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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Café y cigarrillos para Terenci

"Como yo también fumo Ducados, a veces me pedía tabaco y le decía 'mira, lo dejo encima de la barra, pero yo el cigarro no te lo doy' ¡Y vaya si se levantaba de la mesa a cogerlo!". Anna, mujer de la limpieza de la Sala Muntaner, estaba tomando ayer el cortado de después de comer en el bar restaurante Las Murallas de Ávila, justo enfrente del portal donde vivía Terenci Moix. La noticia de la muerte del escritor corrió como la pólvora por el barrio desde primera hora de la mañana. La zona comprendida entre las calles de Muntaner y Casanova, entre la Gran Via y la calle de Sepúlveda, una bisagra entre el Raval y el Eixample plagada de tiendas de ese material informático que tanto fascinaba a Terenci, había perdido a uno de sus transeúntes más frecuentes. Las voces de los vecinos delataban que el novelista se hacía querer por todo el mundo.

El escritor era un personaje muy querido en el barrio. Todo el mundo le pedía que dejara de fumar

En Las Murallas de Ávila, el escritor se proveía frecuentemente de café -siempre solo- y algún bocadillo de chorizo o salchichón, acompañado por una copita de rioja. Incluso estos últimos días, en que ya no salía de casa, su mano derecha, Inés, ha ido a buscarle algún que otro bocadillo. Esteban Lozano, propietario del local, recordó ayer que los horarios de Moix -"una persona de la calle"- eran "anárquicos", pero sus costumbres, "fijas". Una de ellas, ir por la noche a tomar un café antes de ponerse a escribir. A primera hora de la mañana, otro antes de echarse a descansar: "A veces se traía apuntes para repasar".

Esto último lo hacía también muy frecuentemente en el bar La Principal, en la esquina de Sepúlveda con Muntaner. Allí se reencontró Terenci con Manel Carrasco, camarero en tiempos del mítico Velódromo. En La Principal, cuenta Carrasco, el novelista pasaba un rato hacia las siete y media de la mañana. El responsable de este bar popular, que se abre a la calle con unos grandes ventanales con marcos de madera, definió a Moix como "un romántico de Barcelona": "Le encantaban estos ambientes". En los últimos tiempos, antes de ser ingresado en el hospital, Carrasco le guardaba un paquete de tabaco debajo de la barra. "Yo le decía que no le sentaba bien y él me respondía que era el único vicio que mantenía". Allí se encontraba también con la propietaria del Forn Sepúlveda, Teresa Xufré: "Él nació aquí al lado y todo el mundo le conocía. Era algo nuestro, alguien del barrio". Menos ganas de hablar tenía Enric, propietario del restaurante Cosmopolita, un lugar abarrocado y lleno de color donde Terenci acudía a menudo a comer con amigos, muchas veces con Borís Izaguirre. Ayer era un día demasiado triste para él, dijo.

Después de comer, se le podía encontrar también en la terraza del Snack Bar París, donde el propietario, José Meijide, aprovechaba para preguntarle cosas sobre cine: "Era un fenómeno. Nos lanzaba unos monólogos que escuchábamos entusiasmados. El rato se nos pasaba volando". Y si se perdía, lo más probable era encontrarle en el Cinemascope, una tienda de coleccionismo cinematográfico.

Incluso en el De Paso de la Gran Via, uno de estos establecimientos de periódicos, pan y bebidas abiertos las 24 horas, le recordaban ayer con cariño: "Un día le dije que no le vendía tabaco y él me contestó 'no fotis, nen' y que si no lo hacía se iría al estanco de ahí enfrente y no habría ningún problema. Al final se lo vendí", explicó el encargado, Manolo Becerra. Las referencias a la adicción del escritor al tabaco eran constantes.

También fuera de su barrio se notó que había corrido la noticia, o por lo menos, se oyó tocar campanes. A media mañana, en el metro, una mujer de edad llevaba El arpista ciego bajo el brazo. Confundida, explicaba a su compañera de trayecto que le había dado por leer la novela esa misma mañana porque había visto a Terenci Moix por la tele asegurando que había decidido dejar de fumar.

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