_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Costa urbana (frente a Tabarca)

Paseando recientemente por Santa Pola me encontré con una inmobiliaria que bautizaron como "Costa urbana". Supongo que el nombre reconoce una realidad, la transformación paulatina del litoral en un continuo edificado, al mismo tiempo que la voluntad, no tan inocente, de acabar por colmatar la costa, de generar una especie de ciudad lineal marítima. Se trata de una aspiración o pretensión de promotores diversos, locales y de más alto nivel, individuales y empresariales, que mina nuestros atractivos naturales e incluso cierta base de la industria turística, porque una costa hacinada, de playas y acantilados poco visibles por ocupados, con recursos escasos más allá del sol y el mar, parece que tiene un futuro problemático. El Mediterráneo es grande y otros competidores se espabilarán.

En muchas de las poblaciones turísticas el hacinamiento edificado destruyó hace tiempo los paisajes naturales, generó una primera línea cuya cornisa es un adefesio y una segunda línea de calles que, en la mayoría de casos, no se distingue de la peor periferia de las grandes capitales construida en los años sesenta, a lo que hay que añadir la proliferación de adosados y unifamiliares que van extendiéndose como mancha de aceite. Es cierto que el caos a veces puede tener su encanto pero cuando se produce a base de pésimas arquitecturas y crecimiento sin límites acaba en desastre urbano. Algo de eso creamos, puliéndonos los encantos paisajísticos de la línea marítima, tanto en Santa Pola como en Peñíscola, en Torrevieja como en Cullera, en...

Después de más de veinte años de ayuntamientos democráticos se puede decir que nuestros municipios han abordado la solución de algunas de las maldades heredadas del urbanismo franquista. Ahora disfrutan de equipamientos inexistentes en aquella época, se hizo algún esfuerzo por frenar la especulación, el verde urbano ha aumentado, se trató de atajar la degradación de los centros históricos, aparecieron políticas de protección del patrimonio... No es que el balance pueda ser unívoco y sin sombras pero está claro que la democracia vivificó nuestras ciudades. Sin embargo, tengo la impresión que las tramas urbanas costeras dedicadas al maná del turismo siguen siendo una asignatura pendiente, el desastre construido continúa y se ha acelerado en los últimos años. Sí, se han construido paseos marítimos, convertidos en el lavado de cara de esas poblaciones sin que sirvan para atajar el desficaci ni, en la mayoría de casos, haberse diseñado con la sensibilidad que exigen playas, dunas y acantilados.

El desastre costero es en parte una consecuencia del tipo de desarrollo urbano escogido, basado en la producción extensiva e intensiva de apartamentos y unifamiliares, con sus consecuencias de amontonamiento, ocupación del territorio y degradación del paisaje. Lo que quiero resaltar aquí es que podría adoptarse otro basado en plazas hoteleras, potencialmente menos agresivo con el espacio marítimo y premarítimo al permitir menos ocupación de suelo, aunque exigiría la mayor atención a la arquitectura con que se proyectasen los hoteles. Antonio Serrano recordaba en este diario (EL PAÍS, 28/9/02) la existencia de estudios que demuestran que, a igualdad de plazas turísticas "la opción hotelera genera menos impactos ambientales, doce veces más renta y ocho veces más empleo que la opción segunda residencia". Es cierto que en una sociedad ansiosa hasta el ridículo por valores inmobiliarios atrae la compra de una vivienda en la costa. Pero también lo es que el modelo de vacaciones basado en la unifamiliar en propiedad no está muy claro que proporcione el descanso buscado, en particular a las personas que continúan en su función habitual de amas de casa, ni que se adecue a una vida como la actual con mayores posibilidades de movilidad. Se podrá decir sin duda que es una cuestión de gustos, aunque ya que hablamos de ellos hay que recordar que casi nadie alaba el desastre de nuestra "costa urbana".

El malestar urbano aquí suele ser una cuestión de contaminación visual. Enorme faena: transformar en arquitecturas dignas muchos de los volúmenes construidos, reformarlos, tirar algunos, rebajar las alturas en otros, adecuar las dimensiones de sus huecos a las ventajas de captar las brisas marítimas, esponjar las tramas costeras, convertir apartamentos en hoteles... No sé si es posible. La tarea es inmensa, el criterio buscar una costa recualificada, potenciar sus atractivos, evitar la lenta e insensible marea de cemento. En cualquier caso, el debate sobre el tipo de desarrollo turístico en su vertiente urbanística, medioambiental y arquitectónica, es imprescindible.

Por cierto, frente a Santa Pola existe una isla mítica para los valencianos, que llamamos Tabarca, cuya degradada Iglesia no se puede visitar, cuyo perímetro amurallado está apenas restaurado y cuyas casas necesitan rehabilitarse. Es una visita turística de un día, con un atractivo basado en sus encantos naturales y urbanos, empañada por la evidente falta de intervención pública en restaurarla. ¿Cómo es que a ningún político se le ha ocurrido hacer en ella una inversión masiva, que sería muy inferior a la de Terra Mítica, para facilitar la visita de la ciudadanía?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Carles Dolç es arquitecto-urbanista.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_