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La necesaria unidad sindical

Joan Coscubiela

El artículo de José Luis López Bulla y Carles Navales sobre la greña entre UGT y CC OO publicado en estas mismas páginas (ver EL PAÍS del 3 de abril) aborda el problema sindical más importante hoy. Su análisis -que comparto plenamente- está hecho desde la experiencia de dos sindicalistas que supieron superar situaciones de ruptura sindical; y desde la lucidez que da la distancia. Ha llegado el momento de no deslizarse más por la pendiente. La unidad se practica y la división se justifica -contra el otro, añado yo-; para no caer en el moralismo hay que avanzar en un debate abierto y sincero. Y me permito sugerir que la revista La Factoría, que dirige Carles Navales, nos ofrezca sus páginas y que EL PAÍS se haga eco de los momentos más significativos.

Debe existir un mecanismo democrático para medir la representación sindical

Creo que el problema no está en proyectos sindicales contrapuestos, sino en las reglas de juego. Autonomía sindical, modelo de relaciones laborales y normas de comportamiento mutuo son las claves. La autonomía sindical no está consolidada. Crece en los momentos de enfrentamiento sindical con el Gobierno de turno, pero menos -y últimamente ha retrocedido- en los centros de trabajo y la negociación. Autonomía es independencia de los partidos y de los poderes públicos, pero también de los empresarios. La división sindical propicia que las empresas escojan al negociador más cómodo, que no siempre es el mejor interlocutor, pero a corto plazo es el que menos molesta, especialmente en las pymes. En el terreno de la independencia económica ha llegado el momento de que los sindicatos hagamos público nuestro nivel de afiliación y nuestras cuentas y fuentes de ingresos. Para demostrar -o no- que las cuotas sindicales son la principal fuente de financiación. La sociedad debe exigírnoslo ya que negociamos convenios para todos los trabajadores. Y si la sociedad quiere que desempeñemos funciones sociales que van más allá de nuestros afiliados, por ejemplo en inmigración, debe dotarnos de recursos públicos para ello.

Una nueva independencia es necesaria frente a los poderes mediáticos, a quienes la experiencia con los partidos políticos les ha animado a intentar marcar las agendas y los proyectos de los sindicatos. La clave está, como dicen José Luis y Carles, en el modelo de relaciones laborales. Los comités de empresa y algunas secciones sindicales actúan de manera autárquica y corporativa. Y eso nos debilita frente a unos poderes económicos con estrategias globales que utilizan la descentralización productiva para precarizar.

Sólo así se explica que los sindicatos -todos- tengamos tantas dificultades para evitar las dobles escalas salariales. Puesto que para defender los derechos de los trabajadores en activo, a los que el comité representa, se carga el ajuste a los trabajadores futuros, a los que los sindicatos también debemos representar. O que en las grandes empresas los comités firmen acuerdos que externalizan los ajustes y los costes a los trabajadores de empresas subcontratadas, a los que también representamos los sindicatos. Pero la cosa es más complicada. En un sistema de relaciones laborales en el que negociamos convenios para todos los trabajadores debe existir un mecanismo democrático para medir la representación. La contradicción de las elecciones sindicales es que nacen para elegir organismos unitarios y para determinar quién negocia los convenios, pero propician la competencia entre sindicatos. Distinguir entre competencia y confrontación es nuestro reto. Y ello pasa por modificar el modelo de representación en las pymes -menos de 50-, donde ésta es más simbólica que real. La figura del sindicato más representativo creada en 1985 para impulsar un sindicalismo débil debe desaparecer para

dejar paso a la representatividad real y concreta en cada empresa, sector o territorio. Por el contrario, los poderes públicos, los empresarios y los sindicatos deben renunciar a potenciar por razones tácticas a siglas sindicales sin representación alguna. Para potenciar el sindicalismo confederal hay que dotarlo de capacidad de intervención en los centros de trabajo y potenciar la negociación sectorial -con independencia de su ámbito territorial-, como factor que propicia la solidaridad y limita la tendencia autárquica de los comités y secciones sindicales. Pero esto es imposible sin la reforma de las organizaciones empresariales, de las que todo el mundo habla en privado y nadie en público. Hoy en nuestro país solo hay negociación colectiva seria donde hay organizaciones empresariales fuertes y representativas.

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Por último, pactar las pautas de comportamiento -un código de autorregulación- es imprescindible. La unidad de acción sindical no significa coincidencia en todo y debe prever las diferencias y los conflictos. Pero la unidad no puede existir sin reglas de juego que nos permitan resolver las diferencias en las negociaciones y optar por la mediación antes que por los descuelgues de un sindicato -el que sea- con la firma de un convenio. Como se pueden imaginar, esta respuesta -que no es tal- al artículo de José Luis y de Carles no está improvisada. Por mi parte está discutida, acordada y propuesta. Y si es así, alguien podría emplazarme, dada mi responsabilidad actual, a que explique las razones de que estemos como estamos. La única respuesta es a la gallega, con otra pregunta. ¿Existe división sindical porque existen dos proyectos distintos? ¿O existen dos proyectos distintos porque existe división sindical? Así de duro, como la vida misma.

Joan Coscubiela es secretario general de CC OO de Cataluña.

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