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Libertad de expresión

Según informaba el diario La Razón en su número del 13 de marzo, el día anterior Gotzone Mora se mostró "muy preocupada porque en Cataluña pueda empezar a pasar lo mismo que en el País Vasco". Sin motivo alguno para dudar de la sinceridad de la profesora, no cabe más que agradecerle el sentimiento. Aunque es curioso que lo que a ella le preocupa sea precisamente lo que anhelan desde hace años algunos de sus anfitriones catalanes: reproducir aquí el cisma ideológico-político existente en Euskadi, trasplantar a Cataluña el desgarro y la bipolarización entre "constitucionalistas" y "nacionalistas", presentar a estos últimos como un peligro para la libertad y, en la atmósfera de crispación derivada de tal escenario, aventar la transversalidad catalanista y hacer que resulte inimaginable -por ejemplo- la mera hipótesis de una coalición de gobierno entre el PSC y ERC. Puesto que, por fortuna, aquí no ponemos bombas ni asesinamos, los partidarios de tal vasquización agitaron durante una buena temporada dos ingredientes que les parecieron explosivos: lengua y escuela. Al no obtener la conflictividad social buscada, han explorado otros escenarios propicios al ruido mediático y han creído hallar un filón en la Universidad.

Tratemos de reconstruir fríamente los hechos. La profesora Gotzone Mora venía a Cataluña para exponer de primera mano lo que ella misma tituló "la lucha contra ETA en la Universidad", es decir, el empeño casi heroico de los docentes vascos que tienen las agallas de denunciar y combatir in situ el terrorismo etarra. Quería exponerlo a la opinión pública catalana en general, porque no se trata de un tema corporativo que sólo interese al mundo académico, pero prefería hacerlo desde un local universitario. Solicitado éste, el rectorado de la Universidad de Barcelona lo negó con razones que considero erróneas y que analizaré después. De inmediato apareció una alternativa -hubiesen aparecido muchas otras, de ser preciso- tan céntrica y prestigiosa como el Centro de Cultura Contemporánea, donde Mora habló el día previsto ante cientos de personas y rodeada de una expectación que el incidente anterior no había hecho sino realzar.

Así, pues, ¿logró la conferenciante transmitir a los asistentes y a los medios su mensaje? Sí. ¿Le fue impedido en Barcelona el ejercicio de la libertad de expresión? Creo sinceramente que no, que un cambio de local no es una mordaza, sino todo lo más un contratiempo. No obstante, ello bastó para que algunos se rasgasen las vestiduras, y circulasen manifiestos melodramáticos, y se pidieran cabezas. ¿Tanto valor añadido atribuyen a las aulas universitarias o tal vez deseaban visualizar en una de ellas el antagonismo que les obsesiona y se quedaron frustrados?

Por supuesto, yo también creo que las universidades deberían ser templos del saber y la tolerancia, espacios -lo mismo que la televisión, la radio y la prensa, por cierto- donde cupiesen en pie de igualdad todas las ideas y sensibilidades. Sin embargo, 32 años de experiencia en el ramo me han enseñado que la realidad es algo menos idílica. En nuestras aulas superiores se garantiza -y ésa es la gran obligación de la Universidad- la libertad de cátedra, pero sólo convirtiendo las facultades en cuarteles podría la autoridad académica conseguir que las actividades extracurriculares (foros, conferencias, debates, asambleas...) se rigiesen por un pluralismo de tipo parlamentario. Desde siempre y ante cualquier asunto, la movilización estudiantil ha sido cosa de minorías activas y radicalizadas que a veces -lo describo sin asomo de indulgencia- no dudan en usar, a falta de mejor argumento, el silbato, el tambor, el abucheo o el empujón. ¿Cuántos actos en defensa de las tesis del PP ante la guerra de Irak debe de haber acogido la Universidad española en los últimos dos meses? Sospecho que ninguno. El mismo día que Gotzone Mora conferenciaba en Barcelona, estudiantes de la Complutense impidieron que Alberto Ruiz Gallardón hablase en la nueva Facultad de Informática y luego le acosaron a través de medio Madrid, hasta su despacho. ¿Qué pasa, que quienes tachan a Ruiz Gallardón de "asesino" son simpáticos pacifistas y los que tildan a Savater de "fascista" son verdugos casi etarras? ¿No resulta igual de bestia -o de trivial- un epíteto que el otro? ¿Por qué, pues, tan distintas reacciones?

Aun creyendo, por tanto, que la Universidad no es ni puede ser el escaparate único de la libertad de expresión, opino que el rector Joan Tugores se equivocó al negar el aula a Gotzone Mora, aunque ahora la ha invitado a participar en un ciclo sobre La universidad por la paz que se celebrará próximamente. Con los precedentes cercanos de Otamendi y Savater, era fácil calibrar el alcance de la solicitud, y hubiese sido preferible asumir el coste de la presencia policial preventiva antes que dar carnaza a ciertos grupos; la nota rectoral explicativa, además, tampoco fue muy feliz. Un error, en suma, pero no un crimen. Sin embargo, Tugores ha sido crucificado en el mismo Gólgota en que, la semana anterior, lo fue Maragall, y más o menos por los mismos sayones.

Es precisamente ahí, en lo desmedido y falaz de ciertas reacciones, donde se ha desvelado el verdadero alcance del episodio de la conferencia. Desde el Manzanares, alguna de esas almas generosas, siempre dispuestas a salvar a los catalanes de sí mismos, se ha apresurado a inferir de la no concesión del aula una abertzalización del catalanismo y una escalada totalitaria que nos llevan a la catástrofe. Aquí, un colectivo ha planteado a los rectores de tres universidades un ultimátum para que, en el plazo de una semana, inviten a hablar a miembros de ¡Basta Ya!, so pena de verse denunciados públicamente como cómplices del terrorismo. ¿La autonomía universitaria? Buena, gracias. ¿Y el espíritu inquisitorial y macartista de quienes gustan presentarse como paladines de la tolerancia? Pletórico.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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