Contundencia

Hay diversas maneras de hacer música celta: la que ha elegido Wolfstone es la que sigue la vía más rockera. Pese al empeño por situar a esta banda escocesa a medio camino entre el folk tradicional y el rock duro, incluso como paradigma de entendimiento entre ambos géneros, la balanza se inclina hoy por el segundo: gaita y violín apenas destacan sobre la guitarra eléctrica. Y ni siquiera en las baladas -más bien esbozos- que se permiten de vez en cuando se alejan los cinco escoceses de la contundente marcación de la batería.

Wolfstone no engaña: su música es para dar saltos y palmas en un ambiente regado por cervezas. Pero el celtismo rockero, un camino que otros exploraron con anterioridad, y que tiene sus seguidores, no se ha revelado particularmente fructífero en lo musical.

Para tocar en Madrid eligieron el día de San Jorge. No hace mucho que han actuado en el campo de Murryfield, durante los prolegómenos del partido de rugby Escocia-Italia, en el Seis Naciones.

Wolfstone son en realidad Duncan Chisholm, oriundo de la zona de Inverness, y Stuart Eaglesham, vecino del lugar, que se conocieron en un pub a finales de los años ochenta. Los demás han ido entrando para ocupar las sucesivas vacantes sin que los cambios alteren el producto.

Su último disco, Almost an island (Casi una isla), noveno de su cuenta, es el primero en estudio desde 1999 y ha contado con el prolífico y respetado Phil Cunningham, al que les une una larga relación.

El título del disco anterior -Not enough shouting (Griterío insuficiente)- da pistas sobre la propuesta escénica de un quinteto, que en el instrumental Elav the Terrible llega a sonar casi como una banda de heavy, y cuyos conciertos son, como ya se ha dicho, una tormenta azotando las costas de las tierras altas de Escocia.