Polifonías malgaches
Polifonías vocales religiosas del sur de Madagascar: eso es lo que hicieron los miembros de Senge -nombre que se pronuncia seng y significa orgullo en un dialecto local-, que cantan descalzos y cubren sus cabezas con unos gorritos cónicos. Al principio de la historia fueron tres, dos -Jean e Yvon- tras la muerte en diciembre de 2000 de su fundador Sengemana, y, desde hace unos cuantos meses, un cuarteto.
Senge es de origen antandroy, una etnia de una región árida y paupérrima, que se conoce en Madagascar como la tierra en la que el agua se esconde. Sus habitantes se ven obligados a emigrar hacia las principales ciudades de la gigantesca isla del oceáno Índico para trabajar en tareas poco cualificadas y peor remuneradas, y sufrir en muchas ocasiones la discriminación racial y social.
Senge
Jean Ramanambitana, Yvon Rakotonanahary, Calvin Fefisoa y Johnny Andriamanahirana (voces). Ciclo Cerca de África. Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes. Madrid, 24 de marzo.
Para hacerse una idea, Senge sonaría un poco como Ladysmith Black Mambazo -el grupo surafricano a capella que se dio a conocer a raíz de sus grabaciones junto a Paul Simon-, en una tradición vocal fuertemente influida por los espirituales norteamericanos, con reminiscencias de grupos juveniles de los años sesenta como Les Surfs e incluso ciertos aires a lo Crosby, Stills, Nash & Young. Un arte vocal cálido y refinado, de aparente sencillez, pero de una notable dificultad de afinación y ejecución. Cuatro voces desnudas, salvo por la utilización en algún canto de una guitarra, un idiófono -instrumento de percusión- que suena al sacudirse y el animoso kabosy -híbrido de guitarra, ukelele y mandolina-.
Músicos y sanadores
La base musical de Senge es el beko, un género de carácter sagrado, anterior a la colonización, que se reserva para los funerales. Los cantantes celebran entonces la memoria de los muertos y saben cómo aliviar el sufrimiento de los vivos. Senge también emplea una variante del beko llamada sabo, con el fin de ahuyentar a los malos espíritus: una tradición terapéutica de los antandroy, cuyos músicos son además sanadores.
Los cuatro malgaches han pasado esta semana por Madrid gracias a un ciclo programado durante los meses de marzo y abril, con África como protagonista, que nos permite disfrutar de sonidos y ritmos que difícilmente encontrarían ubicación en los circuitos comerciales.
El juego de poner al público a dar palmas (en secuencias sucesivas y repetidas de cuatro, diez o una) lo justificaron ellos como un camino hacia el trance. Una música, la de la Isla Roja o de los Ancestros, que se desgajó del continente africano hace millones de años y posee casi un 80% de animales y plantas únicos, casi tan original como los interminables apellidos de sus autores.
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