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Entrevista:GERARDO MALLA | Actor

"Lo peor de este Gobierno es cómo pervierte el lenguaje"

Corren tiempos de éxito para Gerardo Malla, gran actor de teatro español, perfecto desconocido para el gran público. "El cine no me ha necesitado nunca, y la televisión, muy poco", explica sin sombra de pena. Ha asumido el reto de interpretar a Don Luis, el protagonista de Las bicicletas son para el verano, un papel que Agustín González hipotecó hace ya 20 años, y el resultado es insólito: las ovaciones encabalgan sus frases, la gente grita "No a la guerra" en plena función, hasta sus compañeros de reparto se emocionan oyéndole, al caer el telón los jóvenes van al camerino y le dicen "tú eres el padre que me gustaría tener", la productora ha decidido prorrogar en el teatro La Latina, de Madrid, hasta el 1 de junio...

"El compromiso es una jodienda. Te quita mucho 'glamour' y es malo para la economía"

Pero todo este despliegue de afecto no ha reblandecido a este cómico y resistente nato, de 67 años, padre de los músicos Miguel y Coque Malla. Curtido en mil montajes y giras sin gran ruido, y en algunos triunfos tan bonitos como marginales ("¡ay, aquel día que salí a hombros de los militantes del PT de Morón de la Frontera cuando interpretaba y dirigía La Murga!"), Malla lleva casi medio siglo en el escenario y eso le ha cargado las espaldas de humor y escepticismo. Así que se toma con calma lo que venga. Y aunque admite "la emoción" que supone interpretar la maravillosa obra de Fernando Fernán-Gómez, se queja de que la sala no se llene: "Aquí sólo gusta el chapapote de lo frívolo, el jijí-jajá". Para luchar contra eso, en septiembre debutará como autor con El derribo y un poco de Shakespeare.

Pregunta. Asambleas, manifestaciones, gritos en los teatros... ¿Vuelve la transición?

Respuesta. Sí, parece que nos han metido en la máquina del tiempo de H. G. Wells. Y es una prueba de un retroceso notable y alarmante: parecía que habíamos avanzado algo y resulta que no. En lo personal, significa que voy a las asambleas y no conozco a nadie, salvo a cuatro: Juan Diego, Margallo... Los viejos luchadores.

P. Hasta el teatro comprometido se ha puesto de actualidad.

R. La percepción, desde ahí arriba, es que Las bicicletas... ha cobrado una actualidad emocionante e inquietante a la vez. Pero eso es circunstancial, porque la obra es espléndida, universal: se puede extrapolar a cualquier guerra. El otro día hicimos el ejercicio (demasiado intelectual) de ver si las escenas servirían para una familia iraquí, y servían todas. Por eso me fastidia que la función no haya tenido más repercusión. Yo pensé que íbamos a colgar el cartel todos los días, pero no. A la vista de la reacción tan entusiasta de la gente que viene, Concha Bustos, la productora, dijo que el boca-boca nos llenaría el teatro. Pero tampoco. Me imagino al más concienciadillo de la oficina contándoles a sus colegas: "He visto una obra estupenda, emocionante. Sobre la guerra civil". Y luego veo a los de la oficina dándose la vuelta: "Ah, ya, claro, la guerra civil".

P. Quizá es que el teatro sigue metido en su secular crisis.

R. No lo tengo muy claro. Resulta que la frivolidad triunfa plenamente. Cosas como 5 hombres.com hacen el agosto. Si se trata de oír chistes y no meterse en honduras, en este país todo funciona cojonudamente.

P. Pero los jóvenes también se emocionan con Las bicicletas...

R. Sí, eso es verdad. Vienen de los institutos, en funciones concertadas, y responden de una manera emocionante. Ahí se ve que el medio teatral, cuando prende, prende de verdad. Y aquí creo que si prende es por lo que escribió Fernando y por lo que hacemos nosotros. La guerra, en eso, me parece sólo circunstancial.

P. Su papel es un bombón... quizá envenenado por el recuerdo del que hizo Agustín González. Siendo tan distintos, está usted espléndido, con perdón.

R. ¡Para algo servirá la experiencia! Además hay un extra de identificación con el personaje. Lo explicaré con un ejemplo: en Inglaterra se suscitó la duda de si un actor blanco podría ser Otelo. Evidentemente, sí. ¿Y si fuera negro? ¡Miel sobre hojuelas! Pues aquí yo soy el negro. Hay una comunión ideológica con la obra y el personaje muy difícil de encontrar. Este país siempre da motivos para decir no, a la guerra y a otras cosas, pero en teatro no es nada fácil que se dé una identificación tan exacta y abrumadora entre lo que uno lleva dentro y un personaje que te permita mostrarlo. Aunque soy menos moderado que Don Luis, tiene un toque de escepticismo, humor y distancia que comparto plenamente.

P. Pero usted mezcla la ternura y la distancia.

R. Soy ya mayor y trato de no recrearme en el éxito, pero me parece que quizá es esa ternura lo que acerca tanto el personaje a los jóvenes. El que hizo Agustín González, y que quedó para la historia, tenía esa línea de cabreo tan característica suya. Y como Agustín y yo no estamos en la misma onda, yo le meto menos cabreo.

P. Y las mujeres, fascinadas.

R. ¡No tanto, no tanto! El compromiso es una jodienda, te quita mucho glamour y es fatal para la economía: ¡Nunca he podido tener el descapotable que soñé! Pero sí es bueno para esos amores directos y claros, para esos abrazos que me dan al final, tal vez demasiado ideológicos para mi gusto.

P. Igual empieza ahora su etapa de éxito y glamour.

R. Siempre he sido un actor de éxitos marginales, muy minoritarios. Con La Murga estuve tres años rodando, pero si te sacan a hombros en Morón de la Frontera no se entera nadie. El día que me quieras era una obra maravillosa, la hice durante dos años y los amigos me decían: "Te estás haciendo de oro". Me costó siete u ocho millones de pesetas que acabo de terminar de pagar. Pertenezco a esa vertiente subterránea en la que hay éxitos, pero no grandes entrevistas, ni cine, ni, afortunadamente, televisión. Pero he ido cumpliendo mi objetivo, con matices: poder hacer una obra al año que me guste y me permita seguir viviendo. No aspiro a más. Como decía el chiste, no pido amor, sólo un poco de atención al acto. Pero si viene un regalo añadido, como Las bicicletas..., será bienvenido.

P. ¿Y habrá que agradecer a Aznar la vuelta del compromiso?

R. Yo a Aznar no le agradezco nada. Ni eso. Este reavivamiento de cosas que no podían estar muertas tenía que producirse. Antes incluso del Prestige, el chapapote nos llegaba ya al cuello. Y si el país no reacciona ante esto, es para bajarse. Estoy orgulloso de pertenecer al sector espectáculos, que ha sido la avanzadilla. Ahora están en ello incluso los que reconocen la autoridad del padre. Cuando un padre entra en casa dando hostias, todos se lo cuestionan. Pero a mí lo que me repugna más de este Gobierno es esa manera de mentir que tiene, ese estilo de poder, cómo pervierte el lenguaje, esa oración pervertida, ese decir lo contrario de lo que hace, esa forma de entender la mayoría absoluta como un todo vale: el poder, ejercido básicamente como la capacidad para mentir con impunidad.

Gerardo Malla.
Gerardo Malla.
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