de la coalición administrarán la nueva sociedad y reconstruirán el país que han destruido, aprovechando sus recursos. Todos se apuntan, nadie quiere ser marginado de esta solidaridad tan generosa, propia de quienes "inventan la caridad después de haber hecho a los pobres".

Ya hace algunos años el historiador austriaco E. H. Gombritch, en uno de sus libros de historia antigua recogía una anécdota de Alejandro Magno sobre la generosidad y la guerra. Cuenta que, hace unos 2.340 años, el macedonio, una vez establecida la gran coalición de los diferentes pueblos griegos para extender su dominio conquistando Persia y el actual Irak, se dedicó a repartir todos sus bienes. Entre sus amigos esta conducta llamó mucho la atención e, interrogado sobre ésta, cuenta la leyenda que contestó que lo repartía todo porque quería partir a la lucha sólo con la esperanza. Esta narración trata de defender el noble dominio que se inició con una noble actitud.

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Los mitos y leyendas son siempre irreales o al menos hablan de la realidad de otra forma, pero pueden servirnos como en este caso para evidenciar, por contraste, la obscenidad de esta empresa. Se nos hace patente que un discípulo de Diógenes tiene muy poco en común con un fiel del "sueño americano".

Hoy el problema no es ya si la guerra está a punto de acabar, o si el hecho de haber sido breve justifica -análisis costes/beneficios- algo. El verdadero problema subyace en cómo se pueden enderezar las consecuencias de una acción ilegítima de forma que no supongan el establecimiento y la consolidación de dinámicas generadoras de mayor ilegitimidad. Lo veo difícil, porque ésta ha sido dictada por la ambición de poder, por la hegemonía americana y su "destino manifiesto", garantizado por el "gran garrote". Y porque, guiada por intereses inconfesables, se esconden razones y no se quieren testimonios. Además, conocemos muchos casos parecidos en los que, cuando se han cubierto los auténticos objetivos, los "instrumentales" definidos por la propaganda legitimadora pasan a un segundo plano o se externalizan dejándolos en manos de la ONU, de ACNUR o de la Media Luna Roja.

La oposición a la guerra debe encontrar su continuidad natural en la oposición a su aprovechamiento. Para ello consideramos clave que la denuncia social y ciudadana se mantenga en el tiempo, que sea expresión plural y unitaria de un debate profundo y enraizado, que no esté hecha de gestos simbólicos, sino de una oposición madura y firme, organizada en el seno de la sociedad.

Nosotros queremos contribuir a ello decididamente.

Joan Sifre es el secretario general de CCOO PV.

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