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Reportaje:

A la espera del dragón

500 personas aguardan ya en Órgiva el comienzo de la polémica fiesta 'hippy' para celebrar la primavera

Los dragones se extinguieron cuando la gente dejó de creer en ellos. En Órgiva, un pueblo de 5.000 habitantes de la Alpujarra granadina, algunos creen en el dragón; creen en la medida en que temen sus periódicas embestidas. El animal es un esqueleto metálico montado sobre un carromato de dos ruedas que, una vez decorado, los conductores pasean al ritmo de una música frenética. La Fiesta del Dragón reúne a miles de hippies en la ribera del Guadalfeo que viajan expresamente hasta allí a festejar la primavera. El mítico animal ha deparado también a su san Jorge: el alcalde de localidad y la fuerza pública que se han empeñado en frenar un acontecimiento que el año pasado se cobró dos vidas por ingestión excesiva de medicamentos y que consideran perjudicial para los intereses del pueblo. "Es una batalla que hay que ganar poco a poco", advierte Adolfo Martín, el alcalde.

"Viven en medio de la promiscuidad y de la droga", afirma el alcalde, del PP

A mediados de la semana pasada la Policía Local ya había contabilizado 170 vehículos aparcados en las inmediaciones del río, entre ellos tres viejos autobuses sin matrícula en cuyos parabrisas la policía ha colocado avisos de la prohibición del festejo y numerosas caravanas destartaladas de cuyo interior se desprenden discretos sonidos de vida doméstica: ruido de cacerolas y llantos de niños. El campamento de Órgiva es permanente, aunque hay un trasiego constante de salidas y entradas, y se extiende por tres asentamientos diferentes: el de Rabiete-Beneficio, El Morreón y Los Cigarrones.

Campamento

En este último se celebra propiamente la fiesta draconiana. Los Cigarrones es un paraje llano, pedregoso, que en algún momento formó parte del cauce de un río cuyos restos de agua forman pequeños y caprichosos meandros que abastecen a la comunidad fija de vagabundos y, una vez cercana la primavera, a los visitantes atraídos por el concilio del dragón. El campamento carece de entrada. A lo largo del cauce se amontonan los automóviles, unidos a veces por cuerdas que sirven para tender la colada, y el visitante percibe pronto los sonidos del dinamismo cotidiano y tiene la sensación de que está siendo observado.

La colonia, los días previos a la controvertida fiesta, es un lugar pacífico. Junto a una caravana una pareja sestea sobre una alfombra. El hombre monda una naranja y la chica maneja una máquina de coser. Dentro del caos general se aprecia, por la forma en que están colocados los alfileres y los botones dentro de sus cajas, un notable sentido del orden. Son ingleses. El hombre se llama Declan Howard, tiene 36 años y asegura que ha trabajado como informático y profesor de idiomas, pero que desde hace tiempo viaja sin rumbo. El año pasado estuvo en la Fiesta del Dragón en la que hubo enfrentamientos con la Guardia Civil y dos hombres murieron.

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"El año pasado en las tiendas del pueblo no dejaban entrar a quienes llevábamos una gorra de béisbol", dice señalando su cabeza. "Es una fiesta con mucha fuerza, pero no hay violencia. Puede que alguien se pelee pero aisladamente. ¿Si se roba? Sólo comida, fruta. Tampoco hay tensión. Viene gente de muchos países. En Inglaterra había muchas fiestas parecidas a ésta, pero el Gobierno reaccionó y dictó leyes contra los viajeros. En España hay un Gobierno de derechas y puede ocurrir igual", razona Howard, mientras su chica, Jody Harris, de 24 años, sonríe. Aun así todavía no han decidido si se quedarán a la fiesta, prevista para el 21 de marzo.

"Me entristece que Órgiva se conozca por el pueblo de los hippies porque afecta al turismo. Yo sólo pretende que se cumpla la ley. Es una batalla que hay que ganar poco a poco". Quien así razona es Adolfo Martín, del Partido Popular de Órgiva, que ya el año pasado intentó por todos los medios impedir la concentración y no lo consiguió.

Cada día la Policía Local redacta un informe detallado que encuentra sobre su mesa de la Alcaldía. El de hoy trae la novedad de que ha sido necesario auxiliar en el campamento a una niña de diez o doce años aquejada de diabetes. "Ha ido la asistente del ambulatorio y la ha atendido. ¿Cómo no voy a hacerlo? Lo curioso es que ellos no hacen caso de las instituciones pero cuando les hace falta exigen que actuemos. He prohibido la fiesta porque me baso en normativas y a partir de ahí, como no dispongo de medios, he pedido la ayuda de las Administraciones", señala el alcalde.

En el pueblo las vísperas de la fiesta se viven sin aparente preocupación. Los hippies frecuentan en el centro y no es raro encontrar a algún miembro de la comunidad tañendo la flauta dulce en una esquina y aunque algunos bares han optado por no servirles otros los han escogido como clientes casi exclusivos.

Martín se queja de la poca ayuda recibida de la Confederación Hidrográfica del Sur. "Están acampados en un lugar prohibido y con mucho riesgo en caso de crecida del río. Pero la Confederación no los multa porque no tienen domicilio. Pero ustedes quédense ahí y verán qué les ocurre. Ya se han dado casos de agravios comparativos", añade el alcalde. En Los Cigarrones viven, según el Ayuntamiento, 14 niños con edades comprendidas entre los seis y los diez años, todos sin escolarizar.

"Viven en medio de la promiscuidad y viven de la droga. Manejan dinero. La autopsia de los dos que murieron el año pasado las pagó el Ayuntamiento. ¿Cómo pueden decir que aman el medio físico viviendo en esas condiciones?", se pregunta Martín. La Guardia Civil ha establecido controles a la entrada del campamento, pero no puede impedir la libre circulación de los vehículos que entran y salen sin parar por el sendero despejado de cantos rodados que une el territorio de acampada con la carretera. Los agentes, en los últimos días, han retenido algunos vehículos cuyos propietarios no han podido pagar las multas, pero es improbable que el filtro corte la llegada de los cientos de asistentes habituales que han emprendido viaje a la Alpujarra para celebrar la Fiesta del Dragón.

De hecho, en el campamento prosiguen los preparativos. Un hombre, junto a un camión, aplica la llama del soplete a una de las ruedas sobre la que se desplazará la estructura del dragón. Más allá, cuatro individuos con palas, cavan una zanja para dejar listas las letrinas. Una voz de mujer, que ha advertido la presencia de los informadores, les grita: "¡Que no están cavando una tumba, que son pozos ciegos!".

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