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EDITORIAL

La guerra, a las puertas de casa

LA DECISIÓN del presidente Reagan de atacar esta madrugada objetivos militares -y aún se desconocía si de otro género- en Libia, como represalia a las actividades terroristas eventualmente amparadas o tuteladas por el régimen de Gaddafi, merece la más firme y severa de las condenas. La acción bélica de Estados Unidos es no sólo una otensa al Derecho Internacional y una gravísima amenaza para la paz en el Mediterráneo, sino también una burla de sus aliados europeos, que han sido previa e inútilmente presionados para que adoptaran sanciones económicas contra Libia y que no encontraron motivaciones suficientes para ello en su reunión de ayer, lunes. La atribución unilateral y violenta que Reagan se ha hecho de la defensa del orden internacional mediante métodos tan expeditivos -tan repugnantes o más que los que pretende evitar- constituye una de las decisiones más peligrosas, y de consecuencias aún incalculables, cara al mantenimiento de la paz en el mundo. Hay que insistir en que la Administración estadounidense no ha sido capaz hasta ahora en ningún momento de exhibir pruebas convincentes de la culpabilidad directa del Gobierno libio en las acciones terroristas recientes, si bien sea del común acuerdo el hecho de que Libia, de un modo u otro, se halla detrás de esos atentados. Pero el ataque lanzado por la VI Flota, sólo horas después de que los países miembros de la CE -a liados militares de Estados Unidos- solicitaran "moderación" de Washington, es, al margen su significación inmediata, toda una burla hacia los intentos europeos de no calentar aún más las aguas del Mediterráneo.

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