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VISTO / OÍDO
Columna
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Los socialistas

Aprendí una palabra en aquellas elecciones: estuquista. Bajo los nombres de los candidatos figuraba su oficio: "Francisco Largo Caballero, estuquista". Un pintor de paredes de primera, un decorador con pasta de yeso. Le recuerdo en una foto del entierro de un compañero: alto, con sombrero, como toda la dirección del Partido Socialista; y si lo recuerdo es porque más tarde un sombrerero de Madrid, Brave, se anunciaba con la frase "Los rojos no usaban sombrero", para que los "nacionales" se lo pusieran. Otra mentira. Inútil: el sombrero fue escapando de las cabezas "nacionales" -¡si sólo hubiese sido el sombrero!- y no lo lleva ni el PP. Anecdotillas. Que iban siendo categorías: como cuando le llamaban "el Lenin español". Los "nacionales", otra vez, con su dialéctica perra y sus calumnias. Largo fue más cruel con los anarquistas que se habían encerrado en la Telefónica; como Azaña con los de Casas Viejas. Lo que pasaba es que este socialista estaba en la izquierda del partido, con Álvarez del Vayo o Luis Araquinstain Quevedo -también recuerdo el segundo apellido por las candidaturas; y a él por su buena literatura, por sus críticas de teatro-; en el otro extremo de Besteiro, que ni siquiera quiso que España fuese republicana cuando hicieron el pacto de San Sebastián, y que decidió la entrega de Madrid a los "nacionales" y terminar la guerra, porque creyó en las promesas de Franco de que se respetaría a quienes no tuvieran las manos manchadas de sangre. ¡Pobre don Julián! Sus manos eran largas y finas, cuidadas, cuando las agitaba levemente al presidir las Cortes: murió en la cárcel, y en sus últimos días sólo hablaba alemán: dicen que por renunciar a España de la única manera que podía. ¡Aquellos socialistas! Indalecio Prieto, Negrín...

Se ha hablado de todos en el cementerio civil, donde hace 25 años fue enterrado Largo, muerto en el exilio de París después de haber sido liberado por los rusos del campo de concentración nazi de Dachau. Toda esta historia socialista, toda esa fuerza que movió Asturias en 1934 y creó el Frente Popular con los comunistas, se clausuró en el Congreso de Suresnes, que oscureció a los antiguos compañeros: la izquierda se apresura demasiado a renunciar a sus valores, y cae en la trampa de la derecha, que no renuncia a nada porque sus valores son permanentes. La propiedad, la Iglesia, las armas: la dureza, el castigo, cuando se ve en peligro de perder. Los compañeros de Largo Caballero seguramente miraban en torno y lo comprendían cuando ponían las rosas rojas sobre su tumba sin cruz.

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